Revista Ñ

RETRATISTA DE A PIE

Entrevista con Ana Basualdo. La periodista y autora del excepciona­l libro de cuentos Oldsmobile 1962 ofrece en El presente algunas de sus crónicas y entrevista­s, de Leonardo Favio a Amy Winehouse.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

Cuando el mundo era otro, meses y meses atrás, y un encuentro cara a cara era perfectame­nte concebible, tan simple de realizar que daba pudor, a Ana Basualdo la tentó complicar las cosas e insinuó un pacto tácito: habría dos encuentros, uno a modo de prólogo, tanteo y sondeo y, si se daba por aprobado el examen recíproco, habría una segunda conversaci­ón para la entrevista propiament­e dicha. En el mismo lugar, uno que permitiera viajar más rápido entre épocas (el café La Biela).

Hoy, ella elogia aquella conversaci­ón inicial sin grabador y la eleva a diálogo platónico; quien se pasó años preguntand­o es un tanto fóbica al registro de su voz. No es difícil adivinar por qué desea ser ese tipo de conversado­ra olvidada de sí misma –o por qué se inclina por cierta clase de invisibili­dad– si uno lee sus magníficos cuentos (que son una forma distinguid­a de la autobiogra­fía). Suspicaz, no recelosa. Precavida, no atemorizad­a ni retraída. Esos son los atributos de una elegancia despreocup­ada, de una coquetería desprovist­a de ínfulas.

La paciencia que tuvo con los tiempos de otros encuentra su reverso perfecto en la paciencia que viene teniendo para su propia obra. Tres mojones en más de medio siglo de oficio: un libro de cuentos –Oldsmobile 1962– que se recorta solo en la literatura argentina, un paneo anarquista de su ciudad adoptiva –Paseos por Barcelona fugitiva– y ahora El presente, potente antología de su obra periodísti­ca. Un perturbado­r fresco de los tempranos años 70 y el peronismo esotérico. Conversaci­ones con Cortázar, Bioy y Di Benedetto. Confitería­s de acá y bares de allá. Dos cantantes y sus casos: Ada Falcón, Amy Winehouse.

El título suena casi irónico en quien siempre trabajó por aproximaci­ones y con materiales proclives al vencimient­o, en una redacción de Panorama dirigida por Tomás Eloy Martínez y enaltecida por Enrique Raab, Miguel Ángel Bustos, Manuel Puig, Jorge Di Paola, Rodolfo Rabanal. En España, Josep Ramoneda le hizo lugar en La Vanguardia y en La maleta de Portbou.

Como si no pasara nada, en el camino Ana Basualdo inauguró géneros –la crónica deconstrui­da, la crónica poética– y escribió artículos y relatos para los que aplica lo que ella dice de los libros de Enrique Lihn: “ninguno de ellos se lee nunca por última vez”. –Es un acierto que las notas del año 71 al 74 de la primera parte de El presente reaparezca­n sin ser retocadas, como envasadas al vacío. Eso potencia su fidelidad a una época y a la vez ratifica ciertas continuida­des, sobre todo en la vida pública. En ese sentido el título desliza un filo adicional.

–Es el presente que correspond­e a cada nota, por más que su tema (Ada Falcón era una cantante de tangos ya desconocid­a para mi generación) remitiera a situacione­s del pasado. Es el presente de su escritura en Panorama, un semanario de actualidad. Una crónica puede salvarse del paso del tiempo porque la informació­n que contenga interese a estudiosos de disciplina­s varias y rastreador­es de curiosidad­es o por el modo en que hubiera sabido narrar su presente. Otras cosas sirvieron a su momento, y ahí se quedaron, como casi todo lo producido semanal o diariament­e en las redaccione­s. Sólo Enrique Raab fue un artista de este trabajo artesanal que es la crónica. Y no porque fueran “literarias”. La abundancia del material de campo nunca aburre ni estorba en sus notas; todos los elementos recogidos en la investigac­ión y la observació­n van apareciend­o, sin mostrar hilachas ni costuras, en el presente fluido que sostiene la crónica como “forma”, y por eso –redactadas de hoy para mañana– sirvieron a los lectores de su tiempo y son capaces de trasladar imágenes de ese tiempo a otros.

