EL JOVEN PERÓN ANTE LA CORONA
Inédito de David Rock, a 75 años del nacimiento del peronismo. El gran historiador británico analiza los encuentros y desencuentros entre diplomáticos y empresarios con el flamante gobierno de Juan D. Perón.
Juan Perón llegó a la presidencia de la Argentina en junio de 1946, once meses después de que el Partido Laborista reemplazara al gobierno de coalición en tiempos de guerra de Winston Churchill en Gran Bretaña. Durante su campaña electoral, los sindicalistas que lo seguían bautizaron a su movimiento político como Partido Laborista aunque, con la polémica figura de Perón al mando, se parecía poco con el partido británico homónimo. Ernest Bevin, el ex líder sindical que fue secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno del laborismo, reconoció afinidades entre los dos movimientos en cuanto a su compromiso con la reforma social conducida por el Estado. También tenía fuertes reservas respecto de Perón por sus antecedentes autoritarios en las fuerzas armadas argentinas y la forma en que se hizo con el control del movimiento obrero argentino sobornando o desplazando a los dirigentes existentes. Bevin apoyaba los lazos comerciales estrechos y de larga data entre Gran Bretaña y Argentina. “Nuestra amistad con la Argentina ha durado mucho tiempo. Todos tenemos la intención de que dure para siempre”. Sobre esta base, el gobierno británico esperaba seguir importando carne de la Argentina para ayudar a la recuperación de posguerra de Gran Bretaña del mismo modo que había apoyado el esfuerzo de guerra.
Argentina parecía estar lista para una gran transformación. Perón aspiraba a una “Nueva Argentina” emancipada de la dependencia pasada de los mercados externos. La larga lista de sus promesas electorales incluía el desarrollo industrial, el pleno empleo y elevar el nivel de vida, mayor igualdad de ingresos y la propiedad pública. Sus seguidores definían los objetivos de Perón como “desarrollo basado en el mercado interno” en contraposición a la postura anterior del país de enfocarse en el externo. Consistía esencialmente en transferir recursos del sector rural a los fabricantes, consumidores y trabajadores urbanos. Tal como lo definió un simpatizante, “el objetivo primordial de la política económica [requiere] poner ingresos reales más altos en manos de los consumidores, ya que esto brinda los mejores medios para garantizar la diversificación y la estabilidad económicas”. También en Londres The South American Journal apoyaba el desarrollo industrial basado en el mercado interno en toda América Latina con la esperanza de crear mercados para los bienes británicos y nuevos objetivos para los inversores extranjeros. Durante el ascenso de Perón al poder en 1943-46, compañías británicas como Unilever e Imperial Chemical Industries (ICI) con subsidiarias en la Argentina compartían la visión de que habría un progreso más veloz –y mayores ganancias para las empresas– con la expansión del mercado interno. Sin embargo, el nuevo enfoque de Perón se topó con feroces críticas y advertencias de que conllevaba errores fundamentales y peligrosos. Quienes lo objetaban sostenían que la reasignación de recursos del sector rural al