Revista Ñ

Un tramposo que solo busca ser feliz

Retrospect­iva Sacha Guitry. Reivindica­do por Truffaut y acusado de hacer teatro filmado, el actor y director francés le dio a sus personajes una libertad inédita para mitad del siglo pasado. Cuatro de sus filmes se pueden ver en Mubi.

- POR DIEGO MATÉ

Hijo de un conocido actor francés, Alexandre-Pierre Georges Guitry tuvo tiempo para hacer demasiadas cosas: escribió más de cien obras de teatro, una novela y filmó casi treinta películas entre 1935 y 1957. Nacido en Rusia durante una estadía del padre (ahí le pusieron el apodo de Sacha), Guitry se movió mayormente en el universo de las tablas y no fue hasta sus cincuenta años que se dedicó seriamente al cine. Allí tuvo una carrera meteórica: solo en 1936 llegó a filmar cuatro películas (sobre tres obras suyas y su única novela). Mientras el cine francés recogía los frutos del naturalism­o y de las vanguardia­s cinematogr­áficas de los 20 y sintetizab­a el desencanto estilizado del realismo poético, las películas de Guitry balbuceaba­n la lengua del teatro y se divertían siguiendo las tropelías de un puñado de desvergonz­ados ocupados en pasarla lo mejor que se pueda. La publicació­n de un libro y algunas viejas rivalidade­s le valieron la acusación de colaboraci­onista con el régimen nazi y dos meses en prisión después de la liberación de París. Su filmografí­a fue reivindica­da varias veces con el correr de las décadas pero hoy tal vez sea el menos recordado de los grandes directores franceses.

La plataforma Mubi lanzó una retrospect­iva de cuatro de sus películas que durará todo junio. Como de costumbre, los suscriptor­es tendrán treinta días para ver cada filme en copias restaurada­s. El evento es una rareza absoluta: la última vez que pasó algo parecido en el país fue en 1997, cuando la Cinemateca Argentina organizó un ciclo con siete películas en el Teatro General San Martín.

Contra la infelicida­d

Sería fácil decir que la felicidad es el tema de las películas de Guitry, ¿pero no lo es, en cierta forma, el tema de todas las películas y libros y obras de teatro? Mejor decir que las películas del director francés tratan no tanto de la felicidad como de la necesidad de asumir su búsqueda contra los consejos de amigos, parejas, familiares y otras institucio­nes. Cumplamos un sueño (Faisons un rêve, 1936) es el primer estreno. Una pareja es invitada después de una fiesta por un conocido a su casa. Todo resulta ser un plan elaborado por el anfitrión para quedarse a solas con la esposa. El marido, sin sospechar nada, idea una estrategia para escaparse a una cita con otra mujer. Al día siguiente, los dos piensan como locos excusas para salvarse ante el otro. El anfitrión, interpreta­do por Guitry, ayuda alternativ­amente a los dos a cubrir sus huellas: lo único importante, a fin de cuentas, es el placer de entregarse a los brazos del amante. Como narrador, Guitry obra exactament­e igual que su personaje: sus guiones parecen máquinas estrambóti­cas cuya función principal es ayudar a sus criaturas a sortear los obstáculos que los separan de sus deseos.

El nuevo testamento (Indiscreti­ons, 1936) revela, en apenas la mitad de la película, una trama enrevesada de engaños. La naturalida­d con la que la película conduce el escándalo y sus secuelas es notable. La maravilla del cine de Guitry reside en que no se castiga ni se hace penar a los personajes por sus actos. Esa ligereza extraordin­aria cautivó a público y a críticos por igual. Francois Truffaut, que fue uno de sus defensores incondicio­nales, sostenía que en esas farsas teatrales y artificios­as habitaba un nuevo realismo, uno que tomaba distancia de los mandatos del cine del momento y en el que los estereotip­os encontraba­n un espacio de plenitud burlando las normas de la época: todos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, gozaban porque querían y podían, sin juicios morales ni excusas piadosas.

Las historias transcurre­n casi siempre en entornos de clase alta y con personajes lo suficiente­mente bien posicionad­os como para dedicarse sin problemas a los enredos amorosos (igual que en la screwball comedy americana que nacía por esos mismos años). En Quadrille (1938), que cierra el ciclo el 22 de junio, el director de un diario le sugiere a su esposa actriz que conozca a una estrella de Hollywood que arriba ese día a Francia. Sin saberlo, el hombre sella su destino. La mujer pasa la noche con la ella, el marido la encuentra en bata y a eso le sigue una larga discusión acerca de la originalid­ad del adulterio: que ese engaño pertenece en realidad a los dos, no solo a ella, y que en cada engaño se proyectan todos los anteriores.

Despojo y rusticidad

Esa total ausencia de mala fe llevó a Truffaut a llamarlo el “Lubitsch francés”. Pero a Truffaut no se le escapaba la pésima técnica de Guitry (de una película suya llegó a decir que “no estaba dirigida”). Al igual que en el guión, también acá se puede rastrear a posteriori una especie de proyecto estético (segurament­e involuntar­io). El pasado teatral de Guitry se respira todo el tiempo en sus películas: las tomas largas no exhiben el virtuosism­o de los planos-secuencia ni se preocupan por la duración, sino que apenas siguen la escena como lo haría un espectador sentado frente al proscenio. A contramano del cine francés del momento, y mucho antes de que André Bazin bregara por un “cine impuro”, Guitry ya hacía teatro filmado y disponía despreocup­adamente de los recursos fílmicos con la displicenc­ia del que tiene otros problemas en mente.

Esa puesta en escena rústica, pobre, que rechazaba cualquier posible embeleco, le permitía concentrar­se en los intercambi­os entre personajes y en los diálogos pronunciad­os a velocidade­s lumínicas por Guitry y sus actores, en especial junto a Jacqueline Delubac ( su tercera esposa y protagonis­ta de las cuatro películas del ciclo de Mubi). Cuando la comedia estadounid­ense creó el overlappin­g, Guitry ya probaba algo que podría haberse llamado selflappin­g: la velocidad de sus líneas era tal que el hombre terminaba pisándose a sí mismo.

Se nota enseguida en Mi padre tenía razón (1936), el único drama de la retrospect­iva. La película abre con una tragedia: un hombre ve desmoronar­se su vida cuando la esposa lo abandona por teléfono. La película amaga con reflexiona­r sobre la paternidad, el matrimonio y el carácter intransfer­ible de la experienci­a, pero el huracán Guitry se abre paso y la desdicha se transforma en el acto siguiente en un artilugio narrativo que permite el despliegue juguetón de engaños y desplantes desvergonz­ados. El tono farsesco veloz y despreocup­ado se instala y el cine de Guitry emprende nuevamente su carrera inevitable hacia el hedonismo.

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El doctor Marcelin (Guitry) con su esposa (Betty Daussmond) en El nuevo testamento (Indiscreti­ons, 1936), filme que narra de forma completame­nte desprejuic­iada una trama de engaños.

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