RELATO CORAL CON MANIPULADOR A LA VISTA
Entrevista con Daniel Veronese. La noche devora a sus hijos es la cuarta “Experiencia”, que el director estrena por Zoom hasta que se pueda ver en vivo. Una obra con dieciocho actores que narran una historia común.
Fue hace exactamente un año cuando Daniel Veronese estrenó el ciclo que llamó “Experiencias”, un tríptico creado a partir de textos de David Foster Wallace y Marcus Lindeen. Aunque en este momento su agenda prepandémica marca que tendría que estar en España ensayando la obra Ella lo ama, con un sesgo igualmente literario y en un soporte que lleva al paroxismo su caudal de experimentación, estrena la cuarta parte, La noche devora a sus hijos, por Zoom.
“Es una forma de sobrevivir”, admite Veronese por teléfono desde su casa. “La pandemia no se puede saltar. Y estoy muy preocupado por la salud de los teatros independientes, los dueños de salas y los trabajadores. Quienes hacemos teatro tenemos grandes dificultades porque es una de las últimas actividades que se van a normalizar, pero tenemos la posibilidad de desarrollar universos paralelos que nos colocan en otro espacio frente al encierro”. Por eso, mientras estrena, imagina la dirección de su primer proyecto cinematográfico, ensaya otra obra y le pone punto final a dos nuevos textos.
Alineado con el devenir cotidiano de las tres obras previas –nada más usual hoy en las relaciones que el vínculo mediante una pantalla fragmentada en recuadros de personas que hablan sobre fondos hogareños–, el dispositivo no le es totalmente ajeno para esta obra que escribió un Veronese de fin del siglo pasado. O al menos eso logra transmitir la vitalidad de los 18 actores, que con diferentes tonalidades de luz y divididos en dos grupos (nueve en la función del sábado a la noche y otros nueve para la del domingo por la tarde) asumen el desafío de traspasar los límites de la gestualidad.
Claro que la obra que vienen ensayando desde el año pasado surgió para transcurrir en vivo en el escenario de Timbre 4, el teatro-escuela en donde todos los actores dan clases, y eso así será. Mientras tanto, vale la pena perderse en el relato coral que manifiesta en detalles tangibles las desgracias de un pueblo.
–¿Por qué decidiste arriesgarte por la senda de un relato múltiple en vez de ir por el monólogo, la forma más simple para estos tiempos? –El año pasado me encontré con este grupo de 18 actores y pensé en este texto. Ensayamos durante cinco meses y llegamos a una modalidad que no la pude poner en práctica ahora: que ningún texto tuviera dueño, que nadie tuviera la premisa de empezar y que cualquiera pudiera interrumpir en cualquier lugar. Al tener distintas voces, el cuerpo de la obra adquiría diversas formas, como una especie de posta de enunciados. En las carreras de posta hay un tramo donde hay dos que corren a la vez: uno toma el banderín y sale disparado y el otro para luego. Que el discurso no se corte como si fuera una sola persona que habla era importante para mí. Estábamos sentados en círculo con la idea de que el público estuviera intercalado entre los actores. Eso hoy no se podría hacer, imaginate. La consigna era estar siempre mirándose, como recordando la situación: una macro cabeza de 18 personas relatando un solo texto.
–Así cada función sería distinta. Como, por ejemplo, ocurría en Open House, cuyo propósito fue representarla hasta que fuera abandonada del todo tanto por parte del elenco como del público, o en Un hombre que se ahoga, en la que los actores llegaban con su ropa de calle desde otra función en el San Martín y le daban una impronta diferente a la función. ¿Qué lugar tiene el azar en tu estética?
–Me gusta mucho jugar con el hecho de encontrarme sorprendido con lo que voy a ver, salir de lo convencional. No en el sentido de lo moderno, sino de algo conocido pero presentado de otra manera. Estoy pensando en un proyecto que se llama “Comiendo caníbales” y tiene un procedimiento muy complejo de 12 funciones, todas representadas una única vez y de distintas disciplinas. Me atrae la representación en la forma más pura posible.
–Ahora diste un nuevo e inesperado salto al vacío con los recuadros múltiples de Zoom como único escenario.
