La inocencia es lo primero que se pierde
Netflix. Futurista y apocalíptica, Tiempo de caza sigue a un grupo de amigos que comete un crimen para paliar los efectos de la economía.
Luego de su auspicioso paso por el Festival de Berlín, la nueva película del surcoreano Yoon Sung-hyun anhelaba su estreno para fines de febrero, pero el escenario mundial ante la pandemia obligó a cambiar los planes. Así, como muchos títulos que se dan a conocer en estos días, Tiempo de cazaacaba de estrenarse finalmente en Netflix.
En medio de la situación actual, el marco en el que transcurre la película puede replantear la distancia de las ideas visuales que hasta hace muy poco establecían diferencias entre lo apocalíptico y lo real, pero que hoy parecen acortarse: una Corea devastada por una crisis económica profunda, en la que la moneda local va en caída libre, y con una deuda impagable con el FMI. Las consecuencias hacen mella en la ciudad: espacios derruidos, cuando no abandonados, en los que la delincuencia y la marginalidad conforman el paisaje de las calles.
En ese ambiente, dos amigos van en busca de un tercero que acaba de salir de prisión, donde estuvo luego de cometer un robo que casi salió bien, aunque el dinero de aquel botín ya no vale nada. Así es como decide convencer a sus amigos de llevar a cabo, otra vez, un último golpe, con el objetivo de huir de esa realidad aplastante y recalar en las playas paradisíacas del sur de Taiwán. Pero el lugar que eligen robar – la casa de apuestas clandestina de la ciudad– se convertirá en el origen de sus problemas. Porque, aunque consiguen finalmente llevarse el botín, el desenlace supuestamente feliz del crimen es solo el comienzo de una aventura que a esos jóvenes e inexpertos ladrones les queda grande.
Cuando todavía no transcurrió una hora de película –dura 134 minutos– los amigos se dan cuenta de que algo no anda bien: alguien descubrió que eran los autores del robo, y comienza a perseguirlos. Ahí arranca la caza a la que hace alusión el título, con un gángster al acecho, que actúa en modo Terminator –indestructible, dispara ametralladoras sin parar y parece saber siempre dónde encontrarlos– y goza de saber que, tarde o temprano, liquidará a los cándidos delincuentes.
Lo más interesante de Tiempo de caza está en que sabe combinar elementos de varios géneros sin caer en el pastiche ni la parodia. Conoce los elementos que maneja pero no los distorsiona ni redunda en la autoconciencia. Sigue siendo una película de acción, en el contexto de una distopía apocalíptica, que se transforma en un filme de venganza. De todos modos, no deja de hacer foco en su planteo inicial: es, antes que nada, una película de aventuras en la que una pandilla de amigos se mete en problemas. Como unos Goonies a los que la fantasía se les oscurece al límite de estar entre la vida y la muerte. Porque lo que pasa no es divertido para los personajes: existe el riesgo de que los chicos, con quienes el espectador ya se identificó, caigan como moscas en manos de la mafia. En ese sentido, el último tramo de la película se vuelve dramático, denso, oscuro, un western nocturno y urbano, un sálvese quien pueda en el que los personajes pierden la inocencia. Por eso no es desatinado hablar de que Tiempo de caza termina siendo un coming of age. Alterado, sí, pero ahí está el anhelo de un grupo de amigos, ávidos por la aventura, que apenas pueden disparar un arma, y que caen en las ciénagas implacables de la mafia y el fuego contra fuego de un mundo al que no pertenecían pero los devora, casi literalmente.
La imagen final, evocadora, traduce su emoción en un pesimismo curiosamente poético. Quizás esté en sintonía con estos tiempos extraños.