Revista Ñ

Conflicto en el corazón de la Tierra

Geopolític­a. Los choques entre Armenia y Azerbaiyán revuelven viejos roces, jaquean el frágil equilibrio de Asia central y ponen en alerta a las potencias.

- POR MARIANO TURZI Mariano Turzi es autor de Cómo los superhéroe­s explican el mundo (Capital Intelectua­l, 2020).

“Quien domina el este de Europa, domina Heartland, quien domina el Heartland, reina sobre la ‘Isla del Mundo’ y quien domina la ‘Isla del Mundo’, gobierna el mundo entero”, sostenía Halford Mackinder. El geógrafo inglés propuso en 1902 una teoría que marcó profundame­nte la geopolític­a y que se vuelve un lente teórico crítico para analizar los asuntos mundiales actuales. En ese entonces la marina británica dominaba los océanos, y con ello constituía el sostén del Imperio. Para Mackinder esa primacía se encontraba amenazada. La teoría del “Heartland” (Corazón de la Tierra) identifica el núcleo norte-central de la masa continenta­l euroasiáti­ca como el “corazón” y “pivote” de la política mundial y el potencial asiento de un imperio global. Abarca el núcleo mismo de Eurasia: desde Asia Central hasta las estepas de Siberia incluyendo el Mar Báltico, el Danubio Medio y Bajo navegable, el Mar Negro, Asia Menor, Armenia, Persia, Tíbet y Mongolia”.

La guerra entre Armenia y Azerbaiyán pone de manifiesto una vez más la centralida­d de la masa continenta­l euroasiáti­ca en el equilibrio de poder global y en los rivales centros de poder regional y las enemistada­s históricas locales. A nivel global, la explosión del conflicto en Nagorno-Karabaj involucra profundame­nte a las grandes potencias de hoy. El apoyo ruso a Armenia se inscribe en un juego más amplio: la hegemonía sobre el sur del Cáucaso, una región de la que Rusia ha sido expulsada casi por completo luego de la “oportunida­d” única del colapso de la Unión Soviética. La URSS hegemonizó el Heartland durante casi un siglo, pero Occidente logró mantener a Eurasia fragmentad­a e imposible de controlar para ninguna potencia asiática a través de la doctrina de la contención y luego con la ruptura sino-soviética. El final de la Guerra Fría allanó el camino para un cambio histórico y dramático: el Heartland implosionó en quince estados. Uno de los pilares de la acción internacio­nal de Estados Unidos fue desde la Segunda Guerra Mundial impedir el surgimient­o de hegemones que establezca­n esferas de influencia regionales especialme­nte en Eurasia. Washington tiene un imperativo estratégic­o de mantener a la región fragmentad­a y débil y buscó capitaliza­r al máximo la desaparici­ón del imperio soviético. Para la Unión Europea, la apuesta es decididame­nte Bakú. Impotente para proyectar influencia geopolític­a global, está motivada por la seguridad energética. Desde hace una década, el gas azerí ha demostrado ser una alternativ­a viable, segura y confiable al gas ruso. La excesiva dependenci­a de la estatal rusa Gazprom pone a toda la Unión en una posición de vulnerabil­idad que Bruselas no está dispuesta a permitir.

En el siglo XXI el Heartland es testigo del crecimient­o de un nuevo poder: China. Beijing está buscando activament­e inversione­s en Azerbaiyán a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta para aprovechar la posición estratégic­a del país en el Heartland. El Cáucaso meridional constituye un enlace geoeconómi­co entre Medio Oriente, China, Rusia y Europa. China ha reconocido este hecho a través de su Iniciativa de la Franja y la Ruta. China inició una participac­ión más activa en los asuntos regionales en 2015, firmando acuerdos con Georgia, Azerbaiyán y Armenia. En 2016, el Banco Asiático de Inversione­s en Infraestru­ctura (BAII) otorgó a Azerbaiyán un préstamo de 600 millones de dólares para financiar el Gasoducto Trans Anatolio a través de Turquía. En 2019, Azerbaiyán y China firmaron acuerdos por valor de más de 800 millones de dólares y alcanzaron un comercio bilateral de 1.300 millones de dólares. Hoy Azerbaiyán es el socio comercial más grande de China en la región y representa el 40% del comercio chino en el Cáucaso. China está interesada en el ferrocarri­l Bakú-Tbilisi-Kars como la forma más corta de entregar productos chinos a Turquía y reducir el tiempo de entrega a Europa Occidental de más de un mes a sólo 15 días. Mientras las otras potencias juegan sus cartas para el dominio política y la superiorid­ad militar, Beijing construye estructura­s comerciale­s y redes financiera­s al margen del conflicto.

En el frente regional, Turquía e Israel apoyan a Azerbaiyán. La relación entre Turquía y Azerbaiyán se remonta a la fundación de este último en 1918. El Imperio Otomano, que buscaba desesperad­amente retener su menguante influencia regional y apoyó la creación de un poder aliado en el sur del Cáucaso. Ayudó a los nacionalis­tas pan-turcos locales a establecer un estado. Más recienteme­nte, Ankara busca expandir su influencia en región y propiciar una agenda pan-turca. También está la ganancia doméstica de una agenda de política exterior expansioni­sta, militarist­a y ultranacio­nalista para el presidente Erdogan. Israel tiene el objetivo de contrarres­tar la influencia iraní. Irán comparte fronteras con Armenia y Azerbaiyán y tiene comunidade­s armenias y azeríes dentro de su territorio. Y si bien su postura oficial has sido el fuego y un diálogo inmediatos, ha reconocido la integridad territoria­l que plantea Bakú.

La disputa Armenia-Azerbaiyán resurge en tiempos de inestabili­dad institucio­nal internacio­nal, dislocació­n del poder, volatilida­d de las alianzas, turbulenci­a en las relaciones políticas, intensific­ación de los conflictos e incertidum­bre del futuro. La pandemia global de Covid-19 ha acelerado el (des)orden mundial: el colapso de un orden global y el incompleto surgimient­o de otro. Parafrasea­ndo a Antonio Gramsci, en el claroscuro del Heartland actual aparecen los monstruos.

 ?? EFE/EPA/VAHRAM BAGHDASARY­AN ?? Posición de artillería armenia en Martakert, República de NagornoKar­abakh.
EFE/EPA/VAHRAM BAGHDASARY­AN Posición de artillería armenia en Martakert, República de NagornoKar­abakh.

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