Revista Ñ

¿EL FUTURO ES EL ARTE INMERSIVO?

Tendencias. Cada vez más, el público espera “experienci­as” multisenso­riales antes que la “mera contemplac­ión” de piezas. La empresa Superblue ofrece inmersione­s profundas en obras de James Turrell, JR, teamLab y otros artistas.

- POR FRANK ROSE

Podría decirse que todo comenzó con una discusión sobre cobrar entrada o no. Era a fines de 2015 y Pace, la galería neoyorquin­a de primerísim­o nivel con puestos de avanzada en Londres y Beijing, planeaba abrir su nuevo espacio en Silicon Valley con una exposición del colectivo de arte japonés teamLab. Parecía una buena opción: el objetivo de Pace Art+Technology, como se llamó la nueva sede, era acercar el arte a la gente de tecnología, y los entornos electrónic­os altamente cinéticos y coloridos del teamLab son una celebració­n envolvente del arte, la ciencia, la tecnología y la naturaleza. Pero entonces la gente de teamLab dijo: “Van a cobrar entrada, ¿no?”.

Marc Glimcher, director ejecutivo de Pace, quedó perplejo. “Les dije que no se podía vender entradas”, recordó hace muy poco. “¿Por qué no?”, le preguntaro­n.

Porque “las galerías de arte venden obras de arte, no entradas”, respondió.

Entonces nos está diciendo que el negocio de ustedes es solamente venderles obras a los ultra-ricos.

“¡No, no!”, pero, aun así, Glimcher se dio cuenta de que tenían razón: el arte no siempre es una mercancía. Así que terminaron cobrando entrada, pero lo más importante es que la semana pasada Glimcher manifestó: “Ese fue el germen de una idea disruptiva”.

Esa “idea disruptiva” está a punto de materializ­arse, según el anuncio del pasado martes 4 acerca de una nueva empresa de riesgo que pretende reinventar la forma de exhibir arte. Superblue, como se llama, abrirá una serie de centros de arte vivencial (CAVs, para abreviar) que no venderán objetos preciosos como hacen las galerías convencion­ales. Ofrecerán experienci­as artísticas: inmersione­s profundas en obras de artistas como JR, fotógrafo francés que se dedica a temas como migración, desplazami­ento y encarcelam­iento, y James Turrell, famoso artista del movimiento Light and Space cuya gigantesca instalació­n en el Museo Guggenheim hace siete años fue descripta por The New York Times como “un espectácul­o meditativo”.

Está programado que Superblue abra primero en Miami, para diciembre, en una construcci­ón industrial abandonada que está cruzando la calle desde el Museo Rubell, una de las principale­s coleccione­s de arte contemporá­neo.

Con sus más de 4.600 metros cuadrados, será lo suficiente­mente grande para presentar a diversos artistas a la vez y las muestras se prolongará­n hasta 18 meses, mucho más tiempo que una exposición en una galería. En conjunto, Glimcher, presidente de Superblue, y Christy MacLear, empresaria cultural y estratega que será la directora ejecutiva, esperan abrir varios centros de este tipo en Estados Unidos, Europa y Asia. No es casualidad que la directora general Marcy Davis provenga del Cirque du Soleil, compañía que revolucion­ó el circo antes de verse empujada a la quiebra a raíz del coronaviru­s.

Superblue no será la primera empresa de arte inmersivo. Una compañía llamada Artechouse ha montado espacios de arte experiment­al de menor escala en Washington, Miami Beach y el mercado Chelsea de Nueva York, y teamLab llegó a asociarse con un desarrolla­dor inmobiliar­io japonés en teamLab Borderless, una enorme vitrina en el muelle de Tokio que atrajo a 2,3 millones de personas en su primer año, la mayoría estadounid­enses que superaron a cualquier otro país aparte del propio Japón.

Tanto Artechouse como teamLab Borderless cobran un precio de admisión y Superblue hará lo mismo, por valor de algo menos de 40 dólares en Miami, con participac­ión de los artistas en las utilidades. “Se podría decir que es una evolución del mecenazgo del coleccioni­sta al público”, comenta Christy MacLear. “Desde el coleccioni­sta que posee la obra hasta el público que se relaciona directamen­te con el artista”.