–Estábamos a 15 días de estrenar cuando arrancó la cuarentena y al principio empezamos a ensayar por ahí para no perder lo que teníamos, como un deportista que sigue haciendo flexiones para no perder tono muscular. Y como era un discurso compartido, me di cuenta de que se podía hacer en Zoom. Pero era realmente caótico trasladar el procedimiento, entonces dividí a los actores en dos grupos de nueve y falseamos eso que pasaba naturalmente. Tuve que aprender a normalizar algo que es totalmente anormal. Los actores tratando de armar una escena cada uno desde su casa es una locura, pero empezamos a acomodarnos y a crear un sistema nuevo de actuación, porque no lo puedo llamar teatro. Finalmente te acostumbrás a esa falta, a la falta de vida, a la falta de cuerpo, de transpirar con el otro. Termina la función y nos quedamos charlando como si estuviéramos en el bar del teatro. De todos modos, estoy contento con la obra porque ellos son hermosos y la dedicación que le ponen es inmensa, están muy enamorados del trabajo. Termina siendo un proyecto positivo. Cuando entremos en la sala van a prender fuego el escenario. Ya tengo ganas de volver a verlos en escena. Extraño mucho al teatro.
–El manejo de la escena y la extraescena se
Para explicar aquello que hacen, Adhemar Bianchi y Ricardo Talento afirman en Pasado y presente de un mundo posible. Del teatro Independiente al Comunitario, que se logra “creyendo en lo grupal, en la construcción colectiva y en la identidad territorial, desempolvando y mezclando estilos y lenguajes, sin pudor por el mestizaje”. Y en un marco que esquiva las clasificaciones cerradas, para describir brevemente a Los Pompapetriyasos se puede decir que nacieron allá por el 2002, que les tocó años más tarde trasladarse al Parque Ameghino, que Agustina Ruiz Barrea, su directora, le contó a Edith Scher en su teatro de vecinos que salían a caminar y a observar los espacios circundantes y que se dieron cuenta de que podían hacer algo para cambiar el color de ese barrio. Advirtieron que esos lugares no serían tan grises si estuvieran habitados y se propusieron recuperar la capacidad de preguntar, porque si algo se naturaliza no hay transformación posible.
En este tiempo de pandemia decidieron no abandonar lo central: las veredas. Claro que se convirtieron en veredas virtuales pero eso es apenas coyuntural. Sobre el Festival Virtual Niñez con ImpaCiencia, que irá del 8 al 11 de julio, con actividades desde las 14 a las 20 horas (la programación completa se puede ver en www.pompapetriyasos.com.ar) hay algo que organiza todas las respuestas de Ruiz Barrea: la primera persona del plural. “Buscamos generar un espacio para encontrarnos, decidimos transformar la virtualidad en nuestro escenario, siempre nos juntamos en la calle, en la escuela, en el súper. Es el encuentro con el público de nuestro territorio, hacemos el festival para disfrutar de la vereda. Nuestro grupo se caracteriza por saber cómo hacer de una dificultad una posibilidad y en el marco de esta adversidad encontramos el modo de mantener el vínculo. Y así planteado nos da la oportunidad de llegar a más público, a más lugares, que la experiencia Pompa se multiplique”.
Una de las claves del festival tiene que ver con la participación comunitaria de la niñez, reconocerse como parte de la construcción simbólica del territorio que habitan. “Todos los talleres/proyecto se implementan con Zoom porque lo que interesa es el vínculo, no un envío de tutoriales para que aprendan y consuman información. Las circunstancias nos llevan a un asilamiento físico pero no vincular”, sigue Ruiz Barrea.
Además de talleres, juegos y conversaciones con distintos artistas, como parte del encuentro habrá tres propuestas escénicas, las tres de títeres para ver a través de Zoom y YouTube. Una es Culuti de Paula Vidal. Un personaje-títere de cuatro años, políticamente incorrecto y a prueba de toda clase de niños. Combina la ternura y la irreverencia, sin escalas. Tiene la capacidad de reírse de todo porque puede reírse de sí mismo. Y descansa en las manos de Vidal, una titiritera con una gigantesca capacidad de leer el entorno, comprenderlo y disfrutarlo y lograr que lo mismos suceda con los espectadores.
Aventuras de Lavandino, de Sakados del Tacho es otra de las obras que podran verse. El grupo lleva un nombre bastante literal ya que se trata de escenas creadas con objetos rescatados, reciclados y reutilizados: todos elementos que no son descartables sino títeres. Los personajes son profundamente originales, en torno a su hechura y a su movilidad (cuya juntura también protege el medio ambiente). Con idea y realización de Basko Ugalde y manipulación del propio Basko y Diego Raga, proponen la conciencia del cuidado de nuestro hábitat de un modo ágil, divertido y en las antípodas del panfleto.
La fabulosa aventura de Teo y los libros, de Julia Sigliano y Manuel Mansilla, se presentará en streaming, es decir, que la preciosa aventura de Teo en el universo de la librería se producirá en el mismo momento en el que los espectadores se instalan frente a la pantalla. Se trata de una propuesta que conjuga lo lúdico, lo poético y la aventura con unos títeres que, sin duda, enamorarán a quienes los vean.