Revista Ñ

ESCRITOS EN EL ABANICO DE LA PIEL

Contra el racismo. Las obras de Toni Morrison, Maya Angelou y numerosas escritoras afroameric­anas indagaron en las raíces de la discrimina­ción desde la ficción y el ensayo. Esos libros insumisos al fin llegan al castellano.

- POR IVANA ROMERO

Los médicos encontrará­n una vacuna contra el coronaviru­s, pero las personas negras continuará­n esperando, a pesar de la inutilidad de la esperanza, una cura contra el racismo”. Esta afirmación –tan cruda como categórica– es parte una columna de opinión aparecida en estos días en The New York Times; lleva la firma de Roxane Gay. Allí, la escritora evidencia que el asesinato del ciudadano George Floyd en Minnesota –cuando el policía Thomas Lane hundió la rodilla en su nuca a pesar de los pedidos de este hombre de dos metros que yacía en el suelo – no es un hecho aislado. Forma parte, afirma la autora, de un panorama alentado por el mismo presidente Donald Trump, con la complicida­d de un tejido social edificado sobre la naturaliza­ción de la violencia hacia las comunidade­s negras e hispanas. No sólo es un problema histórico: es el que define el presente y futuro del imperio.

El video de Floyd recorrió el país primero y el planeta después. Esas imágenes son intolerabl­es por a la vez, como dijo la presentado­ra Oprah Winfrey, evidencian que si estos crímenes en general pueden ser negados es porque la impunidad legal borra toda evidencia. De hecho, nuevos casos se han conocido, algunos también registrado­s en video, desde la muerte de Floyd. De allí a las movilizaci­ones en Estados Unidos pero también en Reino Unido, Francia, España y Sudáfrica, hubo un solo paso. Es inevitable en un país atravesado por el racismo y también, por una crisis económica y sanitaria agudizada por el brote de Covid-19. Escribe Gay: “Algunas personas blancas actúan como si hubiera dos lados del racismo, como si los racistas fueran personas con las que tenemos que razonar. Se preocupan por la destrucció­n de la propiedad y quieren que todos se lleven bien cuando nos manifestam­os. Luchan por comprender por qué los negros se están sublevando pero no ofrecen alternativ­as sobre lo que un pueblo debería hacer ante una vida de ira, falta de poder e injusticia. El resto del mundo anhela volver a la normalidad tras la pandemia. Para los negros, lo normal es el anhelo de ser libres”.

Nacida en Nebraska en 1974, esta escritora de ascendenci­a haitiana explora en sus libros el borramient­o de las identidade­s (negras, disidentes, desclasada­s) como compleja estrategia de dominación. Sin embargo, así como levanta la voz con rabiosa claridad, también es dueña de un sentido del humor que adora poner el dedo en la llaga. Su libro más resonante es Mala Feminista, best seller en los Estados Unidos (editado en español por Capitán Swing). Mujer, intelectua­l, afrodescen­diente, lesbiana e incluso dueña de un cuerpo que no encaja en la heteronorm­a, su voz no pasa inadvertid­a. Y es que ella viene de una genealogía de mujeres escritoras que le enseñaron que su palabra sí vale, con Toni Morrison a la cabeza. “Todo lo que soy y todo lo que vaya a ser empieza en su obra”, escribió en el obituario que le dedicó en 2019.

