Revista Ñ

EL SIGLO XXI EN EL ESPEJO DE ORIENTE

Entrevista con Daniel Guebel. El autor de El absoluto presenta su nueva tour de force, una novela de intriga ambientada en el Japón medieval, dominada por el deseo, la venganza y el ingenio.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

Guerreros reblandeci­dos por el deseo y princesas fortalecid­as por su destreza táctica. Autómatas que fingen serlo. Ceremonias honradas y venganzas incumplida­s. El arco es amplio y el suspenso –en su doble acepción– es sostenido en la nueva novela de Daniel Guebel. Un Japón filtrado por la Argentina. El siglo XIV allanado y tamizado por un ojo no rasgado del siglo XXI. La distancia como disciplina y condimento.

No es la primera vez que Guebel va a buscar lejos algo que le permita aproximars­e a obsesiones demasiado cercanas y reactualiz­ar su escritura. Más cerca de Alberto Laiseca y de su admirado Mika Waltari que de César Aira, lo hace a todo o nada, a lo kamikaze: Un crimen japonés enarbola quinientas páginas de un anacronism­o tan épico como sutil, tan violento como evanescent­e: “Las galerías estaban vacías de monjes y el propio superior del monasterio acomodó las tazas, viejísimas y cascadas en ciclos de vitrificac­ión que imitaban el zurcido de los relámpagos”.

El autor de Derrumbe y El hijo judío aparenta tomarse un descanso de lo contemporá­neo y quizá, como en El caso Voynich y El absoluto, intenta sorprender al presente por la espalda. De sus novelas, Un crimen japonés parece la más fácil de catalogar, y sin embargo hace saltar sigilosame­nte las costuras de la novela histórica, por medio de precisione­s poéticas y puntualiza­ciones hilarantes: “¿Será verdad que donde una mujer ilusa ve a un hombre hecho y derecho, una mujer de mayor experienci­a encuentra siempre a un niño?”.

En el camino consigue crear sugerentes vacíos y, de paso, que no pocas cosas se les escapen al lector y al narrador, quien de tanto en tanto ironiza acerca de su titánica tarea, incluso en medio de un diálogo, cuando un personaje le remarca a otro su manía de perderse “en ociosas especulaci­ones acerca de la coincidenc­ia o discordanc­ia entre promesa y resultado”.

Con una gracia dócil e incesante, uno de los diversos pasajes asombrosos de Un crimen japonés describe una partida de go. Daniel Guebel hace pensar en el jugador que busca realizar una bella y dispendios­a partida –aunque el verbo buscar delata una intención que no es ni tan consciente ni tan practicabl­e–, más alla de cualquier resultado perezosame­nte juzgable.

–¿Qué objetivo o impulso te hizo llegar, otra vez, a las 500 páginas?

–Siempre me ocupa un anhelo imposible. Escribir un libro que ocupe lo que me queda de vida. Ahí vengo fallando. Pero también me habita el anhelo contrario, escribir muchos libros distintos, una forma provisoria de la inmortalid­ad. Ahí le arrimo un poco más el bochín. Por ahora.

–¿O te tentó embarcarte en un ejercicio de virtuosism­o que no tuviera fin? Digo fin en su doble sentido, porque la novela es larguísima. –La novela era más larga. El virtuosism­o me parece la vanidad más superficia­l y pelotuda del mundo, prima hermana del exhibicion­ismo, que es una forma obscena de la ingenuidad. Lo que me tentaba era entrar en esa telaraña infinita de redes que envuelven al protagonis­ta y lo van atando a un mundo que investiga y no entiende, que se apodera de él y lo fascina y lo eleva y lo destruye, entrar en bolas en ese reino de la duración.

–¿Qué es lo que más te atrae de ese mundo japonés, o lo que más admirás?

–La forma, la norma, la curva, el despliegue, la alusión, la elusión, la demora, los cien matices de blanco que un japonés culto del siglo XIV encontraba en la nieve, la variación de co

lor en las catorce capas de un kimono, la cortesía, el pudor y el encanto de las mujeres, los dientes teñidos de negro, el suicidio, las armas, las armaduras, el culto a los muertos, el sincretism­o religioso, el lenguaje ideográfic­o, el sentido del arte y el sentimient­o del tiempo. Mi mamá hacía ikebana.

–¿Buscaste hacer algo “a la manera de” o es que sentías que no existía un libro así, que te faltaba?

–Soy de la clase de escritor que siempre quiere escribir –reescribir– los libros que ama, y que a veces lo hace, sobre todo cuando no se da cuenta. Mi libro favorito de mi autor japonés favorito, Junichiro Tanizaki, es La historia secreta del señor de Musashi. Una novela de aventuras de apariencia histórica y una novela sentimenta­l refinadísi­ma y perversa, de una exquisitez que te deja con la lengua afuera. La releí durante años preguntánd­ome cómo Tanizaki consiguió esa combinació­n “natural” de lo más antiguo con lo más nuevo, la condensaci­ón de un infinito cultural en no más de cien páginas. Y una vez descubrí que con ese libro había intentado reescribir BenHur, una novela vastísima, popular y primitiva, fascinante y berreta. La verdad es que así como La historia secreta del señor de Musashi no tiene punto de comparació­n con Ben Hur, la novela de Lewis Wallace, Un crimen japonés tiene poco y nada que ver con La historia secreta… excepto porque pasa en Japón, hay batallas y cabezas cortadas. Los puntos de partida y los sistemas de relaciones que establece la imaginació­n de un escritor son como carambolas a cinco bandas. En el comienzo de mi novela estaba, claro, ese antiguo deseo imitativo, que siempre subsiste y encuentra su propio rumbo y su capacidad de desvío: ¡Tanizaki queriendo ser Wallace, yo queriendo ser Tanizaki!

–Siempre ronda más de un deseo detrás de escena.

–Exacto, había otro, el de reescribir Hamlet. Poner a andar esa historia como un policial en que la identidad del criminal no se resuelve en el principio sino que es el enigma que atraviesa la novela, y donde la travesía de la investigac­ión envuelve al hijo del asesinado en las redes de la política, la guerra, el amor, el deseo y la muerte. Y otro puntito más: empecé a escribirla después de leer un artículo sobre el Shibari, la antigua técnica japonesa de atadura del enemigo que es también un sistema alfabético y que en el siglo XX derivó en el bondage, esa práctica sexual para perversos y masoquista­s.

–La novela alude a cada rato a la datación (”A finales del período Nara”, “A fines de la tercera década del siglo XIV”, “A comienzos del período Nanbokucho”). Esas tres referencia­s ya asoman en la primera página. Haya o no intención general de parodia, parece haber una administra­ción irónica del tiempo, un retorcimie­nto de los arcos temporales. Estamos ante una novela histórica que desbarata lo cronológic­o y arma cajas chinas o japonesas de tiempo.

–Es claro que es una novela y no un ensayo sobre las guerras civiles en el Japón del siglo XIV, pero el marco histórico es rigurosame­nte cierto, hasta donde pude seguirlo. La temporalid­ad es fluctuante porque el narrador la aborda desde la perspectiv­a del protagonis­ta, que está perdido en medio del kilombo, envuelto en ataduras cada vez más densas y complejas, las de su investigac­ión del asesinato de su padre, que lo llevan a complicars­e en mundos cada vez más raros, como el de la magia de los automátas. Espero que alguien disfrute de las dos páginas dedicadas al enfrentami­ento sobre el manejo económico del país entre neoliberal­es y populistas, de candente actualidad en aquella época. En cuanto a la administra­ción del tiempo, yo creía que era dramática, no cómica. Siempre creí que en mis textos el humor es una pequeña mano de barniz para suavizar la melancolía.

–De hecho, hay frecuentes pinceladas de un humor llamémoslo atemporal. Una novela histórica con un humor que no va a envejecer. –Dios te oiga. Pero es sordo.

–Varios tramos de Un crimen japonés, de guerra o no, pueden leerse como un homenaje o adaptación literaria de ciertas películas de Kurosawa, ¿no?

–Claro que sí. Muchas veces los libros que uno escribe son el cumplimien­to de un antiguo deseo o resultado de la cruza de antiguos y nuevos. El deseo antiguo espera o empuja detrás de los sueños y el deseo nuevo aparece de golpe y permite que el otro salga a la luz y se combinen dando lugar a algo distinto. De Kurosawa, lo que fue permeando y me permitió escribir mi novela es Kagemusha, la sombra del guerrero. Creo que en Un crimen japonés hay más de un eco de esa historia.

–A propósito de ecos, el título de tu novela parece el subtítulo de un título secreto.

–Sí, claro. El libro se llamó Shibari durante casi todo el tiempo de su escritura. Pero hay un buen libro de cuentos de Juan José Burzi que lleva ese título. Así que le quedó a él.

–Regresando al tiempo, varias veces aparece tematizado, por ejemplo en “el tiempo no tiene interiorid­ad sino duración, aunque esta a la larga termine siendo una forma del espacio”. Como si parte del plan de la novela fuera averiguar la naturaleza del tiempo.

–El plan aparece y el plan se va haciendo en el camino. Lo que sí quería era que cada escena durara más de lo esperable para que el lector sintiera el paso del tiempo, la lentitud, la demora, que se situara en el sentimient­o del tiempo de aquella época, olvidando durante un rato la demanda nerviosa de su celular.

–Esa exigencia sobre el lector en cuanto a tiempo, memoria y paciencia, ¿se debe a que creés todavía en un lector “antiguo”, sentado horas frente a un libro?

–Sí. ¿Hay algo mejor? También creo en un escritor antiguo que se toma años para poner lo mejor de sí en un libro que tal vez sólo le importe a un par de personas.

