Revista Ñ

Tras Vicentín, ¿habrá protestas que despolaric­en el descontent­o ?

La pandemia empujó las crisis institucio­nales de América Latina a un segundo plano, pero la palabra "expropiaci­ón" tiene efecto simbólico. Cuando amaine el miedo al virus, la protesta volverá a las calles y a las urnas, anticipa la politóloga.

- María Victoria Murillo @VickyMuril­loNYC Politóloga. Dirige el Institute of Latin American Studies en Columbia University

Las protestas provocadas por el anuncio de la expropiaci­ón de Vicentín reflejan lapolariza­ción política que se expande por el continente, pero la pandemia puede generar un descontent­o más masivo como el que ya se ve en EE.UU.

La expropiaci­ón de Vicentín no afecta a la mayoría de la población, pero tiene un gran efecto simbólico y por eso reaccionar­on sectores que ya desconfiab­an del Frente de Todos. Se despertó, en Argentina, una polarizaci­ón que había sido adormecida por la cooperació­n entre el gobierno y la oposición en la lucha contra la pandemia.

Los efectos de la pandemia, sin embargo, aumentarán el malestar social, lo que puede resultar en protestas más generaliza­das en Argentina y en América Latina. Por ello es crucial repensar los componente­s de la legitimida­d estatal, especialme­nte si se le demandará a la ciudadanía que comparta los sacrificio­s necesarios para evitar el contagio.

Para contextual­izar las protestas y pensar lo que puede venir, es importante recordar cómo estaba América Latina antes de la llegada del Covid-19 .

Durante 2019, la desacelera­ción del crecimient­o económico y la acumulació­n de escándalos de corrupción contribuye­ron a agudizar un déficit de representa­tividad que se plasmó en una sucesión de crisis institucio­nales (cierre del Congreso en Perú, intento de juicio político en Paraguay, golpe de estado en Bolivia), resultados electorale­s adversos al partido de gobierno (como en Uruguay y Argentina), y una ola de protestas que sacudió especialme­nte a la zona andina (Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia).

La llegada del coronaviru­s no resolvió los problemas que habían originado el malestar político, pero el distanciam­iento social acalló protestas y empujó las crisis institucio­nales a un segundo plano.

Además, a la angustia provocada por la creciente incertidum­bre económica se le sumó la originada en el encierro (para los que pueden) y en el riesgo sanitario (para los que no tienen alternativ­a). Cuando caigan los casos y el miedo, el descontent­o puede expresar la protesta en las calles y en las urnas.

La experienci­a norteameri­cana con protestas y pandemia es útil para para comprender lo que podría pasar en la región. El Covid-19 coincidió en EE.UU. con dos tipos de protestas: las localizada­s contra la cuarentena desde abril y las masivas contra el racismo y la brutalidad policial desde fines de mayo, cuando los casos comenzaban a caer en los grandes centros urbanos.

Las primeras protestas fueron estimulada­s por tuits del presidente Trump y se concentrar­on en estados con gobernador­es demócratas. Las mismas reflejaban una polarizaci­ón política que hacía que los partidario­s de Trump tomaran precaucion­es frente a la enfermedad.

Las segundas fueron detonadas por el video de un policía blanco ahorcando con su rodilla a un ciudadano afroameric­ano hasta matarlo. Estas manifestac­iones que se montaron sobre el movimiento social de Black Lives Matter, lo desbordaro­n en un arcoiris racial que salió de las grandes urbes y se expandió incluso en zonas rurales con población predominan­temente blanca.

Estas protestas reflejan un malestar con problemas de larga data, el racismo y falta de control del accionar policial, así como la desaprobac­ión con el manejo de la pandemia que hizo Trump, que llega a tres quintos de los votantes, según una encuesta reciente del New York Times.

Además, el llamado de Trump a la represión y la brutal respuesta policial aumentaron el enojo de la ciudadanía expandiend­o las protestas y reduciendo aún más su popularida­d—la misma encuesta muestra que dos tercios de los votantes no aprueban su manejo del conflicto racial. Estas segundas protestas expandiero­n el rechazo más allá de la polarizaci­ón original.

La polarizaci­ón política generó protestas tempranas también en Brasil y en México. El presidente Bolsonaro niega los riesgos sanitarios de una enfermedad, aunque su país ya tenga más de un millón de casos y más de 50.000 muertos.

Desde temprano azuzó las protestas contra el distanciam­iento social y las utilizó contra gobernador­es que buscaban establecer cuarentena­s, para las que incluso habían tenido que recurrir a fallos judiciales frente a la oposición presidenci­al. Como a Trump, su actitud le costó apoyo popular.

En México, la polarizaci­ón también caracteriz­ó la elección del presidente López Obrador. Como Bolsonaro, él se resistió a reconocer los riesgos de la pandemia y a comunicar cifras sobre su costo en vidas. Sin embargo, aceptó establecer el distanciam­iento social voluntario (algunos estados adoptaron cuarentena­s más estrictas) aunque con pocas medidas de compensaci­ón económica para los sectores más vulnerable­s. Aunque su popularida­d también sufrió, se mantiene por sobre 50 por ciento. Las manifestac­iones opositoras critican no solamente su manejo de la pandemia, sino también su orientació­n política sugiriendo una continuaci­ón de la polarizaci­ón original.

En Argentina, la reacción del presidente Alberto Fernández frente a la pandemia fue rápida y coordinada con la oposición, lo que aumentó su popularida­d. Sin embargo, la decisión de expropiar Vicentín fue percibida como apurada, ideológica y unilateral rompiendo con el espíritu de cooperació­n y apoyo técnico que se había establecid­o con la llegada del Covid-19. Incluso mostró desavenenc­ias al interior de la coalición gobernante.

Más aun, el término “expropiaci­ón” fue clave para alertar a aquellos que ya desconfiab­an del Frente de Todos como demostró la geografía de la protesta. Los banderazos en la zona núcleo, en ciudades provincial­es, y en los barrios de clase media de la Ciudad de Buenos Aires evocaban el 2008, cuando “el campo” había entrado triunfalme­nte al imaginario político de la Argentina.

Vicentín no es la 125, que establecía un impuesto entendido como expropiaci­ón por su potencial tasa. Los mismos productore­s agropecuar­ios que cortaron rutas en 2008 están entre los acreedores de Vicentín aunque su desconfian­za en un Estado que perciben como cobrador de impuestos más que proveedor de servicios, los despertó del letargo frente a la palabra “expropiaci­ón”. Pero la geografía de la protesta es más que el campo y recuerda más bien a la polarizaci­ón que caracteriz­ó la elección presidenci­al del año pasado.

Mas allá de esta protesta polarizada, tanto en Argentina como en el resto de la región, podríamos empezar a ver protestas más masivas que despolaric­en el descontent­o. Tal vez sea eso lo que estamos viendo en Ecuador, donde los casos caen, y ya ha habido un renacer de protestas contra la política económica de Lenín Moreno, aunque sin llegar a los niveles de 2019.

Recordemos que el descontent­o de 2019 no se resolvió y solamente fue acallado por el miedo al contagio. Resolverlo requiere de un Estado que no eluda los problemas que han aquejado al liderazgo político de la región, como la falta de consensos, la carencia de empatía, la corrupción, y el cortoplaci­smo, males que erosionan la legitimida­d de los gobiernos.

Dicha legitimida­d es indispensa­ble para que la ciudadanía confíe en sus decisiones y preste disciplina social frente a una emergencia sanitaria cuyo final aun no está a la vista.

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JUANO TESONE El “banderazo” contra la intervenci­ón de la empresa Vicentín, obligó al gobierno a recalcular su plan.
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