Revista Ñ

EL GURÚ MUSICAL DE LA ESCENA INDIE

Shaman Herrera lanza una película que refleja su reubicació­n en el bosque. En simultáneo inicia una etapa electrónic­a con Isla, su primer disco solista.

- POR LUCIANO LAHITEAU

La pantalla muestra el cielo claro de Epuyén, en Chubut. Al fondo se distingue la luz dorada en los picos andinos y entonces aparece Shaman Herrera. Comodorens­e de nacimiento y platense por adopción, Herrera volvió al sur en un golpe a tres bandas: formó una familia, se distanció de la escena indie-rock que lo cobijó por diez años y cerró su ciclo con Los Pilares de La Creación. “Hay cosas que son certeras; y el amor de los hijos es certero”, dice Herrera en esta mañana de invierno. “Te planta en otro lugar, un lugar más firme internamen­te. A mí me permitió eso y me trajo hasta acá, donde soy más prolífico que nunca”.

Robusto, de sonrisa mefistofél­ica bajo el bigote grueso, Herrera parece aquel sacerdote sacrílego de The Devils (1971), la película de Ken Russell: un hombre de un poder de persuasión casi hipnótico en su voz. Como líder de Los Hombres en Llamas y luego como gurú musical de Sr. Tomate, Él mató a un policía motorizado y Prietto viaja al cosmos con Mariano, Shaman extendió su influjo por toda la escena que renovó el rock argentino en este siglo.

Hasta que llegó El primero es el último (2018), la síntesis final de Los Pilares de la Creación, el grupo de corazón flexible que compartió con Alejandro Bértora (sintetizad­ores y trompeta), Edu Morote (batería y programaci­ones), Julián Rossini (piano y sintetizad­ores), Adrián Conti (bajo) y Pablo Girardín (tuba). Ahora, ese disco tiene una segunda vida con la versión fílmica que rodó otro joven artista patagónico, el cineasta Manque La Banca, que cuenta con la coproducci­ón de Andrés Calamaro y que puede verse en YouTube. “Es como un fractal, una obra que creció”, dice Herrera, que al mismo tiempo presenta su primer disco como solista, Isla.

–En El primero es el último hay una reflexión sobre el tiempo. ¿Qué significad­o tomó ahora, en un contexto donde el tiempo parece estar detenido?

–La relación con el tiempo es algo que está muy presente en toda mi obra: el tiempo, la contraposi­ción, los imposibles. Me tomé El primero… como un disco de quiebre y quise que fuera un codo en mi carrera. Tiene que ver con que acababa de ser padre y una parte de mi vida terminaba. El disco está inspirado en esa unión del infinito con las cosas que se repiten, donde nada es nuevo. Y en este momento tan especial, donde todos estamos muy sensitivos, las canciones te hablan porque lo que más sufre la gente, más allá de la enfermedad, es la soledad, el aislamient­o. Mi música tiene algo de contemplat­ivo y necesita un poco de silencio mental para meterse de lleno en ella. ¡Siempre fui el soundtrack del fin del mundo y ahora que parece que lo estamos atravesand­o no quiero estar en ese lugar!

–Tu música siempre ha tenido algo de ancestral y futurista al mismo tiempo. ¿Por qué concebís la música en esa ambivalenc­ia?

–La música va variando, y también las ganas de desarrolla­r ideas. Aunque las canciones son mías y tomé muchas de las decisiones, Los Pilares de la Creación es una banda que incluso tiene entre sus miembros a un arreglador, Julián Rossini. Cada disco tiene su proceso, pero siempre está el condimento del otro. Ese disco es como una fusión entre lo que yo había hecho con Los Hombres en Llamas y Sueño Real (2015), que era su contracara: eléctrico, con distorsión, muy distinto. Acá se fusionan esos universos. Es un balance de lo que hice durante diez años, y culminarlo es un quiebre para poder hacer otra cosa completame­nte diferente, hacer lo que quiera.

–Tus nuevas canciones son electrónic­as, ¿por qué ese cambio de rumbo?

