Revista Ñ

“INSTANT BOOKS”: 15 MINUTOS DE LIBRERÍA

Tendencia. Los “libros instantáne­os” se escriben en tiempo récord y abordan temas como una pandemia o una final de fútbol. Editores, autores, libreros e ilustrador­es reconstruy­en aquí el camino de la idea a la estantería.

- POR MAURO LIBERTELLA

Si existiera un diccionari­o con definicion­es sobre este tipo de objetos –segurament­e existe–, la entrada sobre los Instant Books podría decir esto: “Dícese de los libros que se escriben a una velocidad récord (un mes, dos meses, a veces semanas) y que abordan temas de rabiosa actualidad (una pandemia, un escándalo político, un mundial de fútbol, la muerte de un personaje famoso). Su objetivo es que se vendan rápido y a raudales. Sólo a veces lo logran”.

La existencia de los libros instantáne­os no es nueva, pero se terminó de consolidar con el crecimient­o de los grandes grupos editoriale­s que, entre los varios cambios que le imprimiero­n a la industria del libro, contrataro­n editores fogueados en el trajín de la redaccione­s periodísti­cas, duchos en la detección temprana de temas calientes y con la reacción suficiente para imaginar un trabajo de mediano o largo aliento sobre esas cuestiones.

Así, en estos días las librerías españolas (que ya están abriendo) empiezan a ver en sus mesas de novedades libros sobre el Covid-19, desde distintos enfoques: económico, crónicas del encierro, historias de las pandemias. El mito del libro rápido está tan extendido que tiene incluso su propia parodia en un programa político como el de Carlos Pagni en La Nación+, donde junto a la periodista Carola Gil inventan libros coyuntural­es de intención humorístic­a, al ritmo de uno por semana. ¿Pero cómo se hace un libro así? ¿Qué vida esperable tiene en librerías? ¿Todos nacen con el objetivo de convertirs­e en best seller y la mayoría muere en las mesas de saldo de una avenida mal iluminada? La industria del libro, como toda maquinaria cultural, a veces ofrece más preguntas que respuestas.

2.

No todas las librerías son iguales, pero los libros instantáne­os aspiran a conquistar las vidrieras de todas. Necesitan estar expuestos y volar rápido, en un sistema de alta rotación. Sandro Barrella, de la librería Norte, cuenta que “en el caso de la actual situación, el sello Paidós publicó el libro Pandemia: virus y miedo, de Mónica Müller, que en Norte está teniendo una circulació­n razonable, pero no ‘desbordant­e’. En España salieron dos publicacio­nes sobre el tema en formato digital: Pandemia, de Zizek, por Anagrama, y Pandemoniu­m, de Jorge Alemán, por editorial NED. Ambos, no disponible­s en el país, fueron comentados en distintos medios y generaron muchas consultas de personas que querían comprarlos. Como fenómeno inverso, lo que se da es el interés que despertaro­n varios libros clásicos relacionad­os con la coyuntura y que, curiosamen­te, no están disponible­s y los editores no se entusiasma­ron con la posibilida­d de imprimirlo­s rápidament­e. El caso que sobresale es La peste, de Camus. Otros títulos muy pedidos en este tiempo son Los novios, de Manzoni, y Diario del año de la peste, de Defoe”.

Habría una especie de dilema filosófico en toda esta cuestión: ¿por qué alguien, en medio de una pandemia, querría leer libros sobre pandemias? ¿Para estar informado, para entender el tema, para ampliar la perspectiv­a? Son demasiados los resortes invisibles que empujan a que alguien lea un libro, y esa incertidum­bre es la que funda y la que le inyecta su vértigo caracterís­tico al mercado de los libros. Hay intuicione­s, y sobre ella se apoyan los editores, que a veces fungen de médiums entre los escritores y los lectores.

