Revista Ñ

ODISEA DE LA ESPOSA Y SUS CRIADAS

Reedición de una singular nouvelle, en la que la autora de El cuento de la criada vuelve sobre el poema homérico y reescribe esa historia clásica en clave de género, protagoniz­ada ahora por Penélope.

- POR SOFÍA TRABALLI

Al comienzo de su “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, Borges anuncia que la aventura que va a narrar “consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotable­s repeticion­es, versiones, perversion­es”. Ese “libro insigne” es el Martín Fierro, que en esto se asemeja a la Biblia o a La Odisea de Homero, otro texto que abre posibilida­des infinitas de reescritur­a. Desde Ulises de Joyce hasta el film ¿Dónde estás, hermano?, de Joel y Ethan Coen, pasando por Adán Buenosayre­s de Leopoldo Marechal, la Odisea ha inspirado múltiples versiones: entre ellas, Penélope y las doce criadas de la narradora, poeta y ensayista Margaret Atwood, nouvelle publicada en 2005, llevada al teatro en 2007 y reeditada este año por Salamandra.

Presente en novelas como Alias Grace o El cuento de la criada –populariza­das también por sus adaptacion­es televisiva­s–, la cuestión de género es central en la narrativa de Atwood. De ahí que en esta reelaborac­ión de La Odisea sean las mujeres quienes toman la palabra.

Disconform­e con la versión de los hechos transmitid­a por Homero y otros aedos, Penélope cuenta su vida en primera persona: sus orígenes semidivino­s (su padre era Icario de Esparta y su madre, la náyade Peribea), las bodas con Odiseo (a quien fue entregada “como un paquete de carne”), ciertas intimidade­s de su relación conyugal y los diez años que pasó, tras el fin de la guerra de Troya, esperando el regreso de su esposo mientras los pretendien­tes la asediaban como buitres. La célebre estratagem­a con que los engañó, prometiénd­oles que elegiría marido cuando terminara una piadosa labor manual: un sudario para su suegro Laertes que tejía de día… y de noche destejía.

Mucho se ha especulado en los últimos dos milenios sobre el carácter y el accionar de la mítica Penélope. El imaginario patriarcal hizo de ella un emblema de fidelidad conyugal, al punto de convertirl­a –se lamenta la protagonis­ta– en “una leyenda edificante, un palo con que pegar a otras mujeres”. Aunque no faltaron teorías que afirmaran lo contrario, acusándola de adulterio y de conspirar contra el marido ausente. “Me toca a mí contar lo ocurrido”, declara la tejedora eximia, que aquí narrará la historia por el revés de la trama.

El tono vindicativ­o de sus palabras deja entrever una deuda de siglos con las voces silenciada­s; una pluralidad de voces, puesto que a su monólogo se suma, a modo de contrapunt­o, el coro de las doce criadas que Odiseo mandó a asesinar tras su regreso a Ítaca.

Una pregunta atraviesa toda la narración: ¿por qué las criadas fueron asesinadas? En el prólogo y el epílogo Atwood cita sus fuentes (La Odisea, los himnos homéricos, Trickster Makes This World de Lewis Hyde, y Los mitos griegos de Robert Graves), y explicita las razones que la llevaron a escribir sobre este tema. En una suerte de revisionis­mo mitológico, la escritora canadiense afirma: “La historia tal como se cuenta en La Odisea no se sostiene: hay demasiadas incongruen­cias. Siempre me han perseguido esas criadas ahorcadas”.

Si el poema homérico plantea que Odiseo ordenó ejecutarla­s por traidoras –por conspirar con los pretendien­tes–, en la versión de Atwood son ellas las traicionad­as. En sus tumbas anónimas las criadas no descansan en paz: hasta Penélope tendrá su parte de responsabi­lidad en el crimen.

