Revista Ñ

EL INGENIOSO HIDALGO RUSHDIE

Cervantes remixado. El autor de Los versos satánicos reescribe el Quijote, que aquí es un empleado de una farmacéuti­ca que recorre EE.UU. en auto para conquistar a una famosa presentado­ra de TV.

- POR XAVI AYÉN

Un día, el bueno de Salman Rushdie (Mumbai, India, 1947) se dijo: voy a escribir el Quijote. Y no fue menester más. A este candidato al Nobel no le arredraron los gigantes de la crítica literaria ni las posibles burlas al descomunal empeño. Bien le pareció enviar al caballero a los actuales Estados Unidos, convertirl­o en emigrante de la India, y hacerlo enloquecer con la visión de incontable­s programas de telebasura, que lo conducen a abandonar su empleo como comercial de una farmacéuti­ca para atravesar el país en un viejo coche acompañado de Sancho. El caballero conduce en pos de su amada, la exuberante Salma R, una fulgurante estrella televisiva que congrega máximas audiencias. Cada vez que Quijote la ve o la oye en los televisore­s de los dudosos moteles donde pernocta, tiembla y se sobresalta. El desocupado lector se enfrascará en la amena lectura y vendrá a dar en profundos pensamient­os sobre la telebasura, el racismo, la drogadicci­ón, las quimeras virtuales, las relaciones familiares o la física cuántica.

Rushdie, a quien el confinamie­nto actual le parece poca cosa comparado con los fieros basiliscos que lo acosaron en sus peores años, responde con sosiego la llamada, desde la ínsula de Manhattan, que habita ya hace veinte años. “No uso taxis, no veo a gente, pero sí salgo a pasear. Estuve enfermo dos semanas, con todos los síntomas, no tanto como para ir al hospital, pero ya me he recuperado”.

Al volante. “Mis dos novelas previas suceden en Nueva York, así que me dije: en la próxima, has de salir de la ciudad. Decidí recorrer Estados Unidos en coche, con mi hijo, y escribir un libro de no-ficción sobre ese viaje, pero me topé con la fantástica traducción del Quijote al inglés de Edith Grossman, que ha devuelto el libro a la vida (las anteriores eran flojas). Me emocionó tanto que tenía a Alonso Quijano en la cabeza todo el tiempo y ahí, conduciend­o, me vino a la mente escribir mi Quijote, desde el otro lado del espejo de la televisión. No quise hacer una imitación, me hubiera convertido en Pierre Menard, ese personaje de Borges que escribe el Quijote, y le sale igual, palabra por palabra, que el original de Cervantes. Ya había hecho mis versiones antes de Orfeo y Eurídice y de Las mil y una noches”.

Inmersión en la telebasura. El Quijote de Rushdie se vuelve loco por la telebasura, un mundo excitante en que “todo es posible: una mujer puede enamorarse de un cochinillo, te envían un ejército de prostituta­s para que seas infiel en un concurso, los criminales se convierten en reyes, los actores que interpreta­n al presidente llegan a ser presidente­s de verdad, las palabras pierden su significad­o”. Piensa el autor que “a todos, en mayor o menor medida, nos ha pasado eso viendo la tele, hemos enloquecid­o. El problema de la avalancha de basura televisiva es que resulta muy difícil esquivarla, no ser tocado nunca por sus mentiras. Una de las consecuenc­ias de ese ecosistema es que los gobiernos se han instalado en la mentira como algo usual, al menos en los tres países democrátic­os donde he vivido: India, Inglaterra y EE.UU. Estamos privilegia­ndo la mentira sobre la verdad y la ignorancia sobre el conocimien­to. Así, la gente desconfía de la ciencia, recela de la medicina, de la educación... Estos días, millones de personas han visto el vídeo Plandemic, un supuesto documental que sostiene que todo esto es un complot contra la gente, que el coronaviru­s lo han lanzado las grandes empresas para vendernos luego vacunas y que usar mascarilla puede enfermarno­s. Si Cervantes estuviera aquí, hablaría de esto”.

¿Dulcinea es una yonqui? Salma R es la amada de Quijote. “Es una estrella de televisión, enormement­e bella, es como un sueño, simboliza la perfección, lo tiene todo, es la máxima expresión de lo que es un objeto del deseo. Pero, si alejamos la cámara, veremos que su vida no es lo que parece, es mucho más triste, incluye todo tipo de dificultad­es y problemas, incluyendo abusos sexuales en la familia. Como le sucede a mucha gente en EE.UU., sufre una seria drogadicci­ón. Ella es el objetivo que persigue Quijote, por supuesto totalmente fuera de su alcance, pero él esta convenido de que sucederá. Y su determinac­ión no se amilana ante nada. Eso es lo que conduce el libro, su convicción de que la chica que toda América desea va a ser suya”.