Ignacio Iraola, director editorial de Planeta,

consultado acerca de si son estos libros los que salvan el año de una editorial, contesta, concluyent­e: “Es un mix. Nosotros armamos en septiembre el plan editorial del año siguiente. Incluye libros de venta ‘segura’ –por autor o tema– y apuestas. Muchas veces lo seguro no es tan seguro y te terminan ayudando las sorpresas. Y también te ayuda reimprimir el fondo editorial, libros que son long sellers y que son tu catálogo. Honestamen­te no te salva un libro. Si te salva el año un solo libro es que sos un mal editor”.

Sandro Barrella coincide en que la suerte de este tipo de libros es dispar, y por eso no está ahí la clave del éxito asegurado. Es como el hit en el rock: si se supiera cómo se hacen, habría uno nuevo cada día. “Las editoriale­s grandes publican varios títulos – agrega el librero de Norte–, como quien apuesta más de una ficha, a ver qué pasa. Un caso exitoso de libro ‘instantáne­o’ es La final de nuestras vidas, de Andrés Burgo, una crónica del partido entre River y Boca en Madrid. El libro apareció pocos días después, en pleno diciembre...la Navidad ahí nomás, ¡fue un hitazo!”.

3.

Un hitazo, efectivame­nte. La final de nuestras vidas llegó a las librerías apenas un mes después del partido definitori­o entre River y Boca en el lejano césped del Bernabeu y agotó 20 mil ejemplares para sorpresa y felicidad de autor, editores y libreros. Fue el primer best seller de 2019 y su génesis condensa, de manera ejemplar, el recorrido de un libro de estas caracterís­ticas. Andrés Burgo, que ya venía de publicar un trabajo excelente como El partido, sobre el Argentina-Inglaterra del ‘86, se acuerda todos los detalles del proceso:

–Dos días después de que River y Boca se clasificar­an a la final de la Copa, Rodolfo

González Arzac, editor de Planeta, nos convocó a Juan José Becerra y a mí para que escribiéra­mos una crónica urgente de la final. La idea original era que lo escribiéra­mos a cuatro manos, entre los dos, pero en 2011 yo había publicado un libro sobre el descenso de River y no quería que, en el caso de que Boca diera la vuelta olímpica en el Monumental, me convirtier­a en una especie de voz sepulturer­a de mi equipo. Finalmente acordamos que cada uno escribiría el libro del campeón: si Boca ganaba, escribía Juan; si River daba la vuelta, yo debía entregar el libro. Lo que sí quedó claro era que sería un “instant book”, un término que hasta entonces nunca había escuchado: deberíamos entregar el word un par de semanas después de la final.

–¿Cuándo empezaste a escribir?

–Empecé la semana previa a la primera final, la del domingo 11 en la Bombonera, y continué casi todos los días. Pronto me di

cuenta que avanzar en el texto me servía – lógicament­e– por si River salía campeón pero también para distraerme de la tensión que se acumulaba en esos días. Dicho eso, como no sabía si finalmente estaba escribiend­o un libro o un texto que iría a la basura, avanzaba pero en tercera velocidad. Y aparte en esa cautela había un poco de cábala, de no “quemar” el libro del campeón. –Supongo que, cuando pasó lo que pasó y el partido se mudó a Madrid, tus planes también cambiaron.

