Claves para irse bien por las ramas
Ficción. El poeta Oscar Taborda publica una segunda novela delirante, Sumisión, 25 años después de su notable Las carnes se asan al aire libre.
En su novela anterior, Las carnes se asan al aire libre (1996), Oscar Taborda presentaba, en el estilo de un realismo impecable y autista, una suerte de sabotaje a la ficción literaria, una historia engañosa que parecía estar muy clara y al mismo tiempo estiraba la distancia entre el relato y su sentido, como si en realidad el relato se fuese alejando de su sentido. El resultado era una de las novelas actuales más inquietantes: ¿qué puede haber después de un relato que parece desentenderse de lo que cuenta?
U, el protagonista de Sumisión, su segunda novela (amparada en unos versos de Martín Gambarotta que dicen: “Sumisión / me picó la vinchuca / de la ficción”), después de haber ahorrado hasta llegar al modelo más económico, se hace colocar, en un tienda de galería, un casco que al ponerse en funcionamiento a través de un complejo y precario sistema de cables, líquidos, cuencos con pescaditos y hornallas, lo conducirá en una excursión hacia el momento del pasado que él elija.
U, aficionado a una telenovela colombiana, viaja a los años en que su madre era joven, y se convierte en ella. Dos señoritas se encargan de manejar el dispositivo. Un monitor reproduce con ceros y unos la visión de U. Pero la máquina rápidamente se descompone y el viaje al pasado se mezcla con la telenovela y continúa descomponiéndose en una sucesión inverosímil de hechos aleatorios, con incontables ramificaciones, mientras las señoritas maniobran con el aparato para tratar de rescatar a U del delirio narrativo en que ha caído. Son narraciones cortas, que no terminan de constituirse y ya están transformándose en otras o cesando abruptamente.
Básicamente, el libro está integrado por una sucesión de párrafos de extensión menor a la página, en cada uno de los cuales se narra uno de esos fragmentos interrumpidos de historias inverosímiles. La escritura es fluida, la tensión del relato combina “paranoia y disolución”, y la voz que cuenta apela a una suerte de coloquialismo inespecífico. Hay algo en Taborda de ajuste de cuentas, de desconfianza tanto de la objetividad saeriana como de la peripecia a lo Aira.
Pero Sumisión es en realidad dos textos diferentes que se siguen: el relato propiamente dicho, que es la secuencia de relatos proliferantes que lleva ese título, y luego tres páginas tituladas “Siete claves ligeramente autobiográficas”. Es decir: a una novela muy extraña sigue inmediatamente una explicación de la novela, escrita por el mismo autor. Las “Siete claves...”, igual que la proliferación narrativa de Sumisión, permiten una comparación con Raymond Roussel. Si en Cómo escribí algunos libros míos Roussel parecía entregar, de manera póstuma, las claves para leer sus libros, esas claves que parecían explicarlo todo al mismo tiempo explicaban casi nada.
En Sumisión la relación entre las dos partes es igual de compleja: Sumisión no sería la misma sin la segunda parte, pero esa explicación posterior inmediata no despeja el efecto de extrañeza de ninguno de los relatos. Es más: probablemente esta extrañeza del relato y su explicación sea mayor que la de los relatos mismos, finalmente narrativa, y sea el enorme acierto de este libro de Taborda. Hay una decisión conceptual ahí, de pensamiento sobre lo que es un libro, sobre dónde se constituye un texto, de una sutileza que sorprende.
Podría pensarse que Sumisión se constituye precisamente en el espacio donde se produce ese juego indecidible entre las dos partes. No son los relatos, no es su explicación. La literatura no está en la narración ni en sus temas. Está en “el libro”. Y “el libro” está donde no está la escritura.