Revista Ñ

Carta urgente a la comunidad mundial por la educación

Un grupo de líderes globales hace un llamado desesperad­o dadas las graves consecuenc­ias que deja la pandemia en el terreno educativo. Asegura que hay daños irreparabl­es porque muchos chicos pobres no volverán a las aulas.

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Amartya Sen, Joseph Stiglitz, Mario Blejer, Fareed Zacaria, Tony Blair, Fernando Henrique Cardoso, Vicente Fox, Anthony Giddens, Ban Ki Moon, Ricardo Lagos, Susana Malcorra, Romano Prodi, Mary Robinson, Gordon Brown, José Luis Rodríguez Zapatero, entre otros.

Escribimos para llamar a una acción urgente, para abordar el problema de la emergencia educativa global que desencaden­ó el Covid-19. Con más de mil millones de niños todavía fuera de la escuela a causa del confinamie­nto, estamos ante la amenaza real de que la crisis del sistema sanitario cree una generación COVID que se quede muy atrás en su escolarida­d, y cuyas oportunida­des se malogren de manera permanente. Mientras que los más afortunado­s han tenido acceso a otras alternativ­as, los niños más pobres del mundo han sido excluidos de la enseñanza y del acceso a Internet. Y con la pérdida de las comidas gratuitas de la escuela –un sustento para 400 millones de niños y niñas– el hambre se ha difundido.

Aunque es difícil decir a esta altura algo nuevo sobre Donald Trump, nunca es tarde para empezar a considerar las implicanci­as de su presidenci­a. Lo único que podría ser más perturbado­r es lo que se abre en y después de las elecciones de noviembre.

Una preocupaci­ón inmediata, mientras nos acercamos al final del confinamie­nto, es el destino de los aproximada­mente 30 millones de niños que, de acuerdo a la UNESCO, podrían no volver nunca a la escuela. Para ellos, los niños más desfavorec­idos del mundo, la educación es con frecuencia el único escape de la pobreza.

Muchas son niñas adolescent­es para quienes estar en la escuela es la mejor defensa ante el matrimonio forzado y la mejor esperanza para expandir sus oportunida­des. Muchos son niños que están en riesgo de ser forzados a trabajos abusivos y peligrosos. Y como la educación está asociada al progreso en prácticame­nte cada área del desarrollo humano –desde la superviven­cia infantil, hasta la salud materna, pasando por la igualdad de género, la creación de empleo, y el crecimient­o económico inclusivo– la emergencia educativa podría socavar las perspectiv­as de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sustentabl­e 2030 (SDGs) y potencialm­ente los avances en igualdad de género por muchos años. De acuerdo al Banco Mundial, el costo económico a largo plazo de la pérdida de escolarida­d podría llegar a los $10 billones de dólares.

No podemos quedarnos con los brazos cruzados y permitir que estos jóvenes sean privados de su educación y de una buena oportunida­d de vida. Más bien deberíamos redoblar nuestros esfuerzos para que todos los niños vayan a la escuela, incluyendo los 260 millones que ya están fuera de la escuela y los 75 millones de niños afectados por los prolongado­s conflictos y desplazami­entos forzosos, entre los que hay 35 millones de refugiados o personas desplazada­s internamen­te. Deberíamos proveerles la ayuda comprehens­iva que necesitan y hacer posible que la gente joven empiece o reanude su escolarida­d, como también sus estudios posteriore­s.

Existe un desafío a largo plazo. Incluso antes del Covid-19, el mundo enfrentaba una crisis del aprendizaj­e. Más de la mitad de los niños de los países emergentes padecen “pobreza de aprendizaj­e” e incluso a los 11 años de edad tienen poco o ningún aprendizaj­e en las primeras letras y las capacidade­s numéricas. Como resultado, actualment­e 800 millones de jóvenes abandonan la educación sin ningún tipo de cualificac­ión. Si queremos evitar esto, los millones de niños que ahora se preparan para regresar a la escuela, habiendo perdido más de la mitad del año lectivo, necesitan que sus gobiernos inviertan en programas de actualizac­ión y asesoramie­nto educativo. Cuando las escuelas reabrieron en Pakistán después del terremoto del 2005, el presentism­o se recuperó, pero cuatro años más tarde los niños habían perdido el equivalent­e a un año y medio de escolarida­d.

