Revista Ñ

LAMBORGHIN­I DA EN EL BLANCO

Más de 500 páginas reúnen las libretas y cuadernos que Osvaldo Lamborghin­i dejó al morir, en Barcelona en 1985.

- POR LAURA ESTRIN

Leo Osvaldo Lamborghin­i inédito de Ediciones Lamás Médula/Grupo Editorial Sur, libro que es resultado de una investigac­ión, es decir, que este cuantioso y terrible libro es obra de una lectura particular. La lectura produce obras. Y este nuevo libro de Lamborghin­i es un revival literal que repone, recuerda, reescribe, repiensa fragmentos de su propia obra. Lo dice así por ejemplo: “Una buena arremetida sentimenta­l. Digo: con el paso de los años es inevitable (¡apasionant­e!) intimar con la propia obra. Intimársel­a a quien tal vez, sin maldad, nos entrega su corazón… Si hasta Borges encontró su propia voz:/ Pronto sabré quien soy”.

Este nuevo libro recorre algunas de sus frases, sus poemas y fragmentos de relatos como también recupera versos que ya ha citado alguna vez de Raschella y de Steimberg; lee y reescribe contemporá­neos. Los que eran jóvenes con él, los que hoy son viejos sin él, que murió joven. Y este libro reescribe, deletrea, cercano al Libertella que frasea a Goyeneche pero acá es Discépolo o Gardel, es decir, que es distinto y, a la vez cercano. Cercano a Libertella en el “yo, lector, me divierto”, aunque tan distinto. La simultanei­dad de extremos siempre ha sido el modo en que he entendido su obra, quizá su forma del “horroreír” de Léonidas.

Osvaldo Lamborghin­i inédito es un libro fruto de una lectura que reúne lo que el autor ha escrito siempre y a su modo, como dicen los que creen que hay varios modos de escribir una obra, y Lamborghin­i más que preciso escribe: “Porque no estoy asustado/ni me siento pre-dispuesto/ a semblantea­r adustament­e, / estilo: hombre que registra, reconoce su deuda…” Recordemos que Lamborghin­i dijo ser autor de un solo texto pero podríamos afirmar que fue el único escritor de Literal que atravesó la teoría y siguió haciendo literatura sin mella teórica.

Lamborghin­i va más allá de las figuras gramatical­es y las metáforas teóricas: “La/ Alegoría es un Pañuelo” . Y más en el orden existencia­l, que es el que también cruza toda su escritura: “La esencia de lo humano es la simulación”. En frases y poemas que atraviesan todas las grafías (las palabras no terminan o terminan antes y se juntan o se separan: dicen todo lo que se quiere decir), sus frases y sus versos escriben todos los modos de ortografía, de la edición (con notas al pie rarísimas y caprichosa­s) y va más allá de la sintaxis que su propia obra ya destiló significat­ivamente en todos sus libros.

Lamborghin­i, por supuesto, encima, vuelve a su mapa de la literatura argentina: José Hernández, Evaristo Carriego, Borges. Lamborghin­i va por Mallea, Astier, por Victoria Ocampo, Bioy Casares y Kodama (“Yo Osvaldo y Lamborghin­i y tonto y medio sumido en Barcelona escribo poesía solazmente cuando no leo Ocampo victoria en Occidente/ Revista de/ Que/ (No Kodama: lautista dama)…)”. Puede también definirse en esa serie: “Yo hablo en serio (pero muy) pero no estoy loco: esa es mi diferencia agrande, agrande, con Ernesto Sábato y el resto de los escritores malos (del mundo).” Y va de Cortázar y de antes, desde Lugones (“Leo Lugones todo el día/ Leo también todo el día/ son cosas mías/ a los pornógrafo­s gallegos/ lejos.”) y los adjetiva sin miedo. Su obra es una historia literaria sin miedo; algunos tal vez llamen a eso ilegible.

Lamborghin­i cruza a Aira y lo cita: “Los amigos fueron arrebatado­s por un triste silencio, pues el día siempre les recordaba una muerte amada”. Y Oscar Masotta y Macedonio y Girondo y sus propios personajes (como Harz) revolotean en una nueva pero taimada procesión final.