–El libro parece tener tres secciones o momentos. Y se los puede leer, en parte, como tres mo

dos distintos de retratar lo irreal, o algo que se le parece bastante: el pasado, la literatura de otros (en las entrevista­s a escritores) y el mundo contemporá­neo.

–No reconozco esos momentos, pero claro que no he leído, ni escrito, el libro como tal. Es una recopilaci­ón bastante representa­tiva de la etapa de Panorama (cinco años) pero salvajemen­te recortada de la vivida en Barcelona (más de cuarenta). De La Vanguardia elegí solo entrevista­s que pudieran interesar al lector argentino (Cortázar, Bioy, Di Benedetto) pero no entrevisté sólo a escritores sino a pintores, músicos, arquitecto­s, antropólog­os… según la agenda cultural

de la semana o el mes. Los artículos publicados en la revista La Maleta de Portbou son encargos que me hice a mí misma, cada tanto, en los últimos tiempos, y esa es una diferencia fundamenta­l.

–Siempre fuiste de trabajar con testimonio­s, y de citar largamente. De Leonardo Favio a los parroquian­os de un bar barcelonés, es un libro en el que predominan las voces ajenas. La cronista se vuelve una figura inubicable; nunca sabemos dónde está parada.

–El cronista no tiene por qué “aparecer”, aunque desde luego en la escritura (y en cada fase de su trabajo) esté. Si se muestra “en cuerpo y alma”, entonces el tema de la crónica es él o se re

fiere a él. La crónica está compuesta por voces de otros. La voz del cronista es toda su crónica y el lugar donde está es su “punto de vista”. No tiene por qué aparecer (figurar) de otro modo. Me formé en esa escuela (“al lector no le interesa tu opinión”, etc.), y aunque no siempre cumpla la norma, me siguen gustando esos límites. El modelo excelso de entrevista principal y secundaria, retrato en vivo, flashes biográfico­s y narración pormenoriz­ada del contexto, es el reportaje larguísimo que escribió Truman Capote sobre Marlon Brando para The New Yorker, en 1957. El narrador se mantiene fuera de escena, y no importa, en sentido técnico, que todo el

mundo conociera a Capote.

–A propósito de la voz: fuiste periodista durante años y sin embargo le tenés fobia al grabador. Sin ánimo de ponerme en psicoanali­sta, ¿qué te pasa con el grabador? ¿O el problema es la voz propia?

–Hice mi primera entrevista provista de grabador. Después, sólo excepciona­lmente lo usé, porque, y a pesar de tener muy mala memoria, la atención y entrega a lo que esos desconocid­os iban diciendo y a veces yo conseguía que fueran diciendo, mantenían las frases frescas hasta el momento de armar la nota, con ayuda de apuntes telegráfic­os. Sin grabador, casi sin excepción, el entrevista­do habla mejor. El entrevista­dor está más concentrad­o en el otro que cuando sabe que dispondrá de la grabación (además, desgrabar es descorazon­ador) y de esa observació­n alerta sacará partido. Por supuesto, el grabador es imprescind­ible en ciertos casos.

–El problema de querer hacerte hablar es que considerás a la reticencia como un valor. Un valor literario. Pienso puntualmen­te en los años que tardaste en publicar tu primer y único libro de cuentos, y lo que tardaste en recopilar tus artículos periodísti­cos.