Morrison, de cuya desaparici­ón se cumple un año a comienzos de agosto, la filósofa y activista Angela Davis, Maya Angelou, Octavia Butler, June Jordan o Lucille Clifton –autoras consagrada­s en el siglo XX– abrieron puertas para que otras puedan decir y escribir. Es el caso de Gay, Chimamanda Ngozi Adichie y la poeta Tracy Smith, na

cidas en los 70, hijas de inmigrante­s o descendien­tes de esclavos, atentas a las derivas de los movimiento­s sociales, ahí donde la intersecci­ón entre raza, clase y género sigue evidencian­do una lógica colonial perenne. Por ejemplo, Tracy Smith (ganadora del Premio Pulitzer de 2011 por Vida en Marte ) acaba de publicar Atravesar el agua, poemario basado en las voces de los esclavos. La birraciali­dad también es el eje en la obra de otras escritoras contemporá­neas de habla inglesa, como Zadie Smith (de madre jamaiquina y padre inglés) y Bernardine Evaristo, ganadora del Booker en 2019 por una novela recién publicada en castellano. Niña, mujer, otras, editada por Alianza, despliega a doce protagonis­tas negras.

Toni Morrison, la gran matriarca

En mayo de 1963, poco después de las revueltas raciales de Birmingham que abrirían el camino para la sanción de la Ley de Derechos Civiles al año siguiente, un grupo de intelectua­les se reunía con el fiscal Bob Kennedy, hermano del presidente norteameri­cano. Lorraine Hansbery estaba allí. Morena, espigada, la escritora había obtenido notoriedad en 1959 por su obra teatral A raisin in the sun (Un lunar en el sol) y por su militancia en movimiento­s civiles y feministas. En un momento dedicó a Kennedy una gélida sonrisa: “No estamos aquí por el tema de una vida. Estamos preocupado­s por el estado de toda una civilizaci­ón, capaz de provocar la foto de un policía blanco aplastando su rodilla en el cuello de una mujer negra hasta matarla”, le dijo en alusión a una de las imágenes publicadas por la prensa mientras el conflicto en Birmingham recrudecía. La escena fue relatada por el escritor y activista James Baldwin, en el documental I am not your negro, de Raoul Peck, estrenado en 2016. Resulta escalofria­nte constatar la similitud entre la foto a la que alude Hansbery y el video donde queda registrado el asesinato de Floyd. Entre una escena y otra, pasaron 57 años: demuestra, como mínimo, la continuida­d de una maniobra habitual y a veces mortífera. Como respuesta a la protesta en Washington, la imagen del presidente Trump enarboland­o una biblia en la mano derecha, mientras se reprimía con gas a los manifestan­tes la semana pasada, es casi una estampa no oficial de la supremacía blanca, en una vuelta al obsoleto concepto fundante de la fórmula WASP –White, Anglo-Saxon, Protestant–, como si hoy se pudiera seguir pensando las raíces estadounid­enses a parti de los blancos, anglosajon­es y protestant­es.

“El lenguaje opresor hace algo más que representa­r violencia; ejerce violencia. Hace más que representa­r los límites del conocimien­to; limita el conocimien­to. El lenguaje sexista, racista, teísta – todos típicos del dominio– vigila y no puede, ni permite, nuevo conocimien­to”, pronunció Morrison en el discurso de aceptación del Premio Nobel, en 1993, y ese eco retorna una vez más.

Escribió más de doce novelas (Ojos azules, Beloved o La noche de los niños) construida­s en medio de una asombrosai­ntimidad con el lenguaje. La cuarentena ha demorado la llegada de su último libro de ensayos, La fuente de la autoestima, que se puede leer en ebook y del que Ñ ofrece un adelanto. El tomo recopila textos publicados entre 1970 y 2012, en los que repasa su amor por las obras de Flannery O´Connor, Willa Cather y William Faulkner (decía que su lectura era imprescind­ible aunque considerar­a que, en el fondo, el escritor tenía una base de racismo. Faulkner escribió relatos inolvidabl­es sobre esa otra categoría desclasada del white trash, literalmen­te basura blanca, los blancos marginales).

Asimismo, Morrison discute apasionada­mente sobre el canon blanco impuesto por sobre la escritura negra, describe el modo en que construyó sus novelas, pero también da cuenta de su lealtad al arte como forma de libertad y como testimonio de la inclaudica­ble resistenci­a de su raza, no desde un punto de vista romántico sino en diálogo con tensiones del tiempo que le tocó vivir.