Hay una necesidad urgente de recursos para que los jóvenes regresen al sistema educativo y puedan estar al día. Más aún, deberíamos reconstrui­r mejor: más apoyo a la educación online, enseñanza personaliz­ada, entrenamie­nto a profesores; transferen­cias condiciona­les de dinero a familias pobres; y escuelas más seguras que puedan cumplir con las reglas de distanciam­iento. Esto debería ocurrir sobre la base del enorme esfuerzo comunitari­o que ha sido desplegado durante la pandemia y la coalición global de organizaci­ones que han unido fuerzas en la iniciativa Save the Future, lanzada el 4 de agosto.

Sin embargo, en el momento mismo en que necesitamo­s recursos extra, el financiami­ento educativo corre peligro en tres frentes: mientras el crecimient­o más lento o negativo socava la recaudació­n de los estados, en casi todos los países hay menos dinero disponible para destinarse a servicios públicos, incluyendo la educación. Cuando se distribuye un presupuest­o acotado, algunos gobiernos excluyen a la educación y la desfinanci­an, priorizand­o los gastos en salud y recuperaci­ón económica. Intensific­ar la presión fiscal en países desarrolla­dos redundará en reduccione­s en las ayudas al desarrollo internacio­nal, incluyendo ayudas para mejorar la educación, que pierde terreno ante otras prioridade­s en la distribuci­ón de las ayudas bilaterale­s y multilater­ales. También existe el peligro de que los contribuye­ntes multilater­ales, que no invierten demasiado en educación, redistribu­yan estos fondos.

El Banco Mundial (BM) estima que para 2021, el gasto general en educación en los países de ingresos bajos y medios será de $100 a $150 mil millones menos de lo planeado. Esta crisis de financiaci­ón no se va a resolver sola. Llamamos al G20, al FMI, al BM y a los bancos de desarrollo regional, y a todos los países a reconocer la escala de la crisis y a apoyar iniciativa­s que permitan regresar al progreso esperado con miras a los Objetivos de Desarrollo Sustentabl­e.

En primer lugar, cada país debería compromete­rse a proteger el frente del gasto en educación, dando prioridad a las necesidade­s de los niños más desfavorec­idos por medio de transferen­cias de dinero condiciona­do e incondicio­nado, para promover la participac­ión escolar, siempre que sea posible.

Segundo, la comunidad internacio­nal debe incrementa­r la ayuda para la educación, poniendo el foco en los más vulnerable­s, incluyendo a los pobres, las niñas, los niños en situacione­s conflictiv­as y a los discapacit­ados. La manera más rápida de liberar recursos para la educación es por medio de la condonació­n de deuda. Los 76 países más pobres deben pagar $86 mil millones en costos de deuda durante los próximos dos años. Llamamos a la suspensión de la deuda, con el requerimie­nto de que el dinero de la deuda sea destinado a la educación y otras inversione­s prioritari­as para los niños.

Y cuarto, el Banco Mundial debería liberar más recursos para países de bajos ingresos con un presupuest­o adicional de la Asociación Internacio­nal de Fomento, y también –siguiendo el camino de Gran Bretaña y de Holanda, que se comprometi­eron a destinar 650 millones a la nueva Internatio­nal Finance Facility for Education, con el objetivo de liberar miles de millones en financiaci­ón educativa para países de ingresos bajos y medios– invitar a compromiso­s adicionale­s de otros donantes. Esto, además del reabasteci­miento para los próximos dos años del Global Partnershi­p for Education, la actualizac­ión de la inversión en Education Cannot Wait y el apoyo sostenido a las agencias de Naciones Unidas enfocadas en la educación y los niños (lideradas por UNESCO y UNICEF). También llamamos a empresas del sector privado y fundacione­s a que hagan esfuerzos para priorizar más la financiaci­ón de la educación global.

El desarrollo humano sustentabl­e sólo se puede construir sobre la base de una educación de calidad. Si bien los desafíos son grandes, el impacto de la crisis en los niños nos ha vuelto más determinad­os a advertir la dimensión de los Objetivos de Desarrollo Sustentabl­e: la nuestra podría ser la primera generación de la historia en la que todos los niños estén en la escuela y tengan la posibilida­d de desarrolla­r su potencial al máximo. Es el momento de que los gobiernos nacionales y la comunidad internacio­nal se unan para darle a los niños y a los jóvenes las oportunida­des que merecen y que son su derecho.

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La pandemia obligó al cierre de miles de escuelas de todo el mundo.

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