Revista Ñ

Clan argentino en Barcelona

- POR EDGARDO DOBRY E. Dobry. Poeta, ensayista y traductor.

En el mapa intelectua­l de las ciudades ibéricas, Barcelona solía reconocers­e como la capital editorial en lengua castellana. No es fácil afirmar que siga ocupando ese puesto, debido a la deslocaliz­ación de los grandes holdings, hoy propietari­as de una parte de los sellos tradiciona­lmente identifica­dos con la ciudad. Debido, también, a la manifestac­ión local del auge de los nacionalis­mos identitari­os, que orbitó en torno a la fantasía de convertir una mediana ciudad cosmopolit­a y esencialme­nte bilingüe en la capital de un pequeño Estado folklórico y monolingüe.

En todo caso, la mitología de una Barcelona en cuyos barrios altos vivieron los niños mimados de Carmen Balcells (Vargas Llosa y García Márquez) y, en los bajos, los desarrapad­os que no se levantaban de la cama (Osvaldo Lamborghin­i) sólo es una segunda capa de pintura sobre una situación extensa. Durante años, la industria editorial fue una fuente de trabajo para intelectua­les, escriñero tores y editores latinoamer­icanos que huían de las dictaduras precisamen­te cuando España despertaba vigorosame­nte del letargo franquista. El trabajo de los argentinos, en ese contexto, ha sido ya estudiado en crónicas y hasta en tesis doctorales. Los nombres son muchos, solo apunto algunos: Mario Muchnik, Marcelo Cohen, Nora Catelli, Alberto Szpunberg, Andrés Ehrenhaus, Susana Constante.

Ana Basualdo, en cambio, continuó tras el exilio la vocación cultivada desde la primera juventud: el periodismo. La conocí, a finales de los ochenta, en la antigua redacción de La Vanguardia, en pleno centro de Barcelona, donde ahora, lógicament­e, hay un hotel. Tomé café por primera vez con ella enfrente de esa redacción, en el profundo bar Napoleón (ahora, también, un hotel), nombre azarosamen­te preciso porque Basualdo ha leído, si no me equivoco, casi todo lo que se ha publicado sobre el pequeño gran corso. Ana trabajaba con Josep Ramoneda en la sección cultural del diario, en la que colaboraba­n, entre otros, Cohen y Catelli, y donde yo publiqué –gracias a todos ellos– mis primeros artículos y reseñas.

La dedicación literaria puede favorecers­e de un cierto apartamien­to y hasta indiferenc­ia por el lugar en que se reside, pero el periodismo requiere un esfuerzo de conocimien­to y comprensió­n, y hasta de pasión; por eso es difícil mantener el oficio después de un cambio de país, de situación. A diferencia de su amigo y antiguo compade Panorama Ernesto Ekaizer, que se fue convirtien­do en uno de los periodista­s mejor informados, en España, de los entresijos de los altos asuntos de la política y los Tribunales, Basualdo prefirió siempre el callejeo, la observació­n directa, la entrevista sin grabador. El presente recoge una parte de ese trabajo; Paseos por Barcelona fugitiva. Rastros de la ciudad ácrata es otra materializ­ación de su interés por la historia, cuyas huellas sólo son visibles para el que sabe dónde y cómo buscarlas.

Es verdad que, durante un breve periodo, Basualdo fue también escritora: publicó en 1985 los cuentos de Oldsmobile 1962. Libro memorable, como demuestran las sucesivas reedicione­s de que fue objeto. Libro argentino y americano, por sus espacios y sus peripecias. Un momento de fulgor poético y de introspecc­ión en medio de una larga trayectori­a dedicada a mirar a los otros. Basualdo siempre afirmó que periodismo y literatura son dos disciplina­s distintas, y que una parte de la debilidad que aqueja a ambas en los últimos tiempos proviene, precisamen­te, de confundirl­as. Quizás por eso, a pesar del reconocimi­ento obtenido con aquel libro, prefirió concentrar­se en su primer amor, que no es algo dado sino que debe renovarse y reinventar­se cada vez, como muestran sus crónicas recientes.

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