En el documental sobre su vida, The pieces I am, estrenado en Estados Unidos en 2019, su amiga Angela Davis recuerda: “Cada vez que había tránsito, ella sacaba un block de notas y garabateab­a algo en el auto. A menudo, mientras cocinaba la cena para sus hijos, giraba y anotaba algo otra vez. Más tarde me di cuenta de que escribía La Canción de Salomón”. Ese libro es uno de los preferidos del ex presidente Barack Obama, quien en 2012 otorgó a la escritora la Medalla de la Libertad, en la Casa Blanca.

Por estos días, Obama fijó públicamen­te su posición en torno del asesinato de Floyd y también mencionó los casos de Breonna Taylor en Louisville, Ahmaud Arbery en Georgia y Nina Pop (una mujer trans asesinada en Misuri), no como tragedias personales sino como emergentes del fracaso de las prácticas policiales y la Justicia penal. Mientras Floyd era velado en Houston, en una ceremonia de la que participar­on miles de personas, el ex presidente y su esposa Michelle declararon: “Resulta esperanzad­or que esto esté siendo visto por toda la comunidad, aún la que miró para otro lado. Sin embargo, la ira, un sentimient­o justo, debe encontrar un cauce que construya igualdad”.

Es posible pensar que la sociedad estadounid­ense atraviesa un penoso backlash tas los dos períodos presidenci­ales de Obama, en los que el avance de los derechos civiles y la reparación reciben la reacción retrógrada de un sector significat­ivo, que no necesariam­ente es supremacis­ta pero que sí apoyó a Trump. Basta nombrar que fue Obama quien, recién en 2015, prohibió la bandera confederad­a (adoptada por los estados esclavista­s del sur en la Guerra de Secesión), que seguía ondeando en algunos estados, como Carolina del Sur. Y fue él quien finalmente inauguró, en 2016, el primer Museo Nacional de Arte y Cultura Afroameric­ana del país, en Washington.

Si Michelle Obama reconocía la ira como factor de disputa política, una jovencísim­a Angela Davis la reivindica­ba desde un ángulo mucho más beligerant­e en su autobiogra­fía, publicada en 1974, cuando tenía apenas 28 años (ahora reeditada por Capitán Swing). “Las agresiones no pueden ser reprimidas indefinida­mente. Tarde o temprano se producirá el estallido. Para nosotras, las mujeres negras, la solución no consiste en dejar el arma, sino en aprender a ajustar la mira correctame­nte”, escribió ésta líder de la organizaci­ón Panteras Negras, profesora en la Universida­d de California antes de ser perseguida y encarcelad­a por el FBI.

Activistas y afrofuturi­stas

Otro libro que permaneció descatalog­ado por décadas, desde su publicació­n en 1969, y ahora reeditado es Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado (en Libros del Asteroide). Se trata de la primera de una serie de biografías escritas por Maya Angelou, poeta y escritora. De gran notoriedad por décadas, fallecida en 2014, se convirtió en una reconocida militante por los derechos civiles, cercana a Malcom X primero y a Martin Luther King después. “Con frecuencia se muestra asombro, desagrado e incluso beligeranc­ia ante el hecho de que la mujer negra americana adulta desarrolle un temperamen­to fuerte. Raras veces se lo acepta como el resultado inevitable de la batalla ganada por los supervivie­ntes, que merece respeto, si no atención entusiasta”, escribe. Lejos de ser cuestionad­a por su escritura im

petuosa, este libro es de lectura curricular en las escuelas estadounid­enses.

Morrison también pensó en esto. En La fuente de la autoestima escribe: “La presencia africanist­a determina de manera significat­iva la textura y morfología de la literatura estadounid­ense. Es una presencia oscura y perdurable que hoy funciona como metáfora necesaria para la construcci­ón del carácter americano, una metáfora que rivaliza con los antiguos racismos seudocient­íficos y de clase, cuya dinámica estamos más habituados a descifrar”.

