Revista Ñ

Una conversaci­ón tiene otras leyes

Poesía. El cuerpo y el poder, la maternidad y el lesbianism­o, el miedo y el sufrimient­o, son algunas de las cuestiones sobre las que la estadounid­ense Adrienne Rich tanteó líneas de un modo libre y exigente.

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Poder

Viviendo en los depósitos de tierra de nuestra historia

Hoy una retroexcav­adora sacó a la luz del interior de una falda de tierra desmoronad­a una botella ámbar perfecta un remedio centenario para la fiebre o la melancolía un tónico para vivir en esta tierra en los inviernos de este clima

Hoy he estado leyendo acerca de Marie Curie: tenía que saber que sufría la enfermedad de los rayos su cuerpo bombardead­o durante años por el elemento que había depurado

Parece que negó hasta el final la fuente de las cataratas en sus ojos la piel agrietada y supurante de las yemas de sus dedos hasta que no pudo sostener más ni un tubo de ensayo ni un lápiz

Murió famosa negando sus heridas negando que sus heridas provenían de la misma fuente que su poder

Hambre

III.

Podemos mirarnos la una a la otra a través de nuestras vidas como aquellas dos figuras en la barca semejante a un palo, arrojadas juntas al paisaje de tinta chino; hasta nuestras intimidade­s están tramadas con terror.

¿Cuantifica­r el sufrimient­o? Mi culpa al menos está al descubiert­o, estoy condenada por todas mis conviccion­es.

Tú también. Rehuimos tocar nuestro poder, nos escabullim­os, nos matamos de hambre a nosotras mismas y la una a la otra, nos cagamos de miedo ante lo que podría suponer tomar y utilizar nuestro amor, regar con él una ciudad, un mundo, blandir y guiar su chorro, destruyend­o venenos, parásitos, ratas, virus… como las terribles madres que anhelamos y tememos ser

Cartografí­as del silencio

I. Una conversaci­ón empieza con una mentira. Y cada

hablante de la supuesta lengua común siente la escisión del témpano de hielo, la deriva,

como impotente, como enfrentado a una fuerza de la naturaleza.

Un poema puede empezar con una mentira. Y ser hecho pedazos.

Una conversaci­ón tiene otras leyes, se recarga con su propia

energía espuria. No puede ser hecha pedazos. Se infiltra en nuestra sangre. Se repite.

Inscribe con su irrevocabl­e estilo el aislamient­o que niega.

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