NORMATIVAS PARA VOLVER A ESCENA
La música, el teatro y los productores audiovisuales argentinos avanzaron en sus propios protocolos de trabajo, para estar listos a la voz de reapertura. ¿Cuándo vuelve la vida en vivo?
Le deleitaba comprobar al minimalista Jerzy Grotowski que nada hay por fuera del hilo intangible que une a un actor con un espectador. Una frugalidad escénica para reivindicar el vínculo entre dos cuerpos imantados (sin necesidad de escenografía, luz o vestuario). A lo largo de los años, en esa lista de imprescindibles se ha llegado a eliminar incluso al actor. El director alemán Heiner Goebbels supo materializar esa ausencia cuando en el medio de la obra Eraritjaritjaka (Teatro San Martín, 2011) su cuerpo desapareció de escena para que los espectadores pudieran seguirlo en vivo en diferentes locaciones proyectado en una gran pantalla, o aún de forma más radical en las producciones con robots encabezadas por las puestas del japonés Oriza Hirata. Para resguardar su esencia, paradójicamente el teatro ha tenido que suprimir temporalmente también la comunión entre espectadores. La primera fase del protocolo de artes escénicas presentado una semana atrás (aún en espera de aprobación por el Ministerio de Salud y sujeto a las restricciones del confinamiento) avanza inevitable hacia un teatro en el teatro pero sin público presente.
Desde todos los frentes, los teatristas llevan al menos dos meses pensando estrategias para reanudar la actividad, suspendida desde marzo –una semana antes del inicio de la cuarentena– y hoy con la crisis económica y las precariedades previas a la aparición del Covid acentuadas. Al igual que el protocolo aprobado para la música, que regula la habilitación para que los músicos profesionales puedan ensayar, grabar y hacer funciones sin público presente (concerniente también a los espacios teatrales), AADET (Asociación Argentina de Empresarios Teatrales), el Complejo Teatral de Buenos Aires y ARTEI (Asociación Argentina del Teatro Independiente), con el apoyo del colectivo ESCENA y la novísima organización pospandémica PIT (Profesores Independientes de Teatro), aunaron sus propuestas en un mismo protocolo, trabajado junto a
sanitaristas para diagramar lo que será el primer acto de la tragedia (ya implementado en algunas localidades del interior del país que no presentan casos de contagio).
Se trata de la etapa que sienta las bases en el momento más álgido de la pandemia: el ingreso del personal de cada espacio, la higiene exhaustiva, la desinfección de ambientes y objetos, el monitoreo de salud del personal, el distanciamiento de 1,5 metros entre personas (salvo entre convivientes), el uso de tapabocas hasta el ingreso a escena o de máscara facial en momentos de proximidad, un integrante del equipo cada 2,25 metros cuadrados, la posibilidad de ensayar y transmitir funciones por streaming, y horarios escalonados. Las siguientes etapas (todavía sin puestas en común por parte de las entidades) prevén la reducción de aforo o la realización de funciones al aire libre, hasta volver a la tan deseada y necesaria representación sin limitaciones.
“No queremos que el streaming aparezca como una falsa idea de que volvió el teatro en una nueva normalidad, porque además no es rentable para nadie e imposible para el teatro independiente. Lo que más nos interesa es que los actores puedan volver a los espacios con los cuidados correspondientes, porque cuando termine la pandemia no va a haber nada para estrenar, no es como reabrir un comercio”, enfatiza Valentina Fernández De Rosa, parte de ARTEI y a cargo de El Excéntrico de la 18, fundado por su madre, Cristina Banegas, en 1986. La insistencia del sector es también por la aprobación del retorno de las clases de teatro (como también ocurrió en el caso de la danza en todo el país, respaldados por el Movimiento Federal de Danza) ya que muchos de los espacios y sus docentes –gran parte, en emergencia– se sostienen económicamente más por esa actividad que por los espectáculos.
“El teatro es una actividad muy compleja y hasta que no haya vacunas va a haber que trabajar con restricciones. Este año, lo mejor que nos puede pasar es abrir en septiembre y no tener contagiados”, señala Sebastián Blutrach, asesor de contenidos de programación y producción artística del Teatro Cervantes, dueño del Teatro Picadero y expresidente de AADET. “Como en todo, en la reapertura de teatros en Italia y España se mezcla lo político y lo científico. En Europa está llegando el verano, y para esos países es fundamental abrir las fronteras porque el turismo representa el 15% del PBI. Probablemente en septiembre van a pagar el costo”.
Como en la obra de Goebbels, la virtualidad imperativa de esta primera fase habla más de la ausencia del teatro que de su presencia. La convención invadirá las tablas al punto de que los actores deberán jugar al “como si” hubiera público para diferenciar entre ensayo y función, y el ojo del espectador ya no se podrá insubordinar ante la dramaturgia escénica, unificada ahora por un encuadre despótico. Los escenarios se llenarán entre bambalinas de puras Lady Macbeth aggiornadas a la tecnología del alcohol en gel (”¡Oh! ¿No quedarán nunca limpias estas manos?”) pero por fortuna las temáticas y las formas no hablarán necesariamente del virus: incluso el costumbrismo acérrimo abre sus distancias escénicas y artificiales de cuerpos acomodados en perspectiva (los actores armónicamente distribuidos en el escenario) y el teatro sorteará, una vez más, un drama que no estaba escrito en ninguna parte.