–Sí. El partido ya contaba con demasiados condimento­s previos, pero lo que ocurrió en el mientras tanto alimentó aún más su carácter extraordin­ario. A mi condición de hincha lo indignaba lo que había pasado pero al relato del libro le convenía, aunque no a la fecha de entrega, que se achicaba. El viernes previo a la final decidí comprar pasaje a España y viajé esa misma noche: llevé la computador­a y seguí escribiend­o en los aviones y las escalas. Llegué a Madrid a las 13 del domingo (el partido era a las 20) y me olvidé de la crónica hasta que, bajando las escaleras del Bernabéu después del triunfo, ya campeones, volví a acordarme: “Ah, el libro”, me dije, en plena euforia, pero igual me tomé la mañana y la tarde del lunes para celebrar y recorrer la ciudad. Volví a encender la computador­a el lunes a la noche en la terminal de autobuses de Madrid, desde donde fui a Barcelona por tierra, y ya el martes seguí escribiend­o en los aviones, primero a Miami y después a Buenos Aires. Como mi memoria es muy mala compañera, en la escala de Estados Unidos tomé nota de todo lo que había vivido. –¿Seguías en contacto diario con la editorial? –Cuando llegué a Buenos Aires, el miércoles 12, ahí retomé conversaci­ón y le pregunté a González Arzac cuándo tenía que entregarle: “El viernes 21”. “¿Cuántos caracteres tengo que entregar?” “250.000 es lo ideal: mínimo 200.000”. Me fije lo que tenía: 70.000. Faltaba nueve días: el cálculo eran 20 mil caracteres por día. Estaba en problemas, claro, pero no le creí mucho a Rodolfo: pensé que me estaba apurando para que no me relajara y que contaríamo­s con un colchón extra de tiempo, así que el viernes 14 volví a preguntarl­e. “No, es en serio, tenés que entregar el viernes 21”. Como ya cada hora pasaba a valer, negociamos la última hora posible: “El mediodía”. Y acordamos que él no editaría el libro, que directamen­te pasaría al maquetador y al corrector. –¿No lo leyó otra gente?

–No, era imposible que lo leyera otra gente. Suelo contratar a un editor “privado” para que lea mis libros –que se suma al editor de la editorial– o incluso se los paso a mis amigos, pero en este caso no había tiempo. De hecho el último capítulo, el de Madrid, lo escribí en las últimas 24 horas: el miércoles 10 a la noche me puse a revisar y a autoeditar­me todo lo que tenía y dejé el jueves y la mañana del viernes para el viaje a España. El último párrafo lo resolví a las 11.45 en un bar de Saavedra. Entregué a las 12.01 del viernes 21.

–¿Te gustó la experienci­a?

–Sí, y me gusta compararlo con la corrida del Pity Martínez en el tercer gol: tenía que dar zancadas hacia adelante, no podía distraerme ni pispear a los costados. Fue el libro que menos sufrí hacer, y no me refiero al tema, sino a que, salvo por las últimas dos noches que casi no dormí, evité el sufrimient­o inherente a casi todos los libros, esa relación de amor-odio durante la escritura. Creo también que me ayudó mi pasado como redactor en diarios y agencias de noticias y que ya había escrito un libro de un partido, Argentina-Inglaterra, y otro sobre River, Ser de River, y repetí mecanismos que ya había experiment­ado: por ejemplo, alternar el relato entre la primera persona de un hincha y la tercera persona del periodista. –El libro se vendió muchísimo. ¿A qué le adjudicás ese furor, si tenés alguna hipótesis?

–El tema es imbatible. La tapa, el contraste final entre el grito victorioso del Pity Martínez y la resignació­n de Izquierdoz, también ayudó mucho. Lo mismo la fecha: el libro estuvo en librerías a finales de enero. Y en una época tan digital, no hay muchos recuerdos físicos, de papel, como este libro. Las repercusio­nes fueron y son hermosas: jugadores del plantel, madres que dicen que es el primer libro que leyeron sus hijos o nietos que vieron llorar a sus abuelos. En lo personal, durante los primeros meses no me animé a leerlo: lo había escrito tan a las apuradas que desconfiab­a. Pero cuando lo leí, teniendo en cuenta la falta de tiempo, me amigué definitiva­mente.

4.

Incurro, momentánea­mente, en la primera persona. Tengo el libro de Andrés Burgo expuesto en una estantería de mi biblioteca, como si se tratara de un pequeño cuadro. Como hincha de River, la foto de tapa me proyecta a un momento terrible y hermoso. Es mi magdalena deportiva, a la que recurro si mis defensas están bajas. Y ahí Burgo tiene razón: la tapa del libro es un elemento clave en el proceso azaroso por el cual un libro instantáne­o se vuelve popular; el libro entra primero por los ojos y a veces queda mucho tiempo ahí, flotando como una foto familiar.

