UN VIAJE FOTOGRÁFICO QUE DETIENE EL TIEMPO
Lejos de las fotos que circulan a toda velocidad por las redes, Esteban Pastorino propone en esta muestra que el encuentro con la imagen sea una experiencia íntima.
Apesar de encontrarse asociada a lo fotográfico, la de Esteban Pastorino en Del Infinito no es una muestra que pueda ser vista en una de esas pantallas a las que tanto nos ha acostumbrado el modo digital dominante que, en gran medida se sirve de esas imágenes en particular. Muy por el contrario, Pastorino nos propone el doble esfuerzo físico de molestarnos hasta la galería y, una vez allí, corrernos del desplazamiento habitual al que obligan las imágenes colgadas en la pared. Todo en función de acompañar los inquietos puntos de vista –por lo general aéreos– de una sucesión de vistas a vuelo de pájaro que se nos presentan contenidas en un formato que ya puede desplazarse al ras de la tierra o elevarse, acompañando la posición de la pared en una ascensión hacia cielos profundos. Así, el recorrido de la mirada se encuentra sometido a sucesivos cambios que involucran tanto al tiempo como el espacio.
Se diría que el conjunto ha sido especialmente concebido para imponer al espectador un tipo de intimidad infrecuente en las panorámicas que, como su nombre lo indica, tienen como objeto la aspiración imposible de expandir todo lo que se presenta a diestra y siniestra de la mirada.
Si bien la fotografía nos acostumbró a plantarnos frente a un recorte estático de esa realidad que desde un punto de vista artístico solemos valorar por lo que se eligió de ella para destacar, la obra de Pastorino incluye siempre una asunción del principio de movilidad. La fotografía, ya no entendida como un instante detenido de lo que ocurrió, como pretendieron en su momento Roland Barthes o Cartier Bresson, sino como un continuum de imágenes que no necesariamente tienen un punto de vista fijo e invitan al espectador a desplazarse con ellas al tiempo que incorpora distorsiones que dan cuenta que se trata de imágenes en movimiento.
Podría decirse que lo que Pastorino propone desde hace tiempo son viajes. Diferentes viajes a sitios próximos y lejanos. En un momento sus series fotográficas parecían participar del fluir dinámico y la estética distante de una road-movie. Solo que, en lugar de ser proyectadas en pantalla gigante, estas series eran deliberadamente empequeñecidas como si se tratara de visores privados y en lugar de desplazarse ante nosotros sentados en un platea nos obligara a acercarnos y desplazarnos para abarcar toda su propuesta de recorrido.
Estas series tipo road-movies de Pastorino podían retratar el desafectado paisaje de casas de un pueblo de la provincia de Buenos Aires visto al pasar desde la ruta; un recorrido por distintas zonas de la ciudad de Buenos Aires o París desde un bus turístico. Pero también la suma de pasajeros desplazándose en una cinta mecánica de aeropuerto. Todo a suficiente distancia como para aventar cualquier signo de emoción o marca de estilo a no ser aquella que identificó sus trabajos con la forma alargada y notablemente extendida de su presentación.
Es evidente que uno de los rasgos característicos en la progresión de estos trabajos tiene que ver con la voluntad del artista de ampliar el campo de visión que buscó sustraer de la lógica de encuadre tradicional.
Ampliar las funciones de los dispositivos disponibles –y experimentar en ese sentido– fue el afán que llevó a Pastorino a montar una cámara en un auto para lograr efectos de recorrido. Y más tarde, cuando el interés apuntó a imágenes aéreas, su imaginación técnica lo llevó a elevar la cámara con un barrilete, manejada a control remoto. Cada experimento suena como uno de esos desafíos “hágalo usted mismo” lanzados por aquellas publicidades de inventos que en los años 50 y 60 difundía la revista Mecánica Popular. Egresado de una escuela técnica y luego estudiante de ingeniería, no debería extrañar que su interés por la fotografía corriera paralelo a su curiosidad por los mecanismos que la hacen posible y a la vez la limitan.
¿Cómo ir más allá de ellos? Expandirlos fue ciertamente una decisión experimental esencial a las definiciones estéticas de Esteban Pastorino.
Antes de que la tecnología se volviera opaca para los usuarios, ese reducto de lo técnico –que Beatriz Sarlo situó en un momento emblemático de proliferación de inventos domésticos en nuestro país– fue un territorio de ensoñación. De algún modo los dispositivos de Pastorino y su aplicación con vistas a un tipo determinado de imágenes son herederos de esa imaginación técnica.
Cierto es que, ante el desarrollo de la tecnología actual, hoy todo eso puede sonar precario en exceso. De hecho hoy el artista usa un dron para realizar sus imágenes aéreas y hasta se permite volar un avión ultra liviano para lograr el ansiado recorrido a vuelo de pájaro que, de nuevo, nos remonta a zonas de ensoñación.
En ese veloz recorrido la mirada liberada puede planear sobre campos labrados, seguir el perfil de una costa de arena blanca y remontar más allá del horizonte que se abre en un abanico de nubes atravesadas por luces doradas.
Hay algo de estas visiones aéreas que pueden remitir a la información satelital de Google Maps pero está claro que se trata sólo de una mera referencia que carece de la visualidad poética de estos recorridos.
En la exhibición en Del Infinito el artista ha tenido en cuenta no solo el espacio en el interior de sus imágenes sino el espacio que las contiene por fuera. Puntualmente acotadas y ubicadas en dispositivos de montaje concebidos especialmente para la sala de la galería, la obra en su conjunto ofrece diversas aproximaciones posibles. Mientras en la sucesión de vistas aéreas el punto de vista cambia constantemente, los soportes de exhibición, que en el espacio físico configuran una instalación, someten al visitante a similares desafíos.