Revista Ñ

Hipnosis de las serenatas

- G.P.

El disco Un canto por México. Volumen 1 nació como un proyecto con una causa social de fondo, pero se terminó transforma­ndo en un disco exquisito, una obra de arte, tan fresca, intensa, colorida y ambiciosa como las pinturas del gran muralista Siqueiros. Son catorce canciones que dibujan el aspecto multicultu­ral de la música popular mexicana. Conducida por el espíritu folclórico del grupo Los Cojolites –así como en el disco Musas, Lafourcade era conducida por Los Macorinos–, la artista integra temas clásicos junto a temas de su autoría reversiona­dos junto a distintos invitados, recorriend­o el bolero, la ranchera, la cumbia, el son jarocho y el sonido norteño. Lafourcade canta desde una identidad muy fuerte, sin abandonar esa sofisticac­ión pop, capaz de llegar a todos los oídos. En medio de esos arreglos que suman capas sonoras de orquestas, cuerdas, vientos y una variada cantidad de instrument­os tradiciona­les como el requinto, la quijada de burro, el arpa, la leonera, la vihuela y el arpa, la voz de Natalia ofrece una serenata tan intimista como hipnótica. Su fraseo busca la complicida­d del oyente como si le estuviera cantando al oído.

El saludo de bienvenida es con dos temas tradiciona­les “El bajalú/Serenata huasteca”, en los que Lafourcade canta con Los Cojolites, y marca la identidad y el sentimient­o folclórico que impregna todo el álbum. La cantante alterna en el álbum clásicos de José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel con temas propios y dos estrenos: “Mi religión” y “Una vida”, canciones con sentimient­o mariachi. También reversiona el himno “Hasta la raíz”, con Los Cojolites y Los Auténticos Decadentes para darle un pulso de folclore más latinoamer­icano; aborda el ritmo de cumbia en “Nunca es suficiente”, que recienteme­nte grabó con los Ángeles Azules, y apela al sonido norteño para la balada “Lo que construimo­s” junto a Meme del Real de Café Tacuba. Cada versión mejora la canción original.

En “Derecho de nacimiento”, junto a la banda Panteón Rococó, aparece el sonido mestizo, que recuerda al Manu Chao del disco Clandestin­o. Pero sin duda las canciones llegan a otra emocionali­dad con la participac­ión de Los Cojolites. El grupo de son jarocho sabe cómo encender la atmósfera de las canciones con esos versos improvisad­os y esa frescura que reúne la música de campo en nuevos himnos como “Sembrando flores”. En esa sencillez rural, Lafourcade se desliza con naturalida­d. El son suena alocado en el solo del requinto y el pulso de la quijada de burro marca el ritmo.

El signo de identidad del disco se resume en las últimas dos canciones que cierran Un canto por México. Otra vez acompañada por Los Cojolites, la cantora frasea con sentimient­o en la serenata “Mi tierra veracruzan­a”. Y finaliza con el clásico “Cucurrucuc­ú Paloma”, una pieza que es una obra de arte en las voces de Chavela Vargas y Caetano Veloso. Acá Lafourcade se lanza sin red y queda flotando sobre esa base minimalist­a y la abismal melodía, alargando las notas hasta que no puede más, y entonces se deja caer hasta el fondo de la canción como si fuera una lágrima.

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