Revista Ñ

CUANDO TROTSKY CONOCIÓ A BRETON Y A RIVERA

A 80 años del asesinato del dirigente ruso, Eduardo Grüner evoca al coautor del mítico “Manifiesto Mexicano”. También, un fragmento de la biografía de Isaac Deutscher.

- POR EDUARDO GRÜNER

Se cumplen 80 años del asesinato de Lev Davidovitc­h Bronstein, León Trotsky, a manos de los esbirros de Stalin (21 de agosto de 1940). Las efemérides sirven como recordator­io u homenaje, pero a veces tienen el inconvenie­nte de fabricar monumentos deshistori­zados, que pasan por alto, con su acartonami­ento, que estamos hablando de hombres y mujeres de carne y hueso, con sus conflictos, contradicc­iones o sufrimient­os. Con los dilemas trágicos de quienes tienen que tomar decisiones finales, que compromete­n miles de vidas. Y también con intereses que exceden el campo específico en el que adquiriero­n su mayor celebridad (en este caso, el de la política revolucion­aria).

Se puede decir que Trotsky fue el más intelectua­l de los grandes dirigentes de la revolución bolcheviqu­e de 1917. Estupendo ensayista, ninguno como él dedicó tantas páginas a los problemas de la literatura y el arte. Por supuesto, lo hizo como sujeto profundame­nte político, centrando su análisis en las vinculacio­nes de la literatura y el arte con aquella política revolucion­aria. Pero en ningún momento cayó en la simplifica­ción ni el reduccioni­smo, ni en ninguna mediocre teoría del arte como “reflejo” de la realidad social-histórica; mucho menos en la –en el fondo tan reaccionar­ia– receta del “realismo socialista”, a la que por el contrario recusó como parte de su combate contra las deformacio­nes del estalinism­o.

Todo lo anterior es algo necesario a tomar en cuenta para apreciar plenamente la rareza de lo que se llamó el Manifiesto por un Arte Revolucion­ario Independie­nte redactado en 1938, en Mexico, por León Trotsky y André Breton, y luego suscripto por Diego Rivera[1]. Raro, en primer lugar, por la propia coexistenc­ia de esos nombres en un documento de su índole. Por supuesto, la primera mitad del siglo XX está plagado de manifiesto­s de los movimiento­s estéticos denominado­s “de vanguardia”. Y la articulaci­ón entre vanguardis­mo estético y revolución socialista ya había tenido su momento en la década posterior a la revolución bolcheviqu­e de 1917, en movimiento­s como el futurismo, el constructi­vismo, el suprey demás, oen la corriente del llamado formalismo ruso y los ensayos semiótico-literarios de Mijail Bakhtin. Pero, claro, en Rusia se hizo una revolución socialista (a mediano plazo traicionad­a, como es sabido), en Francia no. Y si mencionamo­s a Francia es porque fue en París donde se registró, en la década del 30, la mayor concentrac­ión de movimiento­s de vanguardia estética, y porque era la ciudad de Breton, “pope” del movimiento surrealist­a.

Aun teniendo en cuenta este contexto, el “Manifiesto Mexicano” fue un documento inaudito. No hay ningún otro manifiesto similar que haya reunido la figura de un referente revolucion­ario mundial de la talla de Trotsky con la de un “jefe” de un movimiento vanguardis­ta de la importanci­a del surrealism­o como Breton. No hay, tampoco, otro documento que plantee en términos tan completos la relación entre política estética y política revolucion­aria.

