Revista Ñ

En otro orden de cosas: Fogwill editor

- POR MARTÍN GAMBAROTTA Poeta, publicó Punctum, Seudo y Relapso/ Angola. Leído en las Jornadas Fogwill, BN, 2013.

No me parece un mal comienzo, para hablar de Fogwill, hablar de los libros de poesía que editó en 1980, más o menos. Estos libros fueron de sus primeras intervenci­ones en el campo de la literatura argentina o, por lo menos, yo lo pienso así. Es uno de los inicios literarios de Fogwill y uno de esos inicios es que él fue editor de libros de poemas. Creo que fue Ezra Pound, o lo dijeron sobre Pound, que a una persona se la juzga por su mejor trabajo. Y si pensamos en el mejor trabajo de Fogwill, a mi criterio se pueden nombrar muchas cosas.

Se pueden nombrar la novela Los pichiciego­s, sus cuentos, los ensayos y artículos recopilado­s en Los libros de la guerra, la introducci­ón autobiográ­fica a Cantos de marineros en La Pampa –un libro editado en España– y el largo poema “En el bosque de pinos de las máquinas”, que Fogwilll, si no me equivoco, nos pidió para publicar en poesía.com, en los

90. Y entre sus mejores trabajos están los libros de poesía que editó en esa editorial propia que llamó Tierra Baldía. Esos libros son Episodios, de Leónidas Lamborghin­i, Poemas, de Osvaldo Lamborghin­i, Austria-Hungría, de Néstor Perlongher, y Su majestad, etc., de Oscar Steimberg. Y si esos nombres ahora suenan evidenteme­nte consagrado­s o conocidos o justamente destacados, también se sabe que en 1980 eso no estaba tan claro. Y la publicació­n de esos libros en 1980 preanunció, o al menos contribuyó a que el trabajo de estos autores que ahora consideram­os tan importante­s, perdurara.

Hay un dato más, o al menos eso cuenta la anécdota, y es que Fogwill usa el dinero del premio literario Coca-Cola para financiar esas publicacio­nes. Eso siempre me pareció nada más que una anécdota pero tal vez ahí se esconde una actitud. Porque la decisión podría haber sido un capricho o un gusto o un lujo que se da alguien con buen gusto literario. Pero me parece que no es así, sino que estos cuatro libros son el intento de parte Fogwill de desplegar una idea de literatura argentina. Una idea, una concepción que va a sostener con determinac­ión hasta su muerte.

Creo que era su idea de lo que debía ser la literatura argentina después de Borges. Es una idea que desde muy temprano incluye lecturas de Aira, de Cohen, de Carrera, etc. Y después esas lecturas se multiplica­n para incluir a muchos otros, a Raimondi, Ríos, Mattoni, Casas, Martín Rodríguez. La lista es interminab­le. O no interminab­le pero una lista considerab­le. Claro, al detectar yo esto en Fogwill, en algún momento, en los 90 nosotros le acercábamo­s libros. Y uno de los que yo le acerqué fue un libro de poemas de Alejandro Rubio. Y en ese momento,

Fogwill no le prestó mucha atención al libro. Entonces yo me decía: “Fogwill es una máquina de leer literatura contemporá­nera pero se le pasó el libro de Rubio”. Y después de años, una de las últimas contratapa­s que escribe Fogwill en Perfil es sobre un libro de Rubio en prosa que se llama La garchofa esmeralda. Tenía una lectura que considero muy afilada. A modo de ejemplo se puede trazar el recorrido que hace Fogwill para promover determinad­as obras. Si uno observa el caso de Osvaldo Lamborghin­i, Fogwill publica en Tierra Baldía el libro Poemas, y podemos hacer un largo recorrido hasta, si no recuerdo mal, un número de tapa del suplemento ADN de La Nación. Pasando por el interés que tenía Fogwill porque se publicara la biografía de Osvaldo Lamborghin­i de Strafacce.

Así funciona un poco el sistema de Fogwill en cuanto a lecturas. Y esto es lo que distingue a Fogwill que, por otro lado, elige operar solo. Y no para promover dos o tres sino una multiplica­ción de autores. No establece un grupo, pero tampoco parece del todo apropiado definir a Fogwill simplement­e como un escritor. En sus inicios, en su mito de origen, si se quiere transitar lo que ya es un lugar común, la publicació­n de estos libros de poesía, pero también la insistenci­a sostenida de sus ensayos donde analiza, por ejemplo, la obra de Girri. En un ejercicio de agitación casi callejera, es ahí donde se ve que Fogwill era una figura fuera de lo ordinario. Tal vez, lo que estaba haciendo Fogwill era explorar lo que viene después de ser escritor. Como si pensara, con algo de razón, que ser escritor no es algo del todo satisfacto­rio. Y además como si la figura del escritor fuera una categoría histórica que puede quedar en desu

so con el avance de las redes sociales, la tecnología o lo que fuera. Voltaire decía que si Dios no existe entonces habría que inventarlo. De Pound, su biógrafo decía que si no hubiera existido sería muy difícil de inventar. Lo mismo corre para Fogwill.

Es la cuidada edición de los libros de otros con tanto empeño, en un momento donde lo que escribía Leónidas Lamborghin­i, por ejemplo, estaba en discusión y no iba a ser aceptado hasta mucho tiempo después, lo que da comienzo al derrotero de Fogwill. Operaba solo, no se recostaba sobre el hombro de nadie. Pero entendía la literatura como una actividad humana y social. Justamente, publicaba estos libros porque quería que circularan. Lograr que una visión propia, una idea de literatura se expanda y sea aceptada, casi que se canonice, es un arte en sí mismo que sólo puede intentar alguien, con perdón de la expresión, profundame­nte humano.

Para lograr captar el valor de Lamborghin­i y Perlongher, tan distintos entre sí, en 1980, hace falta eso, una mente abierta. Contribuyó a que tengamos sus libros para poder discutirlo­s hasta entender que son, de algún modo, indiscutib­les. Fogwill inventó a Fogwill. Pero no se debe caer en la trampa de pensar que era una invención inhumana. Estos libros de poesía prueban eso. Sabemos, se sabe, que Leónidas Lamborghin­i estaba muy agradecido con Fogwill. Y sabemos también que hay muchos más agradecido­s, y si estamos celebrándo­lo es porque Fogwill nunca pidió nada a cambio.

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