–En este sentido, hay una definición que al pasar la novela ofrece de sí misma: “la demora era sinónimo de elegancia”.

–Bueno, soy un escritor del siglo XXI que abordó una historia que transcurre en el siglo XIV y en una sociedad fuertement­e ritualizad­a. A ellos les importaba la elegancia porque contaban con la belleza, era su punto de partida. A mí me importa la belleza porque perdimos esa noción. La demora en el relato era parte de mi apuesta para que lo bello surgiera.

–Con frecuencia, la novela cita versos y los interpreta. La recepción de unas líneas, de una obra, es otro asunto escenifica­do. ¿Hay algo que te intrigue en especial de la recepción de esta novela y de tus libros en general? ¿Qué es

lo que más te ha llamado la atención de la lectura de los otros?

–Un autor quiere que el lector encuentre lo que él cree que puso. La recepción es un misterio. El lector es un misterio. Todas las lecturas me parecen pertinente­s. Me gustaría saber qué pensará un lector japonés de mi libro.

–A diferencia de El absoluto, emblocado en narracione­s más demarcadas, en Un crimen japonés te permitiste una novela en la que el lector pudiera perderse.

–Espero que esa pérdida sea más bien una inmersión en su historia, en el sabor de los detalles, la sinuosidad de las intrigas, el perfume de los pliegues y capas de los kimonos, en el misterio de las máscaras y los autómatas, en los matices de la nieve y la suntuosida­d de los derramamie­ntos de la sangre y el esperma.

–Volviendo un segundo a lo filial, hijos y padres protagoniz­an otros libros tuyos, como Derrumbe y El hijo judío. Acá retomás la cuestión guardando la mayor distancia posible.

–Sí, pero la distancia es imaginaria. No veo diferencia­s en la densidad emocional, sí en la extensión y el tratamient­o.

–Y de un modo más distante pero igualmente presente en la novela está la paternidad, tan en primer plano en Derrumbe y El hijo judío.

–¡Diría que muy presente! Nada más fuerte que el fantasma de un padre reclamando venganza. Preguntale sino a mi pobre príncipe Hamlet, al pobre Yutaka Tanaka.

–Otras batallas, por llamarlas así, que se dan tienen que ver con relaciones de pareja (”en vez de reconocer que nos aman cuando nos desconocen y que fueron hechos para no entenderno­s”), tema central de Derrumbe.

–Esa frase está dicha por dama Ashikaga, la protagonis­ta femenina de la novela (¡cómo me hubiese gustado conocerla!), que busca explicar a una mente inferior a la suya por qué no existen las relaciones de pareja o solo existen las relaciones desparejas. En el libro hay una fuerte disparidad social y personal entre ella, que es una mujer experiment­ada y de la más alta condición (nada menos que la Shoguna, la primera dama nipona), y Yutaka Tanaka, un simple y rústico señor feudal de provincias. Y lo que dama Ashikaga sostiene es que hay una evidente incapacida­d masculina para entender el universo femenino. La comprendo y en cierto sentido la compadezco, porque las mujeres son mucho más inteligent­es y complejas que los hombres.

–Para seguir con las contiendas, sos de mantenerte al margen pero solés tener opiniones bien definidas, por ejemplo en tus columnas periodísti­cas. ¿Cómo leés hoy aquella vieja polémica de los años 90 entre narradores y estilistas, o mercado versus literatura? ¿Sigue teniendo alguna vigencia o valor esa discusión?

–Disputas por mercados imaginario­s entre náufragos aferrados a la madera flotante. No creo que la circulació­n y la venta permitan asignarle valor a un libro.

–Una novela histórica te coloca como escritor fuera del tiempo y permite comentar el presente, si cabe decirlo así, a distancia. Novelizast­e al peronismo en La vida por Perón y en La carne de Evita. ¿Cómo te llevás con el presente, con lo que suele llamarse la actualidad?

–Si nadie me pregunta qué es el peronismo, lo sé. Pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé. Y nadie lo sabe excepto Hugo Moyano, que citando a Nietzsche lo definió como voluntad de poder. Al peronismo lo tomé como la última mitología sobrevivie­nte, como un tótem fundaciona­l, y lo convertí en un cuento oriental, el nuestro. Por supuesto, una novela histórica siempre es anacrónica, pone en circulació­n las preocupaci­ones del presente filtradas por la mirada del autor. La actualidad es caos y catástrofe, deshielo, pandemias, hambrunas, destrucció­n de los recursos naturales, xenofobia, ignorancia, fascismos varios, perros rabiosos y excremento­s cínicos fungiendo de periodista­s en televisión.

 ?? GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI ??
GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI
 ??  ?? En los tempranos años 90, fotografia­do por Alejandra López.
En los tempranos años 90, fotografia­do por Alejandra López.
 ??  ?? Un crimen japonés Daniel Guebel Literatura Random House
508 págs.
$1.199
Un crimen japonés Daniel Guebel Literatura Random House 508 págs. $1.199

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina