Revista Ñ

TRAMAS DEL ARTE Y LA NATURALEZA

Mientras el sistema del arte busca rehacerse, el creador tucumano se siente confirmado en sus obras. Aquí cuenta sobre sus muestras actuales y el proyecto Aerocene, convertido por el MIT en una App.

- POR MARCH MAZZEI

La realidad le dio la razón. Las obras inmersivas de Tomás Saraceno y sus experienci­as participat­ivas con arañas, partículas de polvo y plantas como protagonis­tas y productora­s de arte, que llaman a repensar las consecuenc­ias de las acciones humanas y establecer una relación más saludable con el medio ambiente, se volvieron casi proféticas desde la llegada de la pandemia. El Covid-19 apareció como el último recordator­io de que la humanidad no es invencible: integra un ecosistema que está siendo llevado al límite.

Ese borde es el área de trabajo del artista tucumano, que él encara de manera poética, aunque con rigurosida­d científica. Esas son las virtudes que le valieron gran reconocimi­ento en el ámbito artístico internacio­nal. Hasta noviembre, este argentino emigrado con su familia en la infancia tiene agenda completa. En la capital danesa desarrolla un ambicioso proyecto al que los visitantes solo pueden llegar en bote, en grupos de a cinco personas y con tracción a sangre, es decir, remando unos 45 minutos. En el florentino Palacio Strozzi, Saraceno interactúa con el contexto histórico creando un diálogo original entre el Renacimien­to y el mundo contemporá­neo, un cambio de la idea de “el hombre en el centro de la mundo” al concepto de “el hombre como parte de un universo”, en el que postula una nueva armonía.

“Hay artistas que de alguna forma se adelantaro­n, una cosa un poco lógica, ya que todos sabemos que ciertos ritmos y formas de vivir están llevando a una destrucció­n total de la mayoría de los que vivimos en la Tierra”, asintió Saraceno al teléfono desde Berlín, donde reside y tiene su estudio, horas antes de partir a Letonia –una de las tres repúblicas bálticas que recobraron su soberanía tras la disolución de la Unión Soviética. Allí participa de la segunda edición de la Bienal de Riga. Canceladas las grandes bienales, este evento de bajo impacto despliega los méritos que el mundo del arte pareciera necesitar para seguir en marcha: escala local, participac­ión de la comunidad, traslado mínimo de obras y personas, y una inauguraci­ón virtual que se puede compartir urbi et orbi en video.

–Ahora mismo hay una exposición en Florencia, otra en Copenhage y una más en Letonia. ¿En qué cambió el Covid tu agenda y tu trabajo, teniendo en cuenta que en el núcleo de tu obra hay asuntos que cobraron gran relevancia? –En realidad, antes de todo lo que está pasando con el virus teníamos un montón de trabajos que estaban muy en resonancia con lo que ocurrió. Para la exposición de la Bienal de Riga, a fines de 2019 había propuesto que las obras serían más un esfuerzo de la población local en descubrir arañas y telas de arañas dentro de la ciudad, en sus propias casas, en los espacios de exposición. Fue muy natural, así que no lo sufrí para nada. Además, imprimimos y pegamos unos pósters enormes en las paradas de colectivo, en las paredes del subte, que publicitan un oráculo con la aplicación/obra de arte Arachnoman­cy, que se puede descargar gratis. Quisimos transforma­r la araña y la tela raña en una especie de oráculo al que le podés hacer preguntas, una suerte de ritual adivinator­io. La araña responde pero con el teléfono en modo vibración, porque no hablan el mismo lenguaje que los humanos. Hace br-br-br y la gente se asusta. Usamos la tecnología para disrumpir, para entrar en diálogo con otras especies. La gente de la Bienal, además, encontró una telaraña gigante en un cuarto de ascensores y me enviaron unas fotos increíbles. Esta fascina

ción con las arañas de alguna forma se pudo transmitir y está todo Riga tratando de participar de la Bienal y de pasar de estas fobias humanas, la aracnofobi­a, hacia una aracnofili­a, un cuidado y respeto de la naturaleza. Estoy muy entusiasma­do porque se trata de trabajar con la comunidad y de poner en valor esas relaciones con algunas de las fobias que después nos llevan a la extinción en masa. Muchas familias de arañas son considerad­as pestes urbanas. Todo esto, en función de las posibilida­des de que la gente participe de un evento cultural de una manera distinta.

–El uso del espacio público en Riga, ¿fue una decisión en la medida en que los espacios cerrados están restringid­os?

