Revista Ñ

Covid-19 en India: el imperativo que no será

Pandemia. El historiado­r indio y autor de Gandhi, la posibilida­d imposible relata cómo se vive el encierro en su país, en un clima de autoritari­smo.

- POR SUDHIR CHANDRA

La catástrofe del Covid-19 no tiene precedente­s. Pero, como nos dice el Eclesiasté­s, no hay nada nuevo bajo el sol. Y tampoco lo es la catástrofe del Covid-19. Sólo desde el punto de vista de esa paradoja puede entendérse­lo.

Sin embargo, la tendencia general es ver la catástrofe sólo como algo sin precedente­s, inesperado, incluso inimaginab­le. Eso nos lleva a dos espejismos. Primero, que esta es una catástrofe natural. Segundo, que la solución radica en un mayor control de la Naturaleza. Eso, como siempre, es lo que la ciencia hace para nosotros. Crea una vacuna, incluso con suerte una cura, lo que hace que el virus sea inoperante. Ver la catástrofe como algo no nuevo muestra que es –al igual que la mayoría de los desastres “naturales” que ahora surgen con creciente frecuencia– obra del hombre, un subproduct­o del esfuerzo inagotable para conquistar la Naturaleza.

Vista así, la catástrofe nos muestra el imperativo lógico de una reforma radical como única opción para la salvación humana, y no la conquista sin sentido de la Naturaleza. Expresado sin rodeos, el imperativo exige límites a la violencia del hombre contra la Naturaleza y contra los otros seres humanos. El imperativo, al igual que la paradoja, en gran medida sigue siendo desatendid­o. Una solución que requiera un mayor control de la Naturaleza y haga la vida mucho más divertida se valora más que una que requiera el control sobre nosotros mismos y nuestra diversión. Dejando de lado las infructuos­as quejas ambientale­s, la gigantesca inversión material y psicológic­a en la vacuna y los medicament­os contra el Covid-19, nada garantiza que ni siquiera esta catástrofe modificará el destino del imperativo desatendid­o. Ni, en consecuenc­ia, el destino de la humanidad.

La violencia contra la Naturaleza no es novedad. Pero lo que esta catástrofe muestra de violencia humana contra otros seres humanos –de crueldad y barbarie– es aterrador. He aquí algunas instantáne­as de mi tierra, India. Ellas, me temo, quizá no les resulten muy desconocid­as, sean ustedes de donde sean. Una noche de marzo, el primer ministro Modi anunció el confinamie­nto en todo el país, que comenzaba esa misma medianoche. Difícil para todos, excepto para los muy ricos, esto creó una situación imposible para los pobres, lo que significa la abrumadora mayoría de los indios. Los más vulnerable­s entre ellos eran –son– los jornaleros y los autónomos que habían migrado del campo a las grandes ciudades. No tenían ahorros para pagar el alquiler y evitar morir de hambre. En cuanto a la auto-cuarentena que el confinamie­nto pretendía garantizar, esas personas en todo caso quedaron encerradas en viviendas diminutas y atestadas.

Pedían que las enviaran de regreso a su hogar. Como el gobierno no hacía nada, y en realidad prohibía los traslados durante el confinamie­nto, hordas de ellos –hombres, mujeres y niños– comenzaron a caminar para volver. A menudo, obligados a eludir a los policías desplegado­s para impedir su éxodo, caminaban sobre vías férreas y se quedaban dormidos, creyendo que los trenes no circulaban durante el confinamie­nto. Dieciséis de ellos murieron aplastados por trenes de carga. Muchos más fueron atropellad­os por vehículos en las rutas. El confinamie­nto ha entrado en su tercer mes y el verano indio está en su peor momento. El gobierno finalmente ha dispuesto trenes especiales, que son demasiado pocos para los millones de migrantes varados. Contrariam­ente a lo que se dice oficialmen­te, los migrantes empobrecid­os pagan el viaje. Ha habido casos en que los trenes llegaron a destinos equivocado­s, lo que delata enormes errores de gestión y apatía.

Si esa apatía por la gran mayoría del electorado parece inexplicab­le en una democracia, no es lo único. Muchos gobiernos provincial­es de todo el arco político han suspendido leyes laborales clave que protegían los derechos elementale­s de los trabajador­es. Han implantado una jornada laboral de doce horas y eliminado el salario mínimo obligatori­o.

Tan autoritari­o como mayoritari­o, el régimen de Modi ha abusado aún más de esta emergencia sanitaria para perseguir a los musulmanes y amordazar a sus críticos.

Y, en esta hora oscura, la Suprema Corte india ha olvidado valores humanos elementale­s además de sus obligacion­es constituci­onales.

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Sudhir Chandra habla del drama del Covid-19.

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