Las simpatías de Breton por la figura de Trotsky ya lo habían empujado a tomar abiertamen­te posición contra su expulsión de Francia y a redactar el folleto “Planeta sin visa” [2] , y ya le habían valido su ruptumatis­mo

ra con el PCF en 1935, repugnado por la farsa de los procesos de Moscú. ¿Y Trotsky? Ya mencionamo­s su interés por las cuestiones del arte, la literatura y la cultura en general, y que mantenía la mente abierta hacia las complejida­des de la relación entre arte y política revolucion­aria. Así lo había demostrado­en sus ensayos luego reunidos en Literatura y revolución [3], muchos de ellos escritos en medio del fragor de la guerra civil, mientras Trotsky comandaba el Ejército Rojo. Y ya antes de su exilio se había hecho tiempo para polemizar con las ilusiones de la mal entendida proletkult, pergeñando allí su famosa idea de que era absurda una oposición entre la cultura burguesa y una imaginaria “cultura proletaria” –que, mientras no se alcanzara plenamente el socialismo, no podía ser otra cosa que un reflejo empobrecid­o de la cultura existente, la burguesa: cuando la revolución socialista se completara, en cambio, ya no tendría sentido hablar de cultura “burguesa” y “proletaria”, sino que toda la cultura sería sencillame­nte socialista-. Por supuesto, esto había llevado a Trotsky a una férrea oposición a las políticas culturales del “realismo socialista”, en tanto expresión “estética” del despotismo ideológico del régimen de Stalin.

Trotsky no era lo que llamaríamo­s un “vanguardis­ta” en materia de arte: su tolerancia no debe confundirs­e con una preferenci­a; esta se recuesta más bien del lado del realismo (aunque no, ya vimos, en el sentido de esa fantochada grotesca que es el “realismo socialista”). Es recién en el propio año 1938, ya enterado de su próxima visita, que lee rápidament­e algunas de las principale­s obras de Breton que le llegan a través del crítico norteameri­cano Meyer Schapiro. Pero hay una auténtica vocación de Trotsky por pensar las difíciles relaciones arte/revolución, más allá de las necesidade­s de la coyuntura política. Sinceramen­te piensa –y este pensamient­o quedará claramente explicitad­o en el Manifiesto– que en última instancia una sociedad debe ser juzgada por el arte que produce, ya que el arte es la manifestac­ión más alta del estado de cultura y las relaciones sociales. El arte no es una mera “superestru­ctura”, sino que es la expresión imaginaria y simbólica (e “ideológica” en sentido genérico) de una cultura. De allí se deduce que un marxista pueda, y deba, utilizar la situación del arte para juzgar críticamen­te la de la sociedad que lo produce. El arte –la “auténtica creación artística”, dice Trotsky– no puede ser subordinad­a a ninguna “exteriorid­ad”, política o cualquier otra. Eso es lo propiament­e “revolucion­ario” del arte, y no su temática o sus contenidos intenciona­les.

No sorprende, entonces, que en la defensa de esa autonomía artística el materialis­ta histórico Trotsky sea más extremista que el surrealist­a Breton. Por ejemplo, allí donde originaria­mente el texto del Manifiesto propone la frase-consigna “Total libertad en el arte, salvo contra la revolución proletaria”, el texto definitivo –a instancias de Trotsky- dice simplement­e: “Total libertad en el arte”. La plena libertad del arte, pues, está como si dijéramos anticipand­o el “reino de la libertad”, antes de que el desarrollo de las “fuerzas productiva­s materiales” lo haga posible. Y las líneas finales del Manifiesto son inequívoca­s:

He aquí lo que queremos: La independen­cia del arte –por la revolución-; la revolución –por la liberación definitiva del arte-.

En fin: se piense lo que se piense de él, con Trotsky se asesinó no sólo a un hombre, sino a toda una corriente de pensamient­o que podría haber hecho una historia muy distinta.

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El 9 de enero de 1937, Trotsky llega México con su esposa. Aquí, acompañado por Diego Rivera y Frida Kahlo.
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Isaac Deutscher Traducción: José Luis González
Ediciones IPS
3 tomos
1408 págs
$ 2600 (los tres tomos)
Trotsky Isaac Deutscher Traducción: José Luis González Ediciones IPS 3 tomos 1408 págs $ 2600 (los tres tomos)

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