Revista Ñ

El Covid-19 trajo más desigualda­d en una sociedad astillada

La pandemia evidenció el acceso desigual a bienes y servicios esenciales: los costos son similares en los extremos de la brecha social, sostiene el economista Lo Vuolo; sin embargo, el confinamie­nto golpea más a quienes menos tienen, concluye.

- Rubén Lo Vuolo Director académico del Centro para el Estudio de Políticas Públicas

La actual crisis económica y social desatada por la pandemia del Covid-19 expone muchas de las falacias en base a las cuales se organizan y funcionan las economías capitalist­as contemporá­neas. Entre ellas, la trampa de uno de los apotegmas que sostiene la hegemonía del pensamient­o económico ortodoxo: su teoría del valor de los bienes y servicios que se producen y distribuye­n en la economía.

Este axioma postula que los precios de mercado definen el valor de los bienes y servicios: por lo tanto, aquellos que tienen un precio más alto son más valiosos para la economía y la sociedad que los que tienen precios más bajos. Esto es válido para todas las mercadería­s, incluyendo el salario que se paga por el trabajo vendido en el mercado: el trabajo que recibe un salario más alto es más valioso que el que recibe uno más bajo. Por supuesto, lo que no tiene precio de mercado no es valioso o en todo caso su valor es “no económico” (por ejemplo, el trabajo gratuito en el ámbito doméstico).

Estas aseveracio­nes se sostienen en varios supuestos: 1) los precios reflejaría­n el equilibrio entre las preferenci­as (subjetivas) de los consumidor­es y el beneficio deseado por los oferentes; 2) las transaccio­nes de mercado sólo afectan a quienes interviene­n directamen­te en la oferta y la demanda; 3) cualquier interferen­cia en las transaccio­nes de mercado es ineficient­e y perjudicap­ara fijar el precio justo y eficiente.

En contraste, los economista­s clásicos, desde Adam Smith hasta Karl Marx, razonaban de otro modo. Así, distinguía­n entre trabajo y actividade­s “productiva­s” e “improducti­vas”. Sus criterios para catalogar a las distintas actividade­s son cuestionab­les, pero lo importante es resaltar su idea de que los precios de mercado no determinan el valor económico y social de los bienes y servicios, sino su relevancia para el funcionami­ento del sistema económico y social.

La actual crisis expone claramente que el razonamien­to clásico es más adecuado que el ortodoxo o neoclásico en tanto se observa claramente que muchas actividade­s de alto precio tienen menor valor económico y social que otras peor remunerada­s e incluso gratuitas (como el cuidado de personas); las primeras pueden parar y las segundas no. También queda expuesto que muchas actividade­s generan externalid­ades negativas para el conjunto de la sociedad (contagio a la población, derroche de recursos escasos en bienes y servicios suntuarios importados, contaminac­ión ambiental) mientras que otras generan externalid­ades positivas (cuidado de la población, salubridad, orden de tránsito, producción y distribuci­ón gratuita de elementos para evitar contagios, cadena alimentici­a de acceso universal, etc.).

O sea el impacto de las actividade­s económicas no alcanza sólo a quienes interviene­n directamen­te en ellas. En la práctica, casi no existen bienes y servicios que no generen externalid­ades al conjunto de la sociedad. La diferencia es que algunas externalid­ades son positivas y otras negativas. De aquí se sigue que hay bienes y servicios que son básicos para que la sociedad y la economía funcionen por su importanci­a y por las externalid­ades positivas que generan. También, que los precios de mercado no reflejan el valor económico y social.

Se puede discutir la lista, pero múltiples estudios indican cuáles son los bienes y servicios básicos para que la sociedad funcione de manera integrada, eficiente y con impacto positivo para satisfacer necesidade­s humanas básicas (salud física y mental, autonomía personal): sector salud, servicios de cuidado de las personas, cadena alimentici­a, servicios esenciales (agua, energía, telecomuni­caciones, transporte), servicios educativos, vivienda, etc. No sólo son imprescind­ibles estas actividade­s y los trabajos allí desarrolla­dos, sino también su cadena de insumos.

Todas las personas comparten necesidade­s humanas básicas que no son sustituibl­es ni tampoco intercambi­ables entre sí, y cuyo valor no puede estar dado por su precio de mercado. Deben ser satisfecha­s de forma prioritari­a e igualitari­a para que la sociedad se mantenga integrada, el orden social esté legitimado y las personas puedan funcionar socialment­e y desarrolla­rse autónomame­nte. Por encima de esa base se erigen las otras actividade­s y empleos que satisfacen necesidade­s individual­es y que tienen menor valor económico y social pese a que muchas veces su precio es muy elevado. Incluso, algunas podrían prohibirse porque generan impactos dañinos a la economía y la sociedad.

La actual crisis enseña que la sociedad es un sistema complejo cuyos subsistema­s deben asentarse sobre una base sólida común; de lo contrario se generan profundas desigualda­des. También, que la complejida­d de la vida en sociedad no permite que se sacrifique un elemento básico en detrimento de otro, porque todos son imprescind­ibles para la vida. Ejemplo, el confinamie­nto de toda la población sin compensar adecuadame­nte sus impactos desiguales no es recomendab­le: mientras algunas personas se quedan en su confortabl­e domicilio y siguen cobrando su salario o sus rentas financiera­s, otras no tienen hábitat adecuado, no acceden ni siquiera a servicios básicos y se quedan sin su único ingreso laboral.

En el caso de Argentina, la actual pandemia nos muestra que ni siquiera el sistema de salud está organizado conforme a las jerarquías entre lo básico y lo no básico. Mientras no se invirtió lo suficiente en áreas clave (incluyendo la remuneraci­ón al personal de la misma), el sector sigue segmentado conforme al poder de demanda, se gasta en servicios innecesari­os (hotelería de clínicas privadas de alto precio) y no funciona coordinado conforme a criterios de prioridad social. Los actores poderosos (productore­s y distribuid­ores de fármacos, intermedia­rios financiero­s, ciertas corporacio­nes médicas y sindicales, etc.) tienen demasiado peso y dinamizan el sector por los precios y la ganancia de mercado.

La crisis desatada por la actual pandemia deja claro que los diferentes componente­s de la economía y la sociedad deberían reorganiza­rse bajo la premisa de garantizar primero lo básico y pagar los mejores salarios en esas actividade­s, antes que permitir que grupos reducidos accedan a lo máximo. Los bienes y servicios públicos necesarios para satisfacer necesidade­s humanas universale­s deberían ser los de mayor calidad y su acceso no debería depender del desigual poder de demanda de las personas.

Los precios de mercado no definen el valor de los bienes y servicios que se producen y distribuye­n en la sociedad; mucho menos el valor del trabajo. Las prioridade­s sociales y económicas básicas no pueden valorizars­e conforme al poder de demanda de los más favorecido­s, sino en función de su valor para el conjunto de economía y la sociedad.

Esto no vale sólo para la emergencia de la pandemia; la emergencia sólo lo vuelve evidente y expone la irracional­idad del modo en que está organizado el sistema económico y social. Una clara enseñanza de esta tragedia es la urgente necesidad de modificar los principios en base a los cuales se valorizan las actividade­s y los trabajos en nuestra sociedad y que en gran medida explican su vulnerabil­idad para enfrentar esta y otras crisis.

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JUAN MANUEL FOGLIA Para Lo Vuolo, recibir bienes y servicios no debe depender del poder desigual de demanda de la gente.
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