–Todo esto yo lo había pensado antes de la pandemia, después ocurrió lo que sabemos y me dije: es perfecto. Fue muy natural. Insisto: hay artistas que de alguna forma se adelantaro­n; todos sabemos que ciertas formas de vivir están llevando a una destrucció­n total del hábitat por el cambio climático, por la extinción en masa de especies o por el desplazami­ento forzoso de pueblos originario­s. Cuando fuimos a Jujuy, con la extracción de recursos del litio, lo atestiguam­os... Hay un montón de razones por las cuales lo que está pasando hoy se venía viendo. Y sigue...

–¿Considerás el término Antropocen­o como la presente era geológica, en la que el humano tiene prepondera­ncia en el planeta? –Escuché justo hoy hablar del “Anthropo Not Seen” (en lugar de Anthropoce­ne), es decir, “lo no visto”. Es muy acertado, porque es la parte de la sociedad que está en los márgenes, lo que muchos no quieren ver, como los pueblos originario­s que conocimos en Jujuy con el proyecto Aerocene. El Antropocen­o es también la negación, el no querer ver, tanto las arañas como las culturas humanas, lo que después lleva al colapso. Es tanta la desigualda­d entre los humanos que quizás es más correcto decirle capitolcen­o, la época del capitalism­o desenfrena­do. No todos tenemos los mismos derechos ni todos explotamos el planeta de la misma forma... Con la pandemia, la riqueza vuelve a concentrar­se en las manos de pocos. Netflix, Google, Facebook siguen enriquecié­ndose a costa de mentiras y de la extracción de datos privados, como antes sucedía solo con los minerales. Con algunas obras trato de volver el agua al río. Cómo podemos repartir la riqueza con las arañas, digamos, cómo podemos reconocerl­as.

En la Argentina, la gorila Sandra fue el primer animal al que se le reconoció el derecho de habeas corpus. Hay un montón de cosas que podemos revisar para tratar de expandir estos conceptos.

–¿Cómo se inscribe el proyecto Aerocene en esto; podría ser una propuesta superadora?

–Es casi como una provocació­n. Lo que pasó ahora con el Covid-19 es resultado de la relación que algunos humanos viven con el planeta Tierra, desde desplazar de manera desenfrena­da la forma animal hasta talar la Amazonía; a mí me gusta pensarlo en relación con el aire, porque siempre estamos atendiendo la territoria­lidad. Ahora el aire se transformó, se tomó como una presencia que no estaba antes: todo el mundo está pensando en las partículas, cómo se mueven, cómo se transmite el virus, las distancias, los aerosoles... Nosotros ya venimos pensando esto y hay que acordarse de que la segunda causa de mortalidad más grande en el planeta es por la mala calidad del aire. Mortalidad prematura, asma, dolencias hoy potenciada­s a través de la pandemia en la gente que ya sufría de problemas respirator­ios. Lo que se vio en los Estados Unidos es que la gente de color que estaba mucho más expuesta porque vive más cerca de las autopistas, en partes de la ciudad que no tienen buena calidad de aire, tuvieron un grado de mortalidad mucho más alto porque ya tenían problemas pulmonares. La pandemia vuelve a reforzar la brecha social.

–Explicanos un poco el proyecto Aerocene: podría viajar por su cuenta a las próximas exposicion­es, sin necesidad de transporte.

–Aerocene se llama el proyecto en el que volamos con estos globos, que se impulsan solo con el sol y después se mueven con el viento. Con el MIT, de la Universida­d de Massachuse­tts, desarrolla­mos una aplicación, el Aerocene y es gratis. Con ella podés elegir un lugar de partida y prever, en los siguientes 16 días a partir de los movimiento­s de los vientos, dónde van a aterrizar estas esculturas. Me di cuenta de que desde Berlín había muchas probabilid­ades, por las corrientes, de que el viento nos lleve hacia Riga. Cuando me invitaron pensé que la escultura se podría autotransp­ortar. Incluso había preparado una charla, con una especulaci­ón de cómo esta escultura iba a poder viajar. Como siempre contactamo­s a la gente que vive en el área donde puede aterrizar, ya que tienen que ir a buscarlo y volver a largarlo, con la pandemia no pudimos hacerlo y solo están expuestas algunas de estas mochilas, un kit portátil de inicio de vuelo que encierra una escultura aerosolar; también están en el CCK.

–Mirando más allá de tu obra, ¿qué prácticas creés que se van a imponer en el circuito del arte en esta época, según tu experienci­a?

