EL HUMOR NO SE SUSPENDE POR VIRUS
La caricatura, el meme y los videos caseros se lanzaron a un torneo de ingenio y nos enlazaron a todos en una cadena de risas. Claves y eficacia de la mirada corrosiva
Coronavirus ya tiene cuenta a su nombre en Twitter. Allí provoca con cosas como “¿Un sueño cumplido? Vivir en Nueva York” o publica fotos de un murciélago con la leyenda “Yo a los veinte años”. Y qué decir de aquel video llegado de España exhibiendo a personas metida en disfraces de oso o con esponjas en la cara cuando usar tapabocas en Argentina parecía aún una excentricidad. Tampoco olvidemos las intervenciones del presidente Alberto Fernández en cadena nacional, el retorno de las “filminas” con las que explicó las variaciones del contagio o los suspiros que se llevó el jefe de gabinete Santiago Cafiero al aparecer con una remera negra ajustada. Aunque en verdad, todo es susceptible de convertirse en motivo de risa que se viraliza en las redes: la ansiedad, los anuncios presidenciales, el éxito del pan casero, el insomnio, la falta de sexo. Alguna vez podremos mirar estos días como una experiencia brumosa y lejana. Mientras tanto ¿qué sería de nosotros si no tuviésemos de qué reírnos? ¿No será que el humor se está convirtiendo en impensado líder de opinión en épocas de pandemia? ¿Y cómo reírnos cuando la muerte nos pisa los talones?
Aunque resulte paradójico, el aislamiento le otorgó a la risa un lustre social renovado. Y es que, para que exista, debe ser compartida. La distancia obligatoria no nos ha quitado la capacidad de reírnos juntos. Levante la mano quién no ha recibido una catarata de memes en torno a la pandemia, como esa Mona Lisa que se va degradando conforme pasa la cuarentena (pierde la lozanía de su sonrisa, claro) o el video viral de los bailarines de Ghana llevando un ataúd como si se tratara de una fiesta de rigurosa etiqueta (¡bailan vestidos de frac y sombrero de pico!).
La muerte, esa eterna desdentada, se pasea por el mundo y nos confronta una vez más con nuestros temores más arcaicos. La pandemia causada por el Covid-19 ha matado a más de 260 mil personas, hasta ahora, en todo el mundo. ¿Por qué reír, entonces, en medio de este funeral que no reconoce fronteras? Entre otras cosas, porque la risa es una forma de defendernos del miedo y, como decía Sigmund Freud, de liberar el temor reprimido en un momento donde la cotidianidad se vuelve amenazante.
Un trío inesperado
El humor ha tenido un papel central aún en los tiempos más oscuros. (En el libro Odiar es pertenecer, EliahuToker y Rudy cuentan que los judíos confinandos en el gueto de Varosvia decían que el lugar parecía Hollywood por estar “lleno de estrellas” en alusión a las estrellas amarillas que eran obligados a usar). Además, somos la única especie en la Tierra que se puede dar el lujo de reír. En este contexto, la risa resulta un remedio, una efímera vía de escape y una forma de vinculación con ese afuera que nos está vedado. Al flujo de mensajes de Whatsapp y los videos improvisados en TikTok desde el living o la cocina se suman los memes en Twitter, Instagram o los millones de videos que se suben cada día a YouTube. Redes, humor y pandemia: un impensado power trío.
Un fenómeno auténticamente viral son los videos animados de Gente Rota, hechos a partir de audios reales de Whatsapp. Con más de 560 mil seguidores en YouTube, estas animaciones creadas por Gabriel Lucero vienen siendo un hit a través de una saga desopilante: cómo viven los argentinos la cuarentena en la vida cotidiana. Todo atisbo de seriedad se cae ante el que pregunta si el virus puede caminar a través del barbijo, o el que consulta si los 500 metros permitidos por el Ejecutivo que puede caminar por día“son acumulables” o la que rompe en llanto porque el delivery no trae su milanesa. “Al principio pensé que la cuarentena era una buena excusa para renovar la temática de Gente Rota, que hago desde 2017”, cuenta Lucero, un animador y dibujante de 45 años que instaló Whatsapp en su celular hace solo dos porque, confiesa “antes lo detestaba”.
El proyecto de Gente Rota tuvo un par de inicios: un intento de transformar la película Esperando la carroza en dibujo animado y un proyecto de animación que presentó para MTV. De uno le quedó el deseo de trabajar con audios y del otro, una galería de personajes que son los que aparecen en sus videos. “Nadie resiste con este caos en la cabeza. Reírse ayuda a tomar un poco de distancia”, asegura este creador nacido en Avellaneda, que pasa el confinamiento con su pareja en Almagro y que en este momento tiene 41 mil audios esperando ser elegidos en su casilla de mail.
Algunas personas, sin embargo, no tomaron a risa algunos de los videos. “Tengo que ser muy cuidadoso porque siempre alguien se enoja. Después de subir el de una madre quejándose por la tarea de su hijo, una maestra me escribió un mail larguísimo para explicarme lo complicado que es sostener esto. A mí no me da lo mismo y tengo muchos límites a la hora de compartir material. No es que yo necesariamente piense lo que dice un personaje: es que los audios que manda la gente hablan inevitablemente de la época. El problema no son los videos sino lo rotos que andamos nosotros”, dice.
Incluso Jerry Seinfeld–que estrena un stand up en Netflix esta semana– se ha preguntado si es apropiado hacer chistes en épocas de pandemia: “Grabé ese show en octubre y el mundo cambió tanto que no sé cómo será recibido ahora que el humor ha cambiado. Por ejemplo, he retuiteado el video de (la comediante) Sarah Cooper que tomó la voz de Trump hablando de inyectarse desinfectante. Resulta divertido porque ella le pone el cuerpo algo tremendamente serio y es ese contraste lo que termina resultando gracioso”, dijo en una entrevista reciente con el New York Times.
En ese sentido, la socióloga Mara Burkart
señala una cuestión propia del humor en las redes que alimenta malos entendidos: la falta de marca autoral explícita. Burkart es autora del libro de investigación De Satiricón a Humo(r), (Miño y Dávila, 2017). “Lo que no queda claro en las redes es si uno se está riendo de sí mismo o de otros. Y eso tiene que ver con que los memes y videos en general no tienen una autoría o es muy elusiva”, señala. “En las revistas como Satiricón o Humor, los dibujos y los guiones estaban hechos por gente con nombre y apellido. No es una cuestión anecdótica sino ideológica: es lo que te permite saber desde dónde habla ese creador. En las redes todo eso se desdibuja, entonces la circulación resulta desconcertante. Es un giro importante en el modo de construir aquello que nos hace reír porque una vez pasado el efecto, también entra la sospecha o los malentendidos sobre el origen de ese humor viral”, observa.
Era una risa, todos lloraban...
En la historia argentina, las publicaciones estudiadas por Burkart(surgidas en los 70) son parte de una larga y fecunda tradición de humor político donde el poder de turno se transforma en el blanco elegido. La primera piedra fue lanzada a comienzos del siglo XIX por una publicación efímera llamada “La verdad desnuda”. Tras algunos otros intentos surgió El Mosquito, la revista que revolucionaría la prensa satírica y ganaría impensada popularidad desde 1863 hasta 1963, cuando aparece Caras y Caretas, fundada por Fray Mocho. A mitad de los cincuenta se empezó a publicar Tía Vicenta, dirigida por Landrú, que sería una escuela de formación en humor político por la que pasaron desde César Bruto a Dalmiro Sáenz. En 1966 desembarcaba en Buenos Aires Hermenegildo Sabat para desplegar sus caricaturas en Primera Plana hasta llegar a Clarín en 1973. Se consagró haciendo humor político sin textos que acompañaran sus dibujos.
Si algo no ha cambiado es el vínculo inoxidable del humor con la irreverencia y su incorrección política desde el inicio de los tiempos. El filósofo John Morreall en su libro Comic Relief: A Comprehensive Philosophy of Humor (Alivio cómico: una filosofía completa del humor), de 2009, explica: “Lo cómico expresa un corrimiento hacia aquello que en circunstancias normales está prohibido hacer o decir”. Y da como ejemplos las Saturnales romanas, la Fiesta de de los Locos en el medioevo e incluso, el Mardi Gras o los carnavales: circunstancias en las que la gente común se ríe del poder económico, político y eclesiástico que dictamina las reglas de convivencia social. No es raro que esos poderes carezcan de sentido del humor; en especial en un contexto de pandemia donde muestran sus fisuras como nunca antes.
El semanario francés Charlie Hebdo pagó caro el precio de apelar a la sátira y el cuestionamiento del poder cuando un grupo de terroristas islámicos asaltaron las oficinas en 2015 y asesinaron a once personas en
nombre de Alá. Pero eso no hizo retroceder a la publicación. En este momento, sus portadas vuelven a ser noticia por su corrosivo cuestionamiento de las políticas oficiales. Ocurrió, por ejemplo, con una caricatura del presidente Emmanuel Macron protegido de pies a cabeza como un astronauta diciendo “yo estoy bien” mientras en Francia se duplicaban las muertes. O una ilustración donde aparece Xi Jinping, presidente de China, en intimidad con un pangolín, ese animal exótico sospechoso de ser portador del coronavirus. Pero esas portadas también son una declaración de principios: “La risa es el medicamento que nos va a salvar”, postulan sobre el dibujo de un hombre en una camilla, con una trompeta en el traste. No son muy sutiles al indicar, que además, la especie humana ya perdió todo respeto por sí misma.
En un contexto donde las caricaturas y el humor autoral en la prensa gráfica están en peligro de extinción, tal como lo señala el dibujante y editor Daryl Cagle (ver recuadro), hay iniciativas que ofrecen resistencia. Desde 2003, la revista Barcelona ha sido, a través de la sátira y la parodia, una suerte de irreverente nota al pie en el discurso de los medios mainstream. Actualmente la revista volvió a estar en los kioskos de manera quincenal tras discontinuar su publicación en papel a comienzos de la cuarentena.
“Muchos medios se vienen superando a sí mismos en cuanto al nivel de patetismo que pretende ser disfrazado como información. Otro tanto ocurre con los poderosos. ¿Qué hacer frente a un presidente como Bolsonaro que habla del coronavirus como ‘una gripecita’?”, analiza Fernando Sánchez, editor de Barcelona, luego de aclarar que el staff no se considera humorista sino “periodistas que leen los medios desde lo satírico”. A la singularidad de la pandemia, continúa, se suma el modo en que el humor prolifera en las redes. “Así que estamos atentos a esa circulación para no repetir chistes pero al mismo tiempo, para nosotros la sátira no es un pasatiempo o un meme: es un trabajo. O sea, lleva tiempo, tiene una marca de autor y merece ser remunerado”, subraya. Ahora, junto a otras publicaciones especializadas en humor (la chilena The Clinic, la mexicana Chamico y la española Mongolia) lanzaron La Internacional Satírica, un proyecto web que en esta primera instancia publicó “un kit de supervivencia para ayudar a concienciar de la necesidad de usar mascarillas”, con investigación e ilustraciones a medio camino entre la verdad y la parodia, realizadas por El Niño Rodríguez.
Entre barbijos, alcohol en gel y días puertas adentro, la línea divisoria entre la risa y las lágrimas es sinuosa. Quizás convenga apostar por la primera aunque, más no sea, por una razón que esgrimía Kurt Vonnegut: las dos son formas de enfrentar lo frustrante pero la risa requiere menos limpieza después del subidón.