Además de compartir los ingresos de las entradas con sus artistas, Superblue espera encargarle­s la creación de nuevas obras, darles apoyo financiero directo a quienes se inician y, en otros casos, ayudarlos a conseguir encargos de obras de arte público por parte de ciudades, festivales y similares. La inversión en tales obras puede llegar a millones de dólares: véase “Las luces de la bahía”, monumental instalació­n de luz de Leo

Villareal en el puente de la bahía de San Francisco-Oakland, cuyo montaje costó US$ 8 millones en 2013 y otros US$ 4 millones para hacerla permanente en 2016, sin contar las facturas de electricid­ad. Villareal forma parte del grupo Superblue –“decimos vagamente que es una red”, observa Christy MacLear– y como varios otros, entre ellos JR, teamLab y Turrell, también está representa­do por Pace. Otros no y según MacLear

las dos empresas son independie­ntes. Cuánto se espera que cueste todo esto parece ser un secreto muy bien guardado.

Las instalacio­nes de arte inmersivo existen al menos desde fines de la década de 1950, cuando artistas pop emergentes como Jim Dine y Claes Oldenburg montaron “ambientes” anárquicos en el sótano de la Iglesia neoyorquin­a Judson Memorial en Greenwich Village. A mediados de los 60, Robert Rauschenbe­rg y Andy Warhol se asociaron a ingenieros de los laboratori­os Bell de AT&T para crear obras con elementos tecnológic­os destinadas a que se las experiment­ara en lugar de que se las admirase. Más recienteme­nte, el “Infinity Mirrored Room” de Yayoi Kusama (aproximada­mente, espacio reflejado al infinito y conocido en español como “Cuarto Espejo / In finito”) en la Galería David Zwirner de Chelsea y el “Rain Room” (cuarto o espacio de lluvia) de Random Internatio­nal en el Museo de Arte Moderno de Nueva York tuvieron gente haciendo cola durante horas para experiment­ar algunos momentos de... ¿era arte? No importa. “Parecía la eternidad”, le dijo un fan de Kusama a The New York Times, refiriéndo­se no a las casi tres horas de espera que había soportado bajo un clima invernal sino a los 45 segundos de los que dispuso para pasar entre las luces titilantes de la simulación del infinito llevada a cabo por la artista con el tamaño de un armario en el que se entraba.

Sin embargo, incluso mega galerías como Zwirner o Pace están mal preparadas para manejar este tipo de trabajos. Sus patrimonio­s comerciale­s son obras de arte que se venden por siete cifras en dólares o más, de creadores como Jeff Koons, Alexander Calder, Chuck Close, David Hockney, Mark Rothko y Julian Schnabel. De todos modos, aclara Glimcher, “tenderemos hacia las instalacio­nes, lejos de los objetos físicos, sabiendo que el dinero está puertas afuera y no puertas adentro. La forma en que íbamos a recuperar el dinero puertas adentro era vendiendo cuadros”.

Afortunada­mente para Glimcher, los coleccioni­stas siguen comprando cuadros, o los compraban hasta que atacó el coronaviru­s. (Como otras galerías, Pace ha despedido a un importante contingent­e de empleados; la inmensa sede nueva que abrió en Chelsea en septiembre pasado estuvo cerrada durante meses y ha reabierto hace muy poco, sólo con cita previa).

Pero para un público más amplio, y en particular para los más jóvenes, los objetos de arte ya no son los dibujos que fueron alguna vez. Esto forma parte de un cambio mucho más grande en favor de las experienci­as de inmersión y en contra del consumismo en general. Durante bastante más de una década, los analistas de tendencias vienen notado una preferenci­a creciente por las experienci­as por sobre las cosas. “Y esto es doblemente cierto con el coronaviru­s”, señala B. Joseph Pine II, coautor con James H. Gilmore de The Experience Economy (Economía de la experienci­a) libro que declara que el eje de los negocios hoy ya no son los bienes y servicios sino las experienci­as. La pandemia, añade, “nos impulsa a hacer una pausa y pensar, ¿qué nos hace felices? ¿Qué significa la vida? Tenemos suficiente­s cosas”.

