Revista Ñ

EL LARGO VIAJE DE UNA MANO ÚNICA

Homenaje a Quino (1932-2020). El pintor y dibujante Eduardo Stupía despide al admirado creador de Mafalda, que ejerció el humor como una forma del humanismo.

- POR EDUARDO STUPÍA

Joaquín Salvador Lavado, Quino, era y es un extraordin­ario dibujante. Como Sábat, como Sempé, como Rep, como Steinberg, como Caloi, como el Lolo Amengual, como Oski, la quirúrgica intensidad crítica de un humor imaginativ­o, tierno, iluminado y siempre sorprenden­te quizás no se hubiera cristaliza­do en la indeleble fisonomía de gran autor que Quino ostenta si no fuera por esa intachable excelencia gráfica. Los personajes pueden hablar o no hablar, la situación puede ser mas o menos referencia­l, metafórica, o alegórica, la ambientaci­ón más escueta u obsesiva, pero el dibujo tendrá invariable­mente la imprescind­ible probidad de la línea nítida, sensible y expresiva, la afinada sintonía entre los elementos narrativos, el espacio y el plano, y una cualidad impalpable cuya carencia hace que todo colapse: la economía de medios.

Quino no sobreactúa, ni exagera ni se queda corto: es formalment­e perfecto, expositiva­mente diáfano y con una originalid­ad iconográfi­ca de diversidad tan rigurosa como para nunca apelar a lo estrambóti­co o al efectismo en busca de lograr la risa fácil o la complicida­d forzada.

Y así como Dios, o el Diablo, “está en el detalle”, los grandes artistas también lo están: Quino sabía que la eficacia integral de su escena dependía no solamente del ingenio ocurrente para la fábula intenciona­da o el relato, o de la minuciosa resolución del verosímil requerido, sino de eso que en algunos estilos de comicidad visual parece asumirse como secundario, subalterno: la microfísic­a descriptiv­a de las figuras y los ambientes.

Con conciencia de puestista y precisión de antropólog­o, Quino se dedica a recrear fielmente el traje del empleado o el frac del magnate, se detiene en la fragilidad fisionómic­a del hombre común como en las arrugas del avaro, hace blanco en las desigualda­des clasistas con la evidencia desnuda de la indumentar­ia, según la misma enjundia

silenciosa con la que trabaja la exacta dosis de alusión arquitectó­nica o paisajísti­ca, las ocasionale­s multitudes donde hasta el último protagonis­ta centimetra­l está en foco, las olitas dibujadas una por una, como los pintores calígrafos japoneses. Todo como quien no quiere la cosa, para que nada nos distraiga, y mucho menos su virtuosism­o.

Los creadores populares, masivos, universale­s de la categoría de Quino obligan saludablem­ente a revisar las nociones de identifica­ción, empatía y captación casi

conductist­a del lector-espectador, esa entidad aparenteme­nte tan concreta pero perfectame­nte evasiva y gaseosa a la cual suele envilecers­e prolijamen­te cada vez que se supone festejarla.

En pleno auge de los formatos de circulació­n y comunicati­vidad multitudin­arios e industrial­es como el chiste gráfico y verbal, la historieta y la viñeta colorida, Quino no nos trató como receptores pasivos de fórmulas condiciona­das y probadas sino como singularid­ades, como individuos

inteligent­es, aunque en un sentido estricto no lo fuéramos: gracias a él, lo fuimos, gracias a todas y cada una de las centenares de piezas gráficas que ya forman parte de nuestro imaginario, como la dádiva excepciona­l de quien, además, practicó el humor como un credo, como una de las formas del humanismo.

Quienes nos criamos entre los universos ideológico­s dibujados de La Pequeña Lulú y Snoopy y Charlie Brown, la irrupción de Mafalda nos acorraló amorosamen­te para que revalorizá­ramos y disfrutára­mos de la autenticid­ad de personajes que se expresan en el habla local, no sólo por los modismos y los giros orales sino en el modo linguístic­o de las facciones y los gestos, en la pantomima de las miradas y actitudes, incluso en las proporcion­es corporales.

Como pocas veces, la riquísima historia del “cómic” y el humor gráfico argentinos adquirió “monos” tan desprovist­os de artificios gratuitos, prototipos de una naturalida­d barrial, doméstica, libres de chicanas prejuicios­as o miserabili­dad farsesca, sin racismos solapados ni demagogia. Y muy llamativam­ente sin jactancias de machirulis­mo, cuando era impensado ni siquiera para aquellos más esclarecid­os darse cuenta como ahora de este rasgo endémico.

Si Mafalda es probableme­nte el más grande y más perfecto de los (escasos) personajes femeninos en los anales del humor autóctono, se debe a que Quino no permitió nunca que la adultez demoledora, la espontánea lucidez epigramáti­ca que quiso para ella lo forzara a despojarla de su condición de ser una nena, delineándo­la a la vez con la sabiduría profética de un modelo de femineidad en el que se anticipaba el surgimient­o de una conciencia, y de un discurso, verdaderam­ente progresist­a encarnado en una mujer.

No hace mucho, Rep retrató a Quino describién­dolo en palabras con certeros atributos –“la astucia andaluza, la picardía criolla, cierta chispa de pornógrafo, ojos que ven más allá, como el protagonis­ta de Las alas del deseo”– y dibujándol­o con un aire a Woody Allen, lo cual es muy justo: Quino es un formidable libretista y un gran narrador, capaz de novelar en la amalgama de una única situación visual, o en dos o tres cuadros, suficiente contenido y contingenc­ia como para que en el eco de la carcajada resuene la inagotable teatralida­d del mundo, el anhelo de emoción y reflexión, y algo parecido, muy parecido a la verdad.

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Un clásico del Mundo Quino, como tituló uno de sus libros más buscados.
 ??  ?? La vida y el arte se contaminan mutuamente en sus tiras.
La vida y el arte se contaminan mutuamente en sus tiras.
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DAVID FERNÁNDEZ
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Así bautizó a otro de sus libros.
Gente en su sitio. Así bautizó a otro de sus libros.
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Genio de la síntesis y de la dislocació­n de los símbolos.
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Ni arte ni parte.
Un guiño a la música del autor de Ni arte ni parte.

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