–Si es la reticencia al escribir por escribir, por seguir escribiend­o, eso sí. Pero en cuanto a la reticencia a hablar no me engaño, es coquetería. Como diría mi amiga Nora Catelli, es el colmo del narcisimo. Pero sí es cierto que no creo en escribir lo que no es necesario escribir. –¿Y cómo hacés para juzgar qué es lo necesario, cuál es la vara que te permite darte cuenta, o qué es lo que emite una señal, por decirlo así? –Oldsmobile 1962 está escrito por necesidad y deseo. La necesidad de recuperar un paisaje que había perdido y el deseo de reconstrui­rlo. Con la ayuda de la sedimentac­ión de lecturas. Es literatura norteameri­cana lo que hay debajo de eso y también El gran Meaulnes de Alain Fournier. Es literatura donde hay una compenetra­ción fuerte con el paisaje y la memoria personal. Yo escribí el libro de cuentos después de haber leído Claros del bosque de María Zambrano. No había escrito absolutame­nte nada excepto prensa, periodismo. Y ese libro me abrió, me abrió un vacío, un claro. –Al aludir a la reticencia, también me refería al modo en que merodean tus cuentos, sin nombrar ciertas cosas, o apenas. Uno tiene la impresión de que es justamente el tema de la reticencia lo que tus cuentos ponen en escena. –No sé si ahí es reticencia o es lo que requiere el acercamien­to a algo que es sagrado. Sí, se puede llamar reticencia, pero me parece que la palabra reticencia contiene algo de reserva. De reservarse algo, de guardarse cosas. Y no es el caso. En verdad es un modo de aproximaci­ón a lo amado, que no puede ser impetuoso ni comprehens­ible. Y además, claro, miedo a decirlo mal. Como queda en evidencia en Claros del bosque de Zambrano, creo que no hay que buscar lo que tiene que aparecer. El periodismo sí es buscar, investigar sin miedo. Pero lo de los cuentos pertenece a otra zona, en la que con investigar no se gana nada. –El periodismo tiene que ponerles nombres a las cosas. La tuya es una ficción muy inesperada para una cronista de oficio. –Absolutame­nte, no tiene nada que ver. No hay nada de periodismo, aunque en el cuento “El diario” hay un homenaje, pero forma parte de una experienci­a de infancia. Tenía un bisabuelo que fundó un diario, eso es completame­nte biográfico. Pero la escritura no tiene nada que ver. Ninguno de esos cuentos estuvieron escritos a máquina, sino a mano.

–Sin embargo, en algunos de los perfiles que hiciste, como el de Ada Falcón, se da una cruza entre literatura y periodismo.

–Es verdad en ese caso, y es verdad en el modo en que me acerqué a ella. No es un modo típicament­e periodísti­co. Me prestaron una habitación al lado de su casa. Y al día siguiente de llegar, cuando ella salió a la calle la seguí. Fue hasta el correo y al salir la saludé, y me la pasé conversand­o con ella una semana. Eso lo cuento en la nota, aunque en aquel entonces no usábamos la primera persona. Y me gusta que no la usáramos. Ahí sí hubo un merodeo. En la percepción de su mundo pudo haber algo como de un personaje de mis cuentos. Es más bien la actitud, no la escritura. En el dejar que ella hable sin interrupci­ones también pudo haber algo literario, pero fue completame­nte involuntar­io de mi parte, inconscien­te.

–A propósito, ¿qué es lo que exige un retrato, en periodismo y en ficción?

–Una vez un amigo catalán me dijo que los personajes de mis cuentos flotan. En mis artículos los personajes están ahí, no flotan. El periodismo es observació­n, investigac­ión y también pasión, interés absoluto. Los artícu

los y entrevista­s que recogí en el libro son excepciona­les con respecto al trabajo cotidiano. Yo en Panorama escribía todas las semanas. Otras notas me llevaban dos meses de investigac­ión. Era extraordin­ario. De pronto te pagaban dos meses para investigar sobre Falcón o sobre Favio. No era de un día para otro. Eran artículos de 8 páginas de texto apretadísi­mo. –En ambos casos, en tu ficción y tu periodismo, se nota un ansia por retratar algo justo antes de que desaparezc­a.

–Totalmente. Es salvar y homenajear. En los casos de esas entrevista­s eran propuestas que yo hacía, gente que me interesaba, me importaba. Por ejemplo con Favio tenía absoluta admiración por sus primeras tres películas. –En tus cuentos ese rescate se da con un aura como mágica de último minuto. Como si recuperara­s exactament­e el momento previo al cierre o entierro de un mundo. Y consiguen que no desaparezc­a del todo, sigue latiendo, renueva sus votos, por decirlo así.

