Revista Ñ

Hacer novela con la poesía chilena

Con algunos momentos brillantes, el nuevo y ambicioso libro de Alejandro Zambra versa sobre el amor juvenil, el sexo y la paternidad.

- POR EZEQUIEL ALEMIAN

La novela comienza en el invierno de 1991 cuando Gonzalo conoce a Carla. La primera escena los encuentra manoseándo­se debajo de un poncho, en el sofá de la casa de ella. Carla es hija de un abogado, y Gonzalo de un taxista. Escuchan REM, Nirvana, Los tres. Para terminar de conquistar­la, de poseerla, Gonzalo le escribe, en cinco días, cuarenta y dos sonetos nerudianos. Pero a Carla no le interesa la poesía. Saldrán un tiempo, después ella lo deja.

Nueve años después, vuelven a encontrars­e en una disco gay, de la que se van a pasar la noche juntos. Ella le cuenta que tiene un hijo, Vicente, adicto a la comida para gatos. Gonzalo sigue escribiend­o, pero no aspira a ser un gran poeta, “ni siquiera un Hahn o un Bertoni”. Quiere ser un poeta de antologías. Empiezan a verse, a escribir “el borrador de una familia”, “como esos escritores que en vez de perderse en paralizant­es disquisici­ones se limitan a echarle para adelante, confiando en que la abundancia se traducirá, a la larga, en unas páginas razonablem­ente buenas”.

Puestas en boca del narrador, estas palabras funcionan bastante bien para definir lo que es Poeta chileno. Están en la página 67. Habrá que esperar hasta la página 323, en que Pru, una treintañer­a norteameri­cana, asediada por Vicente, que entonces tiene quince, va a visitar a Nicanor Parra en el marco de una nota que está haciendo, para encontrar lo mejor del libro. El retrato de Nicanor Parra que hace Zambra brilla con luz propia en la novela.

Poeta chileno avanza hasta ese momento siguiendo la relación entre Carla, Gonzalo y Vicente. Registra todo lo que hay que registrar, episódicam­ente, con gran angular extraño, de una intensidad baja y pareja, como si el relato no supiese adonde ir y se limitara a seguir el recorrido de los personajes. Es una opción. Para contar una vida así, o varias, hay que ser una especie de sabio, en la medida en que la vida relatada debería estar yendo naturalmen­te hacia algo.

Bien pulsada, desprovist­a de estilo, con una gestualida­d por momentos noventista (“y si alguien los hubiera visto habría pensado que eso era la felicidad: bailar en pelotas en el living, sin música, interminab­lemente.”), la impresión de estiramien­to del texto la corta Zambra cuando manda sorpresiva­mente a Gonzalo a hacer un doctorado a Nueva York. La acción regresa a Santiago de Chile, unos años más tarde, con la llegada de Pru, que conoce a Vicente, deja el hostal en que se aloja y se muda al cuartito de la casa de Carla y Vicente en que trabajaba Gonzalo antes de irse. Vicente también escribe versos, y ayuda a Pru a ponerse en contacto con los y las poetas locales, a quienes ella entrevista.

Zambra nombra a muchos escritores, sobre todo chilenos (también argentinos), pero en la novela no hay debates fuertes sobre la poesía. Hay una especie de conclusión conceptual, que enuncia Vicente, que dice así: “El mundo de la poesía es mejor. Un poco. Es un mundo más genuino, menos fome. Menos triste. O sea, Chile es clasista, machista, rígido. Pero el mundo de los poetas es un poco menos clasista. Solo un poco. Por último creen en el talento, tal vez creen demasiado en el talento.”

El último de los cuatro capítulos de Poeta chileno está dedicado al retorno de Gonzalo de Nueva York y a su reencuentr­o con Vicente, de quien habría podido ser una suerte de padrastro, o amigo. El narrador, que en un par de oportunida­des se asume como el mismo Zambra, insinúa que Gonzalo habría elegido perderse. Todo el acumulado de la primera parte, sin embargo, que por momentos parecía irrecupera­ble, cobra un actualizad­o peso emotivo.

“Me dan ganas de seguir escribiend­o hasta la página mil”, dice el narrador en la 421, pero decide terminarlo “como terminaría­n tantos libros que amamos si les arrancáram­os las páginas finales”, más a tono con las proporcion­es bonsái. Hay en Poeta chileno melancolía y humor. Más que alrededor de la poesía, el libro parece girar alrededor de la paternidad y del sexo, y abundan en sus páginas los localismos del habla.

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Anagrama 424 págs.
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Poeta chileno Alejandro Zambra

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