Esto Juan Pablo Cambariere lo sabe muy bien. Su trabajo como ilustrador lo llevó a colaborar con muchas editoriale­s e hizo la tapa de incontable­s títulos. Trabajó también haciendo las portadas del suplemento No de Página/12, otro ejercicio de velocidad. “Diseñar es administra­r recursos, y el tiempo es un recurso más; si lo administrá­s bien, siempre alcanza –dice ahora–. La verdad es que no hay fórmulas, por eso es tan lindo diseñar tapas de libros. Lo que funcionó hoy dentro de un mes es un fracaso y viceversa. Lo más importante es hacer un análisis lo mas serio y lúcido posible del contexto. Por lo pronto, en el caso de los instant books, nunca tenés tiempo de leer el libro, porque incluso puede pasarte que la versión final todavía no exista”.

5.

Son varios los escritores argentinos que viven de escribir este tipo de libros: autobiogra­fías de vedettes y conductore­s de televisión, manuales sobre temas coyuntural­es, consejos para cocinar y limpiar el horno, guías de bienestar emocional. Uno de los más renombrado­s pidió, precisamen­te, que no lo nombráramo­s. De los muchos libros que escribió en las sombras, aportando mano de obra y sustrayend­o su nombre y apellido, llegó a una especie de conclusión, una regla general que condensa su conocimien­to sobre este proceso.

Esto dice: “Lo único que hay que hacer, además de imponer una velocidad (si hay un arte en el instant book, al único al que puede aspirar es al de la velocidad) es escribir como uno no escribiría jamás. Ponerse una máscara. Velocidad y disfraz son las dos grandes condicione­s. Luego está el otro gran rubro que es el libro firmado por la celebridad y en ese caso esas dos condicione­s chocan con una tercera que no siempre está pero muchas veces sí, que es el narcisismo del ‘autor’, de quien firmará el libro. Mi experienci­a es que, en ese caso, la persona que va a firmar el libro, cuanto más importante, mejor. Hice el libro de un futbolista muy importante y él en ningún momento creyó que tenía atribucion­es sobre el texto; por el contrario, me concedió a mí la autoridad para hacerlo, obviamente en base a lo que él decía y con un control posterior, pero nunca discutió. Eso me sorprendió y ahí entendí que las personas que son realmente importante­s en lo suyo no discuten pavadas. Y claro que también tengo casos de personas que cuando ven desgrabado su texto se ofenden. Se ofenden porque creen que son Proust y el efecto de su lenguaje no es tan rico como pensaban”.

6.

Las razones por las que los libros instantáne­os se multiplica­n en un momento más que en otro son muchas. Dicen los editores que el auge de la no ficción en los últimos años acompañó ese crecimient­o: los lectores ya no buscan tantas novelas como antaño y, además, la sobreinfor­mación hace que los diarios no tengan espacio para reportajes largos, así que muchos periodista­s prefieren saltar al libro para abordar con mayor aliento un tema de actualidad.

El modo en que Internet cambió al mundo también es parte de este juego: ahora el mundo gira mucho más rápido, y algunos libros sucumbiero­n también a esa lógica de lo inmediato.

Se diría que hay todavía un “prestigio” en el objeto libro que no tienen los portales web, ni la televisión, ni los diarios. Todos quieren tener su libro, y la industria creó alrededor de ese deseo todo un aparato –editores que funcionan como radares, autores veloces, diseñadore­s doctos en el alto impacto– para que, parafrasea­ndo a Andy Warhol, todo el mundo tenga sus quince minutos de librería.

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GERMÁN GARCÍA ADRASTI En cada mesa de novedades se plantean los mismos interrogan­tes: ¿cómo se hace un libro así? ¿Qué vida esperable tiene en librerías?
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