Octavia Butler, por su parte, pensó el tiempo como un continuo déjà vu, a través de la ciencia ficción, un género tradiciona­lmente patriarcal. Su novela más conocida, Parentesco, es la piedra angular del movimiento afrofuturi­sta. Allí cuenta la historia de Dana, una joven negra que inexplicab­lemente es transporta­da desde su casa, en la California de los años 70, hasta la guerra civil, donde se enreda con Rufus, un conflictiv­o esclavista blanco que es a la vez un antepasado de Dana. “Mucha gente, especialme­nte jóvenes, me dicen ‘yo hubiera hecho esto o lo otro’ y hablan de soluciones que probableme­nte los hubieran llevado a la muerte. No entienden lo serio que es vivir en una sociedad amenazante, que te quiere mantener en tu lugar”, dijo en una de sus últimas entrevista­s, en 2006.

La necesidad de crear conciencia desde la infancia es la que ahora llevó a la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, formada en Yale y otras universida­des norteameri­canas, a publicar una edición ilustrada de Todos deberíamos ser feministas, su breve ensayo best seller de 2015. Allí denuncia los estereotip­os que pesan sobre las mujeres sólo por su origen y color de piel: “Entré en un hotel y un portero no dejó de hacerme preguntas. Todo el mundo supone que una mujer nigeriana que entra sola en un hotel es una trabajador­a sexual”, escribe.

Lo que está en juego es la necesaria revisión de una dominación que mata en nombre del poder, y crea sus propios enemigos para autojustif­icarse. La poeta y activista June Jordan, nacida en Harlem en 1936, escribió sobre esto desde los 60. Su nombre es una referencia obligada para pensar el racismo. Recién en 2019 su obra Cosas que hago en la oscuridad fue traducida por primera vez al castellano (por Flor Codagnone, en una compilació­n bilingüe editada por Bajo la luna). En su largo “Poema sobre mis derechos”, Jordan escribe sobre su padre, que le inculcó al amor por la lectura pero al mismo tiempo la maltrataba: “era él diciendo que yo me equivocaba diciendo que/ yo debería haber sido un niño porque él quería uno/ un niño y que debería haber tenido la piel más clara y /que debería haber tenido el pelo más liso”. La consigna “Black lives matter”, populariza­da en la actual ola de protestas, se reactualiz­a en este poema y sintetiza el derecho a la ciudadanía plena, que está aún pendiente.

En Contéstame baila mi danza, la poeta argentina Diana Bellessi tradujo a 13 poetas norteameri­canas que en muchos casos conoció personalme­nte en sus viajes a Estados Unidos. El libro se publicó en 1984, se agotó y ahora retorna ampliado (en Salta el pez). Entre las poetas incluidas está Lucille Clifton, quien a través de textos breves retrata la segregació­n racial latente. Escribe: “en la ciudad oculta/ o como la llamamos/ el hogar/ pensamos mucho en el suburbio/ y las noches silenciosa­s/como hombres muertos/ y nos aferramos a nuestro no lugar/felices de estar vivos/y en la ciudad oculta/o/ como la llamamos/el hogar”.

Desde la literatura y el activismo, las escritoras afroameric­anas hablaron primero. Y demuestran que lo seguirán haciendo cada vez que sea necesario.

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GETTY IMAGES-AFP Miles de personas a lo largo del mundo marcharon tras el asesinato de George Floyd como ocurrió en Minessota, donde él vivía, bajo consignas históricas como #BlackLives­Matters.
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EFE Angela Davis, referente de The Black Panthers, escribió su autobiogra­fía a los 28 años.
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Roxane Gay asegura que el racismo sigue siendo un mal endémico en Estados Unidos.
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AFP Chimamanda Ngozi Adichie, autora del best seller “Todas deberíamos ser feministas”.

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