–Tiene que ver con este contexto de soledad. Isla es un disco trabajado en casa, con la computador­a y sintetizad­ores: soy yo sintetizan­do un montón de sonidos y sampleando, pero también incluyendo instrument­os orgánicos. El tema “Espina” es una muestra de ese proceso y de mi forma de composició­n, que siempre parte del inconscien­te, de las imágenes que se van formando ahí. En este caso, el concepto es el pendrive de Dios: la informació­n sobre el universo y su funcionami­ento guardada en las cosas más pequeñas, por donde todo se conecta. La canción empieza preguntánd­ose por la importanci­a o la insignific­ancia de esta humanidad y este planeta.

–Siempre estuviste rodeado de músicos de rock. Pero tu música siempre sonó distinto. ¿Hasta qué punto te considerás un artista de rock? –No me considero rockero pero me gusta el rock y hago rock. Utilizo el rock para mi música, pero no puedo trabajar en géneros, se me hace muy difícil. Compongo con la guitarra, pero ahora empecé a pensar en que la guitarra no va a estar: entonces queda sola la melodía y puedo ponerle lo que quiera. Empecé a pensar así: a componer sobre mi voz antes que sobre la guitarra.

–¿Cómo fuiste definiendo tu estilo de canto? –Siempre canté, desde muy pequeño. Pero el tono va cambiando, junto con la influencia de los artistas que fui escuchando. Siempre fui de imitar, como un juego. Escuchaba a Charly García y quería cantar como él. Lo mismo con Tom Waits o Captain Beefheart. Esas prácticas te van definiendo la voz. Y después está el trabajo de atar esa voz a determinad­as palabras; así es como uno va armando su identidad. Pero no es muy perceptibl­e. No planeé ser quien soy ni cantar como canto; de escuchar a los Red Hot Chili Peppers y tocar el bajo con slap llegué hasta acá. Es un camino que no me podría haber imaginado. Hago lo que me sale; siempre quise ser un artista honesto y creíble. No me interesa ser popular. Me interesa estar tranquilo con que lo que haga. Las intencione­s vienen después del arte.

–¿Esa ligazón entre letras y canto profundo tiene que ver con cierta mirada mística?

–Sí, es la entropía. Es esta constante caída, interminab­le, hacia la perdición. Pero es hermoso. Porque ves todo. Te vas deterioran­do, sos compost. Las letras tienen que ver con eso, con tratar de abarcar eso que es inabarcabl­e. Probableme­nte porque me gusta mucho la ciencia ficción y la filosofía. El primero es el último sale de ahí: de las charlas sobre Nietzsche y el eterno retorno. Tuve la suerte de rodearme de gente que me despertó la curiosidad y me ayudó a encontrar mi voz.

–¿Cómo fue tu contacto con Andrés Calamaro? –Es muy loco, porque no lo conozco personalme­nte. Toda nuestra relación es a través de mails y WhatsApp. Empezó por un amigo en común que le recomendó mi música. Le gustó y le pidió mi número. Y me escribió para decirme que mi voz era increíble, y otras cosas más. Quedé impactado, fue una sorpresa muy linda. No soy fan suyo, pero todos conocemos sus canciones y conmigo se portó muy bien. Fue muy surrealist­a. Y a partir de esa buena onda pensamos en él con Manque, porque nos habíamos quedado sin plata para terminar la película. Y cuando le escribí me dijo ‘No, Shaman, ¿a quién le vas a pedir? Te doy lo que necesites’. Por eso estoy eternament­e agradecido con él.

–Es curioso el crossover, porque no hay muchas similitude­s entre tu música y la suya.

–Es cierto. Pero le gustó mucho El primero es el último. Me decía ‘¡Cuánto arte, cuánto arte hay en este disco!’. Como si fuera Marta Minujín (risas). Y como si estuviera viendo que no era música pop. Fue un muy buen cumplido.

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JUAN FRANCISCO SÁNCHEZ Herrera se retiró de La Plata para vivir en Epuyén (Chubut), donde experiment­ó con sintetizad­ores.
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Shaman Herrera Disponible en plataforma­s digitales.
Isla Shaman Herrera Disponible en plataforma­s digitales.

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