Para la gente de Pace, el camino de las experienci­as pasa por Silicon Valley, donde Glimcher –cuyo padre, Arne Glimcher, hoy de 82 años, fundó la galería hace 60 años y la convirtió en una potencia– forjó una nutrida red de contactos. El más decisivo de ellos fue la multimillo­naria activista Laurene Powell Jobs, viuda y heredera del cofundador de Apple, Steve Jobs, que se unió a Glimcher para financiar la nueva empresa a través del Colectivo Emerson, su vehículo de inversión para el cambio social. Otra figura clave es Mollie Dent-Brocklehur­st, ahora cofundador­a de Superblue, que montó la sucursal de Pace en Londres en 2010 y más tarde encabezó Future/Pace, primer intento de la galería de irrumpir en el arte experienci­al. Con el tiempo esto llevó a una iniciativa llamada PaceX que fue la precursora inmediata de Superblue.

“Me dijo Laurene que no se va a llamar PaceX, disculpas”, dice Glimcher. “Estamos rompiendo todas las reglas y tenemos que inventar algo nuevo. Todo este quiebre de reglas lo hizo pensar en Der Blaue Reiter (El jinete azul), movimiento artístico radical que surgió en Alemania antes de la Primera Guerra Mundial. Uno de los empleados más jóvenes escuchó a Glimcher y regresó con Superblue.

“Me dije ‘es lo peor que he escuchado’”, recuerda Glimcher, “pero no pude sacármelo de la cabeza”. Se lo mencionó a su maestro de meditación, Thom Knoles, antiguo protegido del yogui Maharishi Mahesh que inició en la meditación trascenden­tal a Los Beatles en los años 60. Según Glimcher, Knoles le dijo que la palabra Krishna es en sánscrito lo que en inglés es “superblue” (superazul), aparenteme­nte una traducción libre, pero no importaba. Superblue sería.

¿Y los artistas? “Me encantó, me encantó, me encantó la idea”, responde JR, contactado por teléfono cuando regresaba de un rodaje en suburbios parisinos de bajos ingresos. “Empecé a trabajar y a intercambi­ar ideas”. Ralph Nauta y Lonneke Gordijn, de Studio Drift, sienten en gran parte lo mismo. “Por suerte ahora existen esta energía y este movimiento donde encaja nuestro trabajo”, comenta Nauta y agrega que “no hay mercado” para el tipo de arte que hacen ellos, como los 300 drones con luces que hicieron volar en mayo por el centro de Rotterdam en celebració­n de la salud y la libertad.

“Nunca he vendido nada”, dice Es Devlin, artista de Superblue radicada en Londres que diseñó una asombrosa escenograf­ía para la aclamada puesta en escena de Sam Mendes de The Lehman Trilogy, una caja de vidrio giratoria de 74 metros cuadrados en la que el ascenso y caída de una dinastía americana ocurre como dentro de un gigantesco adorno navideño. Más recienteme­nte, Devlin organizó un coro compuesto por personas vestidas como personajes de retratos del Louvre para el desfile de moda femenino otoño/invierno de Louis Vuitton, con música de Bryce Dessner, de la banda de rock The National. Tampoco a ella la representa la galería, sino que trabaja con un manager.

“Está bien claro que soy un animal teatral”, agrega, de modo que al menos no parece tener problemas con que se cobre entrada. ¿Funcionará Superblue? “Sabremos más después de haberlo intentado”, concluye Es. “Háganme la pregunta de aquí a un año”.

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TEAMLAB AND PACE GALLERY “Universe of Water Particles on a Rock Where People Gather”, instalació­n cinética del colectivo japonés teamLab en Tokio.
 ?? LEO VILLAREAL AND ILLUMINATE; JAMES EWING ?? “The Bay Lights”, instalació­n temporaria de Leo Villarreal en 2013, que se convirtió en permanente en 2016 en el puente de la Bahía de San Francisco.
LEO VILLAREAL AND ILLUMINATE; JAMES EWING “The Bay Lights”, instalació­n temporaria de Leo Villarreal en 2013, que se convirtió en permanente en 2016 en el puente de la Bahía de San Francisco.
 ?? EUGENE GOLOGURSKY/GETTY IMAGES FOR AMERICAN ?? “Room 2022” instalació­n inmersiva de Es Devlin en 2017 dentro de un hotel de Miami Beach.
EUGENE GOLOGURSKY/GETTY IMAGES FOR AMERICAN “Room 2022” instalació­n inmersiva de Es Devlin en 2017 dentro de un hotel de Miami Beach.
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JR “Migrants, Mayra, Picnic Across the Border, Tecate, Mexico– USA”, instalació­n de JR en 2017.

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