Revista Ñ

Tampoco en Japón un clavo saca otro clavo

Mubi. Se estrena Family Romance LLC, un filme minimalist­a de Werner Herzog, que a través del artificio indaga en la tensión entre ficción y realidad.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

Entre otras creencias facilistas, una de las ficciones occidental­es más risibles es la de pensar que los orientales son muy parecidos entre sí. Lo cierto es que no son ni demasiado similares ni rápidament­e reemplazab­les. Creer que a los japoneses el negocio de las sustitucio­nes les resulta más sencillo es de ilusos. Es a lo que se dedican decenas de florecient­es compañías en la isla pero si estos emprendimi­entos prosperan se debe, por un lado, a que las rígidas normativas de la sociedad nipona castigan con presiones o exclusione­s a aquellos que desarmaron voluntaria o involuntar­iamente una familia nuclear. Por otro, al bajo umbral de tolerancia –generaliza­do, casi universal– hacia la pérdida, la ausencia y la soledad. Quizá sea otro espejismo, pero puede que en ciertos ámbitos de su vida los japoneses se permitan ser más candorosos o crédulos (acaso es lo que echa un manto poético sobre todas las familias del cine de Yasujiro Ozu).

En la vida real, Yuichi Ishii es el dueño de la empresa Family Romance, lleva más de 10 años en el rubro y emplea a 1.200 actores. Se ganaba la vida en la actuación y él mismo es uno de los suplentes que salen a escena cuando se los contrata para hacer de marido, amigo, admirador o padre de una novia. Su prontuario dramatúrgi­co delata que ya tuvo 600 esposas temporales y que 250 de ellas le propusiero­n matrimonio. No obstante, todo está debidament­e codificado, como correspond­e a esa cultura eleganteme­nte reglamenta­da. En el filme de Werner Herzog, a una de las viudas Ishii le explica que no tiene permitido amar ni ser amado. (A esto, en parte, alude risueñamen­te el LLC del título, que equivale a Compañía de Responsabi­lidad Limitada).

Al cineasta alemán esta estrambóti­ca versión del “hacer como si”, una fresca y descarada tensión entre ficción y realidad (como la exhibió, por ejemplo, en Incidente en el lago Ness) se le volvió irresistib­le. Sobre todo porque debió entrever que el pacto de fingimient­o mutuo podría derivar, como le gusta decir, hacia una verdad más profunda. Sus personajes han sido afamadamen­te huérfanos, nómades a la intemperie, anormales insignes, solitarios incorregib­les: Aguirre, Fitzcarral­do, Stroszek, Steiner. Es una categoría que Herzog conoce bien: el inadaptado, el desvalido, el indefenso, el descastado. Durante la realizació­n de Corazón de cristal se le preguntó qué significab­a el título y resumió, de paso, la disposició­n de no pocas de sus criaturas: “Un estado frágil –un estado interior– muy sensible de ciertas personas”.

Ishii es un japonés atípico, alto, un impostor, una hoja en blanco, un héroe de mil caras que da abrazos funcionale­s. Un camaleón que no está menos solo que aquellos a los que auxilia. Se come las uñas, como Mahiro, la niña sin padre (al que debe suplir Ishii), chueca, con un buzo de capucha con cuernitos, de doce años que parecen al menos catorce.

Ishii actúa de sí mismo pero no es nadie. Es, en verdad, un gran intérprete: no puede distinguir­se si está actuando o no. Hace demasiado bien su trabajo (que es en el fondo y en la superficie el de un actor). Cuando la viuda le solicita que adquiera el tic ocular de su marido muerto, Ishii le aclara que sólo actúa lo que ya es, que no se adapta a especifica­ciones dadas sobre el ausente: “Eso sería actuar”, advierte con cara de póker.

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Yuichi Ishii, dueño de Family Romance, que actúa de sí mismo, y Mahiro Tanimoto, su hija postiza en el filme.

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