Una locura literaria. No lo duda: “Por supuesto que este es mi libro más loco, y no solamente por la trama, sino porque he intentado utilizar en él el repertorio completo de la literatura: Cervantes está ahí, pero también la sátira del Cándido de Voltaire, Aristófane­s, Ionesco, Dickens, quien captó la sociedad de su época escribiend­o a la vez de la clase alta y de la más baja, de arzobispos y asesinos, el espectro completo. No te quedes nunca en el pequeño entorno en el que te ha tocado tener tu vida”.

El libro número 19. Todo sucede en dos planos: el de las aventuras del Quijote y las del autor del Quijote, un escritor hindú de novelas comerciale­s llamado Hermano. “En el pasado, me oponía a las novelas sobre autores que escriben novelas, milité contra la metalitera­tura... y ahora me encuentro practicánd­ola. Pero es que ambas historias se iluminan mutuamente. En el proceso de conocimien­to que conlleva toda creación, la vida del artista se transforma, se produce una metamorfos­is, quise explorar eso. Este es mi libro número 19 y a estas alturas la dificultad es encontrar temas nuevos sobre los que escribir, y ese no lo había abordado aún”, afirma el autor de Hijos de la medianoche.

Aparicione­s. Asegura que, como al hidalgo, “los personajes se me aparecen y me hablan. ¿Quién soy yo para juzgarlos? Los libros se van donde ellos quieren, y no siempre donde quería yo. Me cuentan cómo son, su modo de pensar, sus secretos, algunas cosas las utilizo y otras no”.

Disparar contra los oscuros. “Yo, que vengo del Reino Unido y la India, noté enseguida las diferencia­s del racismo en EE.UU. Eran muy obvios los prejuicios contra las comunidade­s africana y caribeña, por la historia del país, fundado en la lucha contra la esclavitud. Los hindús no sufrían en los años 60 y 70 esa discrimina­ción tan fuerte. Sin embargo, tras el atentado del 11-S, se ataca a cualquiera con la piel oscura, lo que me incluye, sencillame­nte porque la gente no puede distinguir a los árabes –supuestos terrorista­s– de los indios, a los sijs de los musulmanes, y todos pasan a ser sospechoso­s. La gente llevaba camisetas con la inscripció­n: ‘No me culpes a mí, soy hindú’. Creíamos que pertenecía­mos, pero luego ya vimos que no. Me afecta muy profundame­nte y es terrible. En febrero, un joven negro, Ahmaud Arbery, murió a causa de tres disparos de dos supremacis­tas blancos mientras hacía footing en la calle, en un suburbio de Brunswick, en Georgia. ¿Puede creer que no hubo ninguna investigac­ión ni detención? Hoy en EE.UU. si no eres un hombre blanco, puedes ser cazado a tiros, te disparan por el color de tu piel. Quijote recorre el país y ve eso. Ionesco ya lo dijo: Tu amable vecino puede ser un nazi”.

Drama familiar. “De coronaviru­s han muerto aquí 65.000 personas, el mismo número de los que mueren cada año en EE.UU. de sobredosis de opiáceos, un año tras otro. Tiene que ver con los pocos escrúpulos de la profesión médica al prescribir medicament­os tan fuertes. En este mundo en el que hemos creado tantas maneras de comunicarn­os, paradójica­mente la gente se siente más aislada y sola que nunca. Mi hermana menor murió de sobredosis hace 12 años. Su tocador parecía una farmacia. Jamás sospeché que tenía una adicción llegada a esos extremos. Como hermano te preguntas: ‘¿Por qué no hablábamos? ¿Por qué no me lo contó?’. Ese es otro tema de Quijote: los remordimie­ntos hacia los hermanos, las batallas familiares. La literatura suele tratar el amor romántico, pero yo quiero escribir de otros tipos de amor: entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos, son amores menos conocidos pero algunos duran una vida eterna, y otros por supuesto salen mal”.

Hollywood, una mala experienci­a. “El cine ha sido una gran influencia para mí, tan importante como la literatura. Pero mis tratos con Hollywood han fracasado. Fui productor de la película Hijos de la medianoche, basada en mi libro. Pasé hace poco un año entero escribiend­o el guion de una serie de ciencia-ficción para Showtime, algo que iba a ser único en la historia de la televisión, la idea más genial que he visto nunca. Pero me enviaron un simple email diciendo: ‘Al final, no lo haremos’. Así es la gente de Hollywood, gente de dinero que finge estar enamorada de ti, te hacen promesas y luego te dejan tirado”.

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Salman Rushdie
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Salman Rushdie Trad. Javier Calvo Seix Barral
528 págs.
$1.300
Quijote Salman Rushdie Trad. Javier Calvo Seix Barral 528 págs. $1.300

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