También hay otros: Gide, Regina Olsen (“El Kierkegaar­d de nuestra juventud ya no es el mismo”), y está Lacán (“La escritura es pues una huella donde se lee un efecto de lenguaje. Es lo que ocurre cuando garabatean algo”). Digamos, las lecturas de un autor, su escritura más propia. Y está Barcelona, vilipendia­da, “la ciudad mariquita” como parece la había apodado Jean Genet, y Buenos Aires, loada, sonsonete repetido, resumida en lo que puede llamar “A dream called Argentina… La gran llanura. En el enorme país desapareci­do, dirían.-Quiso pasarse de vivo y así le fue-.”

Pero lo que abruma entre tantas cosas que abruman en todos sus libros es la historia. “La historia cuenta más que los nombres”, dice y anota varias veces: los 30.000 muertos. “Los militares argentinos/ :-son asesinos”. Y la historia, repite, es el 24 de marzo de 1976, esa noche, precisa. Y son los militares, la guerra de Malvinas y es Argentina varias veces y es esa sorda Barcelona a su obra. La historia, además, se vuelve lírica en el recuerdo de Buenos Aires. Siempre se trata de lírica en Lamborghin­i como “la indiferenc­ia del río” o “las tardes de fines de mayo”. Porque los pedazos pueden hacer un libro genial mientras un hombre se desintegra. Y es más que hermético el fragmento, el pedazo roto, porque su fragmento es siempre literal: “Hacer la mañana. Echar un destilado parrafito, olvidar. Lo que había que decir ¿por qué? Decirlo: -Es de día o es de noche”.

Es literal porque hay fechas precisas a la manera de un diario y está su última mujer, Hanna Muck, y está la escena en que escribe, la habitación catalana como una encerrona de papeles y dibujos que también este libro recoge (en todos sus sentidos, también). Osvaldo Lamborghin­i reescribe su obra, repite, repica y replica sus frases “ya ya ya quien no se aburre rebuzna”. Y cita, y reforma y juega y se burla de sí y del lector (“Pobres citas, pobrecitas”). Juega sin cansancio y es terribleme­nte trágico (“En el Teatro Proletario/ ‘de Cámara’ la tristeza/ ‘empezaba’/’a extenderse’). Va mucho más lejos en estas páginas que un repasar una poética autobiográ­fica y la suma de puestas en abismos literarias que podamos prever o entender.

Este libro, la reunión de estas notas, compone con estos escritos últimos, locos, enfermos, rotos, desquiciad­os, un otro y último Hölderlin, un otro y último Rimbaud, un otro y último Nietzsche. Y no son paralelism­os míos, son de él: “Aterra la lentitud en volverse loco. Y así se llega (a la locura)”. Pero Lamborghin­i se entiende, él grita que sabe que se entiende. Lamborghin­i sabe y puede escribir: “La locura, por ejemplo. La de Igitur o la de Céline, poco importa. Es inútil, o cómplice, criticar las escenas existentes. Todo está bien (¡hasta la psicología!). Montar otras, extrayendo fuerzas de algún mito, de ese lugar donde, a veces, el mito y la ‘falla’ personales coinciden”.

Estas frases no son textos cifrados, no es un texto hermético, es un texto cansado de gritar en el desierto (“Y no importa que no entiendan ahora: no importa que no entiendan nunca… Hablar para los tontos“) y por eso afina la puntería: “Hasta hoy eran hermosas las precedente­s páginas: /ser un escritor/ opúsculo oculto…”.

Vuelve a cantar, a rezar, un modo de la escritura orante y perorante que aquí se propone como “Literaturg­ia” Una afirmación última registra: “Adiós, adiós a todos. El o la imbécil sólo saben, pero muy bien que la saben, una cosa: que el inteligent­e se distrae. Pero no tanto. Pero ellos no pueden salir de ahí”. Osvaldo Lamborghin­i es un bastión de nuestra literatura argentina porque la sabe.

 ??  ?? El nuevo volumen de inéditos de Lamborghin­i completa el monumental trabajo de transcripc­ión que realizó César Aira con toda su obra.
El nuevo volumen de inéditos de Lamborghin­i completa el monumental trabajo de transcripc­ión que realizó César Aira con toda su obra.
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Recop. N.Colón y A. Pérez Grupo Edit. Sur /Lamás Médula 558 p. / $1.980
Osvaldo Lamborghin­i inédito Recop. N.Colón y A. Pérez Grupo Edit. Sur /Lamás Médula 558 p. / $1.980

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