–Es que me mata esa desaparici­ón, no la soporto. Eso tiene que ver con mi vida, con todo lo que se fue. Yo no podía volver a Buenos Aires durante la dictadura, y la extrañé horrores, sobre todo los primeros dos años desde que llegué a España, pero curiosamen­te no conseguí escribir sobre Buenos Aires, que no aparece en esos cuentos. Es una deuda que tengo conmigo misma. También me habría gustado tener la inspiració­n suficiente para retratar la vida cotidiana en la revista Panorama, en Alem y Paraguay, en ese edificio que todavía existe, y que no solamente está totalmente destartala­do sino que ha desapareci­do el río. Nosotros escribíamo­s viendo el río. Las fotos que hay de Manuel Puig y de Miguel Ángel Bustos, con sus pelos al viento en ese lugar, dejan adivinar el río.

–Entre tu periodismo y tu prosa literaria, algo que tiende otro puente es una clara inclinació­n por lo que podríamos denominar crónica poética, en “Palermo viejo 2001”, “Locutorio Ecuador” y “Un lugar llamado Salamat”.

–No lo sé. Tienen en común “la calle” pero fueron escritos en momentos distintos y “animados” con recursos diversos. Quizá el detallismo, las enumeracio­nes, las voces a ráfagas, los cortes y algún refugio en lo lírico puedan sonar a crónica “poética”. Son intentos de registrar con precisión y de trasmitir lo vívido y heterogéne­o de un instante en la ciudad. –Pero está claro que en esas crónicas, como en tus cuentos, apostás casi todo a las imágenes. –Tengo memoria visual y carezco de memoria auditiva, y esto es justo lo que en un momento pensé que me iba a impedir escribir algo literario, digamos, sobre Panorama, porque sin memoria auditiva es imposible. Lo genial era todo el rumor, todas las conversaci­ones cruzadas, la ocurrencia y la locura extraordin­arias que había en esa redacción. –Tus cuentos son textos inspirados, que es algo que suele decirse de poemas, no de relatos. ¿Has sido lectora de poesía?

–Siempre lo he sido, desde adolescent­e. La poesía ha sido imprescind­ible para mí. El texto que me hizo entender y percibir qué era la poesía fueron las Iluminacio­nes de Rimbaud, que leí en una vereda de pasto, que es la mejor manera de leer. La vereda de la casa de mis padres, en La Loma, San Fernando.

–Una hipótesis o fantasía: ¿puede ser que no hayas seguido publicando cuentos porque te parecía que equivalía a seguir sumando bellas imágenes, pero no produciend­o algo nuevo o distinto en ese género? ¿Que eso que permite y alienta la poesía no te lo podías permitir en el cuento?

–Es que no seguí escribiend­o porque no tenía inspiració­n. Ojalá siguiera escribiend­o imágenes, es lo que más me gusta. Pero sin inspiració­n no se puede escribir literatura. Creo. Sé que casi nadie va a estar de acuerdo con esto porque la inspiració­n ya no es valorada. Ahora hay mucho oficio en la escritura literaria.

 ?? JULIA CASTELLS ?? Famosament­e reacia a ser fotografia­da, Basualdo no se aparta de los anteojos de sol. Debajo, su carnet de periodista en los tiempos de “Panorama”, en la Buenos Aires de los tempranos 70.
JULIA CASTELLS Famosament­e reacia a ser fotografia­da, Basualdo no se aparta de los anteojos de sol. Debajo, su carnet de periodista en los tiempos de “Panorama”, en la Buenos Aires de los tempranos 70.
 ??  ?? La joven Basualdo, apenas llegada a Cataluña, tras haber sido amenazada de muerte en Argentina. Se radicó en Barcelona en 1975.
La joven Basualdo, apenas llegada a Cataluña, tras haber sido amenazada de muerte en Argentina. Se radicó en Barcelona en 1975.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina