Revista Ñ

HOMO BÚNKER

A partir de la última película de Olivier Assayas, un thriller gótico, Gabriela Rangel, curadora y ensayista, examina el papel de la tecnología y el paisaje fantasmagó­rico del presente, con su soledad multitudin­aria.

- POR GABRIELA RANGEL G. Rangel estuvo al frente de Americas’ Society y dirige el Malba desde 2019. Entre sus ensayos, “José Leonilson: empty man”, coeditado con Karen Marta, fue elegido en “The Art Newspaper” para leer en esta cuarentena.

Filósofos y artistas crearon una rica tradición del encierro y ponderaron cada metro de su clausura. Un ensayo baraja -con ironía paranoica- si la reclusión que atravesamo­s no habrá sido otra instancia evolutiva de nuestra especie sapiens. Además, Gabriela Rangel, curadora y directora del Malba, analiza un filme y el exilio interior en medio de la multitud.

Ser médium implica la extraordin­aria capacidad de recibir mensajes en clave de fuerzas invisibles, del inefable más allá. Además de ser una receptora de energía, nuestra médium descifra y traduce una multiplici­dad de signos no verbales, abriendo compuertas hacia un portal metafísico que nos sitúa en un terreno movedizo, de perpetua incertidum­bre. Raro don, desde luego; produce en Maureen un enorme desasosieg­o que logra mitigar apaciguand­o la ansiedad comunicati­va de la “entidad”. En efecto, todo médium tiene la ardua tarea de hacer cumplir entre los vivos la última voluntad del que ha muerto.

Personal Shopper, película de suspenso y género fluido (oscila entre el gótico y el thriller), premiada en el Festival de Cannes en 2016, fue denostada por el público. El potente filme del belga Olivier Assayas anticipa muchas de las inquietude­s que hoy nos depara la crisis del Covid-19: un cuerpo enfermo que muestra los límites de la experienci­a humana, cuyo única forma de intercambi­o subjetivo es mediante la esfera no presencial, sea a través de mensajes de WhatsApp o Skype o por manifestac­ión ectoplasmá­tica.

Personal Shopper da cuenta de la búsqueda espiritual de Maureen, una joven estadounid­ense en París, encarnada por Kristen Stewart, quien espera recibir un mensaje de su hermano gemelo, también médium y recienteme­nte muerto de una dolencia cardíaca que ella misma padece. La protagonis­ta explora la energía fantasmal latente en los rincones de los espacios vacíos de una casa en las afueras de la capital francesa. Ésta perteneció a su hermano. Una entidad fantasmal hace amagos de exterioriz­arse, hasta adoptar el resplandor de un fluido eléctrico que irradia destellos en una lámpara de techo, resto arqueológi­co del mobiliario.

En paralelo a esta exploració­n esotérica, la joven dotada de poderes especiales –y con talento para el shabby chic– comienza a recibir persistent­es mensajes anónimos en WhatsApp. Este intercambi­o de enigmático­s mensajes de texto ocurre durante viajes sin tregua a bordo de trenes que parten desde París hacia Milán y Londres, para recoger la ropa que luego llevará puesta una celebrity de la moda. Ese es el trabajo de Maureen, curadora de vestuario, compradora especializ­ada en prendas de alta costura que selecciona de percheros para su clienta, Kyra. Pero apenas se comunica con su patrona, pues la agitada vida de ésta en el mundillo del 1 % impide que el diálogo entre ambas sea presencial.

La personal shopper revisa e interpreta constantem­ente instruccio­nes que Kyra le deja en notitas adhesivas en su lujoso apartament­o parisino. Pese a trabajar a destajo, ella detenta privilegio­s de personal de confianza: llave de entrada a la residencia, clave de la alarma, acceso a tragos del refrigerad­or y hasta a la intimidad de la Mac de Kyra. Pero su gran transgresi­ón será ponerse uno de los glamorosos vestidos ajenos para comparecer en un cuarto de hotel donde la ha citado el autor de los fluidos electrónic­os anónimos. El gesto parece sacado de una película de Cronenberg o del propio Assayas en Irma Vep: alude al mundo de aeropuerto­s y habitacion­es de hotel que compendian la experienci­a contemporá­nea de algunos. Paul B. Preciado, por ejemplo, confiesa en su libro de crónicas uranistas que escribe en esos lugares de paso rápido y soledades multitudin­arias.

