Tan culpable como inocente
¿En qué medida contribuyó el mismo Trotsky a su propia derrota? ¿En qué medida se vio obligado, por circunstancias críticas y por su propio carácter, a abrirle el camino a Stalin? La respuesta a estas preguntas revela la tragedia verdaderamente clásica de la vida de Trotsky, o más bien una reproducción de la tragedia clásica en los términos seculares de la política moderna; y Trotsky habría sido sobrehumano si hubiese podido revelarla. El biógrafo, en cambio, ve a Trotsky en el clímax de su triunfo como un ser tan culpable y tan inocente, y tan maduro para la expiación, como un protagonista de los dramas griegos.
En Mi vida, Trotsky se propuso vindicarse en los términos que le impusieron Stalin y toda la situación ideológica del bolchevismo en los años veinte, es decir, en términos del culto a Lenin. Stalin lo había denunciado como el inveterado enemigo de Lenin, y Trotsky en consecuencia se esforzó por demostrar su completa devoción a él y su avenencia. Su devoción a Lenin después de 1917 fue indudablemente genuina; y los puntos de acuerdo entre ellos fueron numerosos e importantes. Trotsky, sin embargo, hizo borrosos los claros contornos y la importancia de sus controversias con Lenin entre 1903 y 1917, y también de sus diferencias posteriores. Pero otra consecuencia, mucho más extraña, del hecho de que hiciera su apología en términos del culto leninista fue que, en ciertos aspectos capitales, rebajó su propio papel en comparación con el de Lenin, lo cual es una hazaña sumamente rara en la literatura autobiográfica. Tal es el caso en lo que concierne a la descripción del papel que él desempeñó en la insurrección de octubre y en la creación del Ejército Rojo, donde Trotsky rebaja sus propios méritos para no dar la impresión de que rebaja a Lenin. Libre de lealtades a cualquier culto, yo he intentado la restauración del balance histórico.
He prestado especial atención a Trotsky el hombre de letras, el panfletista, el escritor militar y el periodista. La mayor parte de su obra literaria se encuentra sumida en el olvido y es inaccesible a un público amplio. Este es el escritor de quien Bernard Shaw, que sólo podía juzgar las cualidades literarias de Trotsky sobre la base de traducciones deficientes, dijo que “superaba a Junius y a Burke”. “Al igual que Lessing”, escribió Shaw sobre Trotsky, “cuando le corta la cabeza a su adversario, la levanta para demostrar que no hay un cerebro en ella; pero no se permite tocar el carácter privado de su víctima... La despoja de todo prestigio político, pero le deja su honor intacto”.
Octubre de 1952.