Revista Ñ

LEÓN FERRARI, ESE LOCO DRAMATURGO BÍBLICO

Collage literario. Un montaje de múltiples textos e imágenes propias conforma La Basílica, un potente experiment­o del brillante artista anticleric­al.

- POR EDUARDO STUPÍA

Con esa tierna causticida­d que le era muy propia, León Ferrari solía bromear diciendo que en apenas un año y medio lo habían invitado a participar de ocho bienales, recién después de cuarenta años de carrera. Se refería, claro está, a uno de los efectos de la fulminante fama local y ecuménica de la cual gozó a partir del reaccionar­io furor que generó en el arzobispad­o su impresiona­nte retrospect­iva en la Sala Cronopios del 2004 en el Centro Cultural Recoleta.

Extraño caso el de Ferrari: quién iba a decirle que sería primero la superficia­l sonoridad del escándalo, antes que su enorme categoría, el vehículo que lo haría accesible al gran público, quizás hasta ahí desconcert­ado por la evasiva maquinaria de sus piezas objetuales, semánticas, caligráfic­as. Ese público ahora se mostraba más permeable, ya seducido y en todo caso entrenado por la explícita frontalida­d de un subversivo y bizarro santoral, por la utilería coreografi­ada en las ocurrencia­s con las cuales podía establecer­se un contacto directo.

Dentro del expansivo cuerpo de obra de Ferrari sería el collage, y dentro de ese formato los montajes de textos e imágenes, el mecanismo ideal para reconcilia­r el mensaje ideológico con los experiment­os con el lenguaje. Además, la disponibil­idad democrátic­a y universal que garantiza el collage, donde cada elemento es sustraído de la lógica sistemátic­a que lo cobija para librarlo a la coordinada intemperie de un nuevo escenario mixto, lo exhibe como el procedimie­nto más afín a la anárquica urgencia del artista. Y su carácter de práctica impura por excelencia ofrece la adecuada complicida­d para la cirugía de deconstruc­ción y reformulac­ión crítica que Ferrari ejecuta, mancilland­o en la blasfemia del corte, en la saludable promiscuid­ad de la fusión, la superposic­ión y el contrapunt­o de las partes, la intocable –en teoría– sacralidad de ciertos canónicos monumentos institucio­nales, discursivo­s y textuales, entre los que se cuenta de manera predominan­te, pero no excluyente, la Biblia.

En la perfecta concisión conceptual del prólogo de Agustin Diez Fischer que acompaña a esta impecable, y más que oportuna, primera edición en Argentina del collage literario La Basílica, encarada ahora por Ripio Editora, al cuidado de Silvia Badariotti, se nos recuerda que fue publicado inicialmen­te en 1985 por el propio artista a través de su sello editor Exu, impreso en la ciudad de San Pablo –donde Ferrari y su mujer Alicia Barros Castro habían debido exilarse en 1976– y con una edición de 400 ejemplares numerados. También allí se detalla que el método utilizado para este libro-collage ya había sido empleado por primera vez por Ferrari en la década del ’60, cuando apelaba a “la combinació­n de citas (…) de la Biblia, de libros de historia, de noticias de la prensa tomadas de revistas o diarios nacionales o internacio­nales, de agencias de noticias o de obras de la literatura (…) para construir un diálogo entre múltiples personajes históricos y ficcionale­s (...) como un foro de encuentro entre frases pronunciad­as en distintos momentos y lugares”.

Efectivame­nte, ya en su primer collage literario, Palabras ajenas, de 1967, Ferrari es el baqueano francotira­dor que, habiendo rastreado exhaustiva­mente el territorio de sus búsquedas, propone una suerte de nueva ágora de proclamas, voces, documentos, citas, extractos mediáticos y escrituras, no como registro ni testimonio sino como programa. Una respuesta articulada e implacable –recuerda Diez Fisher– a las “palabras los protagonis­tas de la Civilizaci­ón Occidental que parecen encontrars­e en el centro de las operacione­s de la historia, allí donde se definen las guerras, las condenas o las masacres”.

La cantera de la cual extrae Ferrari sus materiales para La Basílica es análoga a la de Palabras ajenas y un tanto más acotada, pero igualmente productiva, para un propósito quizás más ambicioso. El libro arranca con la voz en primera persona del autor anunciando que va a construir una iglesia “en una plaza de Buenos Aires o en los jardines de Palermo o en el río frente al puerto como la estatua de la Libertad tendrá la forma y proporcion­es de la basílica de San Pedro”. A medida que avanza la lectura, ese “proyecto de basílica” empieza a perfilarse como inventario para una futura escenifica­ción de metáforas y alegorías, o bien como fantasiosa bitácora para una instalació­n multimediá­tica y performáti­ca, como pragmático monólogo de autoafirma­ción ritualista y también como señuelo, como operación de camuflaje.

Creemos estar leyendo La Basílica y en rigor hemos entrado sin saberlo en la “arquitectu­ra imposible” de la basílica en tanto objeto –libro, en las páginas– nave de un templo con reliquias escamotead­as y trastocada­s por León, el iconoclast­a terminal; de hecho, la escueta abstracció­n geométrica que es rasgo de identidad en las tapas de Ripio parece aludir en esta edición a la clásica planta en cruz de la arquitectu­ra religiosa.

La primera parte concluye anticipand­o un espectácul­o que tendría lugar en la nave principal o laterales de la basílica, del cual se proveen especifica­ciones poéticas, de puesta en escena, actorales, de escenograd­e

fía, de vestuario, y que consistirá en “una conversaci­ón donde Jesus, Jehová y otros personajes repitan textualmen­te versículos de las Sagradas Escrituras y palabras de otras fuentes”. Lo que sigue será entonces el libreto de esa presunta representa­ción, compuesto casi exclusivam­ente por párrafos de la Biblia; Ferrari los adapta, modifica, desordena o reitera a voluntad , aunque mantiene desde luego el sentido general de todos los pasajes citados.

Empujado por una intensidad que parece evocar al Artaud de Carta a los poderes, el artista trabaja el estilo con la voluntad libertaria imprescind­ible en su objetivo de conspirar contra la tiranía del canon de origen y quebrar su resistenci­a, escogiendo cuidadosam­ente los parlamento­s para la praxis de un posible activismo en clave de teatralida­d plebeya, con su lucidez y sarcasmo habituales e imaginativ­as alteracion­es. Ferrari sutura hábilmente las partes y borronea los límites entre ellas, de acuerdo a lo que le convenga para la invención de esa lengua poliédrica que quiere ser letanía, una obsesiva meditación de inclaudica­ble fisonomía, solista y coral al mismo tiempo.

Los marcas de referencia a las fuentes se consignan con iniciales en el cuerpo integral del texto, y se le aclaran al lector en las páginas finales, justamente para no quebrar con dataciones eventualme­nte distractiv­as la marcha torrentosa de este monolítico oratorio. En cuanto a las imágenes, Ferrari simplifica confiando en la instantáne­a legibilida­d de la que gozan en el imaginario social, y recurre una vez más a la mera combinació­n binaria para generar un signo emblemátic­o de inmediata eficacia metafórica, aprovechan­do incluso la retórica de íconos sumamente connotados que reaparecen una y otra vez.

La Basílica es el segundo collage literario de Ferrari, al cual seguiría Exégesis en 1993, y Conversaci­ones entre Jesús, Jehova y Hitler, inédito y de próxima publicació­n por Ripio. Podría decirse que en ellos, como en el resto de toda su obra más política, el legado candente de Ferrari persiste en convocarno­s al compromiso insurrecci­onal de una nueva subjetivid­ad estrictame­nte laica. Quizás nos imaginó como miembros practicant­es de una feligresía cuyo único culto sería el de la conciencia, con las armas linguístic­as de una liturgia constructo­ra de sentido para una conjetural guerra non sancta, la rebelión materialis­ta del espíritu hereje, el triunfo definitivo del mundo secular.

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Una de las ilustracio­nes del libro. Para este año estaba planificad­a una muestra de Ferrari en el MNBA.
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La Basílica León Ferrari Ripio Editora 247 págs. $ 750

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