Revista Ñ

El río de la noche es otro

Poesía. Una rara inquietud y una extrema delicadeza planean por los versos de la escritora chilena Rosabetty Muñoz, habitados por árboles y criaturas frágiles, ráfagas de animismo y la complicida­d de la luz.

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Hay ovejas y ovejas

Las que comen de cualquier pastizal y duermen con una sonrisa de satisfacci­ón en los potreros. Las que caminan ciegamente por los caminos acostumbra­dos. Las que beben despreocup­adas en los arroyos. Las que no trepan por pendientes peligrosas. Esas van a dar lana abundante en las esquilas y serán sabrosas invitadas en las fiestas de fin de año. Hay también las que tuercen las patas buscando campos de margaritas y se quedan horas y horas contemplan­do los barrancos. Esas balan toda la gran noche de su vida encogidas de miedo. Y hay, por fin, las malas ovejas descarriad­as. Para ellas y por ellas son las escondidas raíces y los mejores y más deliciosos pastos.

Ya no vienes a iluminarme

El preferido de mi corazón pronunció mi nombre una tarde sin quebradura­s.

Dijo “nunca cambiaría la casa de mi padre por ti”. Y yo soñaba que era el más grande porque no lo vencía una muchacha.

Pero el asalto del mal astilló cada uno de los sueños desató techos con soplidos de animal sacrificad­o. El viento arrecia. Corren niños despavorid­os. El mundo fue tan grande como para perdernos.

El río de la noche

El río de la noche es otro atravesado y solo en la ciudad que duerme. Le gusta que le lleve naranjas y poemas que no le tema y le tema arrullándo­me con alemanes hermosos que miraban el cielo para construir su casa y hombres tristes que se perdieron tierra adentro. “La vida les debe lo innombrabl­e” y me abre los brazos oscuros.

“Podrías dormirte dulcemente”.

Me habla como a una amapola que tiembla en el viento.

Pero amanece y no es el mismo. El río de la noche no me reconoce entre todas las muchachas que cruzan el puente.

Ligia

Hay un país remoto en el fondo de todos los días. Siempre es el mismo

(aunque sabemos que ya no existe)

Estrecho callejón sobrevolad­o por tordos árboles y árboles poblados de plumaje oscuro tal vez también un río, más bien pozones, antes de la sequía total.

Erosión del significad­o.

Este cuerpo no sabía que dejaba atrás el mundo propio.

Expuesta

Prontos a herir se amontonan en las afueras de mí.

Un ojo sobre otro.

Me voy a ellos con los brazos abiertos no vaya a ser que no me alcancen.

No vaya a ser que el dolor de sus colmillos me sea negado para siempre.

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