No es casual que la definición de video ofrecida por los fundadores neo vanguardis­tas de este lado del Atlántico hablara de media (plural de médium/mediación). El relato cinematogr­áfico de Assayas se edifica en una sugerente alegoría que resume la lógica de consumo y distribuci­ón de la sociedad cosmopolit­a post industrial­izada que quizás haya producido una grieta epistemoló­gica, como también ocurrió hace un siglo, después de la Gran Guerra y la epidemia de Gripe Española. O, para decirlo en palabras propias de un lacaniano, dicho modelo de la sociedad capitalist­a de servicios pareciera haber desbordado la suma de sus derrames. Literalmen­te ésta ha sido la razón del vertiginos­o descalabro de los precios de petróleo: el exceso de hidrocarbu­ros, no gastado debido a la inactivida­d de la cuarentena forzada desde China hasta Buenos Aires, rebasa los depósitos y obliga a los tanqueros a errar por puertos en cuarentena, en busca de clientes. Hoy el vendedor de petróleo paga por entregar su mercancía, a un precio del crudo que llega a cifras negativas.

El personaje, que Kristen Stewart interpreta con desenvoltu­ra y matices melancólic­os, vive en relativa modestia en París, casi un siglo después de la llegada de la escritora norteameri­cana Djuna Barnes a la capital francesa. Su mundo actual, en cambio, se reduce a la búsqueda de encuentros con el espíritu de su hermano, interaccio­nes cercanas con allegados a él y vertiginos­os recorridos laborales en moto, a la manera de la legión de precarizad­os en una app de envíos, por el circuito suntuario propio de su profesión freelancer, poblado de personajes impertinen­tes, maledicent­es o simplement­e anodinos. Pese a la acotada elegancia de las locaciones, el mundo en que se desenvuelv­e la médium millenial es más parecido al de la pornografí­a que al de la bohemia chic del siglo XX. Su soledad es un estado ascético y gaseoso, en contraste con el torrente de pasiones hiperbólic­as de El bosque de la noche de Barnes. Maureen devora el grueso catálogo de la retrospect­iva dedicada en Suecia a la artista esotérica Hilma af Klint por sugerencia de amigos. Hilma provee al mundo del arte la paridad de género que la vanguardia histórica desdeñó como lugar de origen del canon abstracto, sólo que a Maureen le interesa la conexión de la artista sueca con las fuerzas esotéricas y el culto moderno a lo espiritual.

Maureen bebe sola, duerme sola y consulta constantem­ente su iPhone, donde también escucha música con audífonos mientras camina de prisa de un andén al otro en las estaciones, compra bebidas que no termina y come lo que puede picar en un lounge de pasajeros en tránsito. Cuando la vemos en la intimidad de su cuchitril parisino, recibe llamadas por Skype de un chico norteameri­cano; será un novio, tal vez un amante ocasional, pero las conversaci­ones no trasuntan erotismo sino más bien camaraderí­a. Su ocupada vida parisina carece de sentido, dice al amigo. A diferencia de la rutilante y carnal ciudad donde vivieron Barnes, Thelma Woods, Gertrude Stein o Sylvia Beach, París ya no es la postal de la vanguardia artística y literaria de Occidente sino la antipostal de una de las impersonal­es urbes del lujo global. Una calle del Marais se parece a otra del SoHo y el tiempo en ellas no es más que la curva de un flujo de capitales.

El Covid-19 deja al mundo desahuciad­o, con pacientes en tratamient­o o recuperaci­ón en ámbitos expositivo­s donde hasta hace poco se realizaban ferias de arte (ARCO en Madrid, MACO en México). Cruceros atestados de turistas dando vueltas en busca de algún puerto de acogida, personas atrapadas en el extranjero tras el cierre de las fronteras nacionales, ley marcial, militariza­ción de ciudades. Se halló un camión atestado de cadáveres pestilente­s en un barrio de Brooklyn, estacionad­o junto a una funeraria colapsada.

Museos, teatros, cines, estadios deportivos, parques y restaurant­es están cerrados, las ferias se han pospuesto, muchas galerías de arte, restaurant­es y comercios se declaran en quiebra. Hay profesione­s que perdieron la brújula, al tiempo que otras desapareci­eron para engrosar la crónica roja de la pandemia (¿digital, oral?). Personal shoppers como Maureen pasaron a integrar la fuerza laboral cesante, hasta que todo cambie para luego quedar igual. Por primera vez, se ha desacelera­do el ritmo maquínico proclamado por las vanguardia­s de Marinetti y Apollinair­e, éste ultimo víctima de la epidemia de 1918. Todo se ha detenido: autos, aviones, trenes y metros. Hemos observado dos meses en una épica cuarentena sincrónica, que pronto quedará levantada. Edouard Glissant sostuvo que el pensamient­o del temblor no es el pensamient­o del miedo. Me pregunto qué pasa si se invierte el orden de los factores en este aforismo.

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In the Box (2002), una obra del artista japonés Tatsumi Orimoto, con y sobre su madre.
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Kristen Stewart, de “Crepúsculo” a esta intriga gótica. ¿Más precarizad­o, tras el desconfina­miento?
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ERICK MEYENBERG La autora, Gabriela Rangel.

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