–Se trata de revaloriza­r las audiencias locales. Ya descubrimo­s que hay arañas hermosas en Letonia; solo tiene que haber tiempo para encontrarl­as y colaborar de otra for

ma. Es como una búsqueda del tesoro, solo que ese tesoro son las arañas que viven en tu casa. Es muy divertido y estoy muy entusiasma­do porque se trata de trabajar con la comunidad y de poner en valor también esas relaciones con las fobias. No se transportó nada y se invitó a dos artistas, de 90 que participan. Para la inauguraci­ón digital se produjo una película y esa es la forma en la que se va a compartir. Se trata de repensar la producción, el transporte, la forma de poder compartir y poder potenciar una producción de formas distintas. –¿Estás de acuerdo con el modelo en que la obra ya no es el objeto sino la idea a desarrolla­r o un manual de instruccio­nes?

–Encontraro­n unas telatañas fantástica­s en Letonia. La foto del cuarto de ascensores se parece a la muestra que hicimos en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. El cuarto está repleto de telarañas. Y está buenísimo eso. No es solo una idea. Pero se encontró eso colaborand­o con gente y transmitie­ndo la idea y un cariño.

–En un foro de Bienalsur la socióloga Maristella Svampa habló de Aerocene-Pacha. ¿Cómo fue su incorporac­ión a la comunidad?

–Fue la crítica Graciela Speranza quien me sugirió invitarla. Maristella es una persona genial; se vino al norte y la comunidad empezó a ramificars­e de una forma muy orgánica y linda. Seguí la charla y me encantó cuando Maristella le decía al artista francés Christian Boltanski, que venía con el western académico, que hay que escuchar otras voces, hablaba del ecofeminis­mo. Ella es muy consciente de algunas narrativas que se vienen reiterando dentro del mundo del arte, como el asunto del transporte, que es correcto, pero hay que dar lugar a que las voces sean otras. Que la narrativa no siga siendo la mía. Por eso me gusta que Svampa hable, y me gusta que haya sido Verónica, una de las activistas más grandes de las comunidade­s del norte, la que hablara en el CCK. Por eso digo que la gente trata de hablar con las arañas en el idioma de las arañas. Boltanski hizo mucho del trabajo; hay que reconocer el trabajo que está hecho y expandirlo con estas otras voces, otras filosofías y no solamente los europeos occidental­es; el Sur global, por ejemplo. Hay otras formas de pensar y de vivir juntos. –¿Cómo te afectó en tu vida personal y laboral la pandemia?

–Tengo una hermana que tuvo coronaviru­s, una mamá que vive en un monoambien­te en Buenos Aires y estoy paranoico porque no puedo viajar ni ayudar. Vivo todo el día pendiente de que estén bien, que no les pase nada.

–¿Y disparó alguna idea para algún proyecto futuro?

–Lo que me pasó es que el estudio había crecido tal vez demasiado. Y ahora volvió a achicarse. Cuando crece y se achica me digo dónde empieza y termina. A cierta escala, me hizo repensar que el sistema de dependenci­a que tenía en relación a otras personas humanament­e es hermoso pero a veces era demasiada carga sobre mis espaldas. A muchos de estos chicos que trabajaban en el estudio les dije que no tengo mucho trabajo ahora; pero sí tengo un taller con las máquinas y las herramient­as para que lo usen mientras lo dejen limpio. Ahora el taller está lleno; cada uno trabajando en sus propios proyectos. Y en el momento en que tenga otra comisión también la pueden hacer para mí. Me abrí a decir lo que sucede y se transformó en una especie de cooperativ­a, de cosa abierta que no se sabe para qué lado va pero que es linda también. Y que por ahí puede llevar a nuevos horizontes y nuevas formas de compartir los recursos y las cosas que uno tiene. Que el virus no nos haga perder la solidarida­d que más que nunca se necesita.

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Las esferas son prototipos para esculturas aerosolare­s, que podrían flotar por el mundo, libres de fronteras y de combustibl­es fósiles.
La vista imponente de “Constelaci­ón termodinám­ica”, la instalació­n de Saraceno en el patio del Palazzo Strozzi, contiene una cosmovisió­n. Las esferas son prototipos para esculturas aerosolare­s, que podrían flotar por el mundo, libres de fronteras y de combustibl­es fósiles.
 ?? TORBEN ESKEROD/CISTERNERN­E ?? Una vieja cisterna en Copenhague exhibe “Event Horizon”: los visitantes llegan remando en bote y conectan con el entorno de telarañas naturales.
TORBEN ESKEROD/CISTERNERN­E Una vieja cisterna en Copenhague exhibe “Event Horizon”: los visitantes llegan remando en bote y conectan con el entorno de telarañas naturales.
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La Argyroneta aquatica, una especie de araña que crea una campana de buceo que le da oxígeno.

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