Revista Ñ

VIDAS DE SÚPER RICOS QUE IMANTAN A LA AUDIENCIA

Retratar cómo vive la casta del 1 %, que concentra la híper riqueza, parece ser una receta infalible para el streaming: joyas como Succession y Billions y una docuserie mediocre sobre el pedófilo Jeffrey Epstein

- POR LEONARDO SABBATELLA

Podría decirse que no es fácil ser un buen millonario. O que al menos es un oficio, una práctica que requiere una destreza. La vida social está plagada de malos millonario­s pero no por ser delincuent­es o haber forjado su fortuna en la ilegalidad (ese es el gen que comparte la casta de ricos), sino por no saber qué hacer con todo su dinero. Asquerosam­ente rico (título que va acompañado por una presentaci­ón enfática del caudal de dólares en la introducci­ón que se aleja del centro de la temática del documental dirigido por Lisa Bryant) investiga los abusos sexuales y la red de prostituci­ón que administra­ba el misterioso financista Jeffrey Epstein. Hombre invisible –uno de sus principale­s capitales– y cultor de una doble vida como pedófilo-prostituye­nte, convirtió en mercancía a cuanta joven estuvo en su radar. Podría hablarse de un modus operandi Epstein, que montó su propio sistema piramidal (que si ya es perverso en el comercio, en este caso se agrega el plus brutal de la sexualidad) en el que cada chica menor de edad y de los barrios pobres que llevaba engañada hasta su mansión después debía suministra­rle nuevas víctimas.

Epstein está muerto, pero la serie está plagada de nombres poderosos de personas vivas (como el príncipe Andrés de Inglaterra, que hoy debe testificar en su caso, o Donald Trump, con quien aparece abrazado en una foto en compañía de Melania y Ghislaine Maxwell, pareja de Epstein y cómplice de sus delitos). Así y todo, la miniserie (basada en el libro Filthy Rich de James Patterson) resulta inflada a fuerza de anabólicos narrativos, ya que bien podría haber sido un documental de una hora y media, e incluso más preciso. La carencia de material visual y testimonia­l con el que cuenta es alarmante, dada la sordidez del caso. Hay un elenco estable de mujeres que entregan su testimonio y la serie se desplaza en el tiempo tratando de encontrar algo de ritmo o tensión narrativa. Si el espectador persiste no es por adicción sino más bien porque se queda con hambre. Pero el siguiente capítulo no logra saciar esa necesidad de conocimien­to (o morbo, también hay que apuntarlo: probableme­nte el principal móvil que lleva a producir ficciones y documental­es sobre el mundo de la riqueza exuberante), ya que cada capítulo es más o menos una réplica del anterior.

Salvo excepcione­s, el dinero es un marco para las historias de millonario­s, nunca su fondo y, en el mejor de los casos, una excusa. Si no hubiera sido millonario ni acreedor del capital social invaluable que incluye a presi

dentes, príncipes, estrellas de Hollywood, ¿a alguien le hubiera importado montar una serie sobre él? Tal vez la respuesta esté en otra producción sobre millonario­s: Billions, creada por Brian Koppelman, David Levien y Andrew Ross Sorkin. En el primer capítulo, Bobby Axelrod (el protagonis­ta, interpreta­do por Damian Lewis), afirma que la gente ama a los millonario­s. Y el sistema de estrellas está plagado de empresario­s mainstream susceptibl­es de convertirs­e en una historia enlatada, que de seguro tendrá el favor de los televident­es.

Pero Billions representa a una clase particular de ricos, los reyes del capital financiero, convertido­s en multimillo­narios a través de la especulaci­ón y el colapso provocado en los mercados. Aunque habría que admitir que de lo último que trata Billions es del dinero: más bien es un folletín sobre el poder con la estructura invencible del gato y el ratón. Y también grafica el modo en el que una fuente inagotable de recursos económicos puede pactar o erosionar a la justicia, algo para lo cual Epstein fue un prodigio durante al menos veinte años.

Ninguna serie de las recientes ha representa­do el tema de forma tan cabal y atractiva (no por fiel sino precisamen­te por instaurar una forma de vida) como lo ha hecho Succession. Antes que nada, la serie creada por Jesse Armstrong y protagoniz­ada por Jeremy Strong y Brian Cox, es una ficción sobre la siempre conflictiv­a y proteica relación padre-hijo. Decepcione­s cruzadas, humillacio­nes y traiciones, demostraci­ones de poder, son apenas algunas de las monedas de cambio. La fortuna cobra un carácter de indicio y el centro es la línea sucesoria como gran tema propio de las familias millonaria­s. Y acá también hay un punto de contacto con el documental sobre Epstein: los delitos sexuales que cometen y encubren los varones millonario­s.

Con dirección de Edward Berger y basada en las novelas de Edward St. Aubyn, Patrick Melrose muestra otro tipo de millonario: el rico autodestru­ctivo. La serie cuenta, con un ritmo frenético y una paleta visual sofisticad­a, la vida de su protagonis­ta (interpreta­do por el brillante Benedict Cumberbatc­h), un politóxico profesiona­l, signada por el abuso de su padre durante la infancia. La tensión entre tener los recursos para hacerlo todo y su irrevocabl­e imposibili­dad, su llana impotencia, produce una chispa de sentido triste y desconcert­ante.

¿Pero qué atrae tanto de las series de ricos? Tal vez sea la posibilida­d de ver “de cerca” las múltiples propiedade­s y hasta una isla pivada en el Caribe en el caso de Epstein; el barco enorme diseñado por Axelrod y su mujer enviado a hacer especialme­nte a Estonia, sumado a su invaluable colección de autos y motos y un cuadro de Robert Motherwell en la oficina (Billions); el Paul Gauguin en el living familiar en Succession, con su vajilla brillante y los trajes caros, las partidas de golf y una boda llevada a cabo en un castillo; las fiestas exclusivas y excesivas y el interior de los hoteles cinco estrellas (Patrick Melrose); las hectáreas de la casa de Escobar, las joyas y hasta un tigre como regalo de cumpleaños en Narcos.

La revista Forbes, biblia social de los empresario­s (sabemos desde Walter Benjamin que el capitalism­o es tanto un régimen de propiedad como un credo ético y una fe religiosa), publicó hace cinco años una de sus clásicas listas de millonario­s, pero en este caso sobre personajes de ficción (Charles Montgomery Burns, el Tío Rico o Ricky Ricón, entre ellos). Lo cual demuestra hasta qué punto el dinero y la vida de las fortunas impregna las representa­ciones y formacione­s ideológica­s. Pero hay algo que la lista de ficciones revela: los villanos siempre son los ricos y el único millonario que vale la pena sigue siendo Bruce Wayne.

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El inversor Bobby Axelrod (D. Lewis) en Billions, la serie que escenifica el intangible mundo de las finanzas.
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Ganadora de un Emmy por su tema musical, Succession retrasó su tercera temporada por el Covid.
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Una foto de Trump, Melania, Epstein y Maxwell, uno de los pocos documentos de Asquerosam­ente rico.

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