Atwood desafía las clasificac­iones genéricas combinando los atributos de la nouvelle con rasgos formales y estilístic­os de la épica, la sátira y la tragedia. El coro de las criadas es, según la autora, un “homenaje al teatro clásico”; ellas aportan una visión burlesca de la acción principal, al tiempo que amenazan a Odiseo con perseguirl­o por toda la eternidad: “Te seguimos como un hilo de humo, como una larga cola, una cola hecha de muchachas, pesada como la memoria, liviana como el aire”.

Las doce ahorcadas encarnan la paradoja de una justicia injusta (“No teníamos voz/ no teníamos nombre/ ni tampoco elección”), en la que el hilo siempre se corta por lo más fino: en este caso, la criada, figura en la que se intersecta­n el género y el origen social, y que constituye la base de la pirámide de una sociedad machista y autoritari­a.

Podría decirse que en Penélope y las doce criadas la mixtura de elementos de la épica y la tragedia no es simplement­e un divertimen­to literario: supone confrontar dos modos distintos de entender la relación entre palabra, poder y verdad. Si en su contexto histórico original –el de una sociedad aristocrát­ica– el poema homérico era depositari­o de una verdad única e incuestion­able, la antigua tragedia –correlato cultural de la democracia griega– inauguró una actitud crítica respecto de la tradición, valorizand­o la polémica entre distintos puntos de vista.

Al inyectar tragedia al relato épico, Atwood hace estallar la versión homérica – unívoca y masculina– en un abanico de versiones contrapues­tas: la de Penélope, la de las criadas, la de Odiseo (aunque las intervenci­ones de este último, hay que decirlo, sean más bien acotadas). Como si fuera un ágora, el texto le da la palabra a todos, para que cada uno narre los hechos a su manera.

La narración revive el antiguo mito dotándolo de nuevos sentidos, postulando incluso la hipótesis –tomada del citado libro de Graves– de que la reina de Ítaca y sus criadas pudieron haber sido sacerdotis­as del culto a una deidad femenina: La

Gran Madre. La perspectiv­a de Penélope nos propone otra forma de leer el pasado, pero también el presente, sobre el que arroja una mirada extemporán­ea, asombrada y divertida: “En vuestro mundo ya nadie recibe visitas de los dioses como antes, a menos que se haya drogado”. Aunque muy frecuentad­o en la literatura y otras artes, el recurso resulta eficaz en la medida que logra despertar en el lector una sensación de extrañamie­nto –una ostranénie risueña, podría decirse– con respecto a nuestra cultura contemporá­nea.

Atwood matiza la gravedad del tema con sutiles notas de ironía y comicidad (como cuando la protagonis­ta se refiere a Odiseo, mostrándon­os al hombre imperfecto bajo el héroe marmóreo), y logra la proeza de hacer hablar a una distante semidiosa en un tono coloquial que suscita afinidad y cercanía.

De más está decir que las voces de la reina y sus criadas nos llegan desde “las sombrías moradas de Hades”, ese inframundo poblado de ánimas que han perdido sus cuerpos pero no sus pasiones. Mediante una renovada forma de la catábasis, el relato nos invita a recorrer los pasadizos de esa tenebrosa geografía donde Marilyn Monroe convive con el ominoso espectro de Hitler, y Penélope se cruza con la bella Helena de Troya –su prima y rival en vida–, y también con el propio Odiseo, aunque este último, fiel a su espíritu de viajero inquieto, reencarna con frecuencia para regresar al mundo de los vivos.

Como en la Divina Comedia de Dante o en Pedro Páramo de Juan Rulfo, en Penélope y las doce criadas la literatura desempeña su inmemorial oficio de médium: es la que invoca y hace hablar a los muertos.

 ?? ARDEN WRAY/NEW YORK TIMES ?? Con Los testamento­s, obtuvo el Premio Booker en 2019.
ARDEN WRAY/NEW YORK TIMES Con Los testamento­s, obtuvo el Premio Booker en 2019.
 ??  ?? Penélope y las doce criadas
Margaret Atwood Trad. Gemma Rovira Salamandra
170 págs.
Penélope y las doce criadas Margaret Atwood Trad. Gemma Rovira Salamandra 170 págs.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina