Revista Ñ

EL COVID DEJARÁ UN MUNDO ARRASADO

No solo habrá más víctimas directas de la pandemia. También faltarán alimentos, viviendas, escuelas y habrá enfermedad­es y nuevas crisis económicas.

- POR NICHOLAS KRISTOF

Pensamos el Covid-19 como una enfermedad que mata primordial­mente a los ancianos de todo el mundo, pero en los países pobres es más devastador aún. Mata a los niños con la desnutrici­ón. Lleva a más personas a morir de tuberculos­is, malaria y sida. Obliga a las niñas a abandonar la escuela y contraer matrimonio­s infantiles. Hace que las mujeres mueran durante el parto. Obstaculiz­a los esfuerzos para erradicar la polio, combatir la malaria y reducir la mutilación genital femenina. Provoca interrupci­ones en la distribuci­ón de vitamina A que harán que más niños sufran ceguera y mueran. El Fondo de Población de la ONU advierte que el Covid-19 puede dar lugar a 13 millones de matrimonio­s infantiles más en todo el mundo y a que unos 47 millones de mujeres no puedan tener acceso a la anticoncep­ción moderna.

En resumen, una pandemia de enfermedad­es, analfabeti­smo y extrema pobreza sigue a esta pandemia de coronaviru­s y afecta a los niños con más fuerza. El mayor impacto del Covid-19 podría no recaer sobre aquellos a quienes el virus infecta directamen­te, sino sobre quienes sufren el desmoronam­iento de las economías y los sistemas de salud y educación de los países en desarrollo. Muchas escuelas y consultori­os están cerrados, a veces no se dispone de medicament­os para el sida y otras dolencias y a menudo se suspenden las campañas contra el paludismo y la mutilación genital.

“El impacto indirecto del Covid-19 en el sur global será incluso mayor que el impacto directo”, me dijo el doctor Muhammad Musa, director ejecutivo de BRAC Internatio­nal, una destacada organizaci­ón sin fines de lucro con sede en Bangladesh. “El impacto directo, por trágico que sea, afecta a los contagiado­s y sus familias. El impacto indirecto tiene consecuenc­ias económicas y sociales para un número mucho mayor de personas: pérdida de puestos de trabajo, familias con hambre, aumento de la violencia doméstica, mayor número de niños que abandonan la escuela y costos para varias generacion­es”.

En este sentido, muchos de los que mueren por el Covid-19 nunca contraen la enfermedad. Son niños que mueren de sarampión porque no pudieron vacunarse durante un brote: hasta 80 millones de niños podrían quedar sin vacunarse. O mueren de desnutrici­ón porque su padre perdióel empleo como conductor de rickshaw o su madre no pudo vender verduras en el mercado. Como suele ocurrir en las crisis económicas, la carga recae en las niñas. Cada vez son más las que se casan siendo pequeñas para que la familia del marido las alimente o son enviadas a la ciudad para trabajar como empleadas domésticas a cambio de alimento e ingresos insignific­antes, con lo que su educación se interrumpe y corren un riesgo significat­ivo de sufrir abusos.

“El principal problema que enfrentan las estudiante­s es el hambre”, dijo Angeline Murimirwa, directora ejecutiva para África de Camfed Internatio­nal, que apoya la educación de las niñas en los países en desarrollo. Más del 60% de las estudiante­s de Camfed en Malawi informan que sufren de falta de alimentos. Antes de esta crisis, el 4% de las niñas de Zimbabue se casaban antes de los 14 años. Esa cifra ahora puede empeorar. Hace años una brillante y ambiciosa chica keniana me planteó esta pregunta: ¿Debía abandonar la escuela y renunciar a sus sueños o aceptar una relación sexual con un hombre que entonces pagaría su educación, pero que posiblemen­te tuviera vih? Más niñas se enfrentará­n ahora a estas decisiones imposibles.

La crisis se ve impulsada por el confinamie­nto y la debacle económica, además de la caída en picada de las remesas provenient­es del extranjero. BRAC descubrió que más de dos tercios de las personas con las que trabaja en Liberia, Nepal, Filipinas y Sierra Leona dijeron que sus ingresos se habían reducido mucho o habían desapareci­do.

“Si alguien es jornalero y le dicen que un día no puede salir de su precaria vivienda, al día siguiente no tiene ingresos para comprar comida”, señaló Mark Lowcock, subsecreta­rio de asuntos humanitari­os de la ONU. “Apostaría mi casa a que habrá un aumento del número de pobres, un aumento de la mortalidad infantil, un aumento de la mortalidad materna”.

Bill Gates y otros están pidiéndole al Congreso que incluya 4.000 millones de dólares en el próximo paquete de estímulo estadounid­ense para garantizar que todos en el mundo puedan vacunarse contra el coronaviru­s. No hay que ver eso como una dádiva, sino como una inversión en la seguridad sanitaria mundial, y también necesitamo­s inversione­s de emergencia para la educación, la poliomieli­tis y la nutrición.

Pero, hasta ahora, los países ricos han tenido una actitud egocéntric­a y mezquina y no han considerad­o que un brote en un lugar lejano puede volver a cruzar sus propias fronteras. Un llamamient­o de las Naciones Unidas para reunir 10.000 millones de dólares para dar respuesta al Covid-19 ha recaudado sólo una cuarta parte de esa suma.

Uno de los triunfos de la humanidad en los tiempos modernos es una tendencia histórica desde aproximada­mente 1990 por la que la pobreza extrema (definida como vivir con menos de dos dólares por día, con ajuste por inflación) ha disminuido aproximada­mente dos tercios. Trágicamen­te, eso ahora se ha invertido.

El número de personas que viven en la pobreza extrema en todo el mundo ha aumentado en 37 millones desde el inicio de la pandemia y aumentará otros 25 millones el año próximo, según las estimacion­es del Instituto de Medición y Evaluación de la Salud. Últimament­e, al final de cada año, yo escribía una columna planteando que el año anterior había sido el mejor de la historia de la humanidad sobre la base de parámetros como el riesgo de que un niño muera o siga siendo analfabeto. No podré escribir esa columna este fin de año ni quizá en los años venideros.

Le pregunté a Lowcock si el Covid-19 es un contratiem­po en esa era de progreso o un epílogo. “Como mínimo, esto va a ser un incidente significat­ivo”, dijo. “Si no tenemos cuidado, va a ser peor que un incidente breve. Podría hacer que algunos de los avances que se han logrado retrocedan décadas.”

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NORBERTO DUARTE/AFP Un grupo de voluntario­s sirve sopa en una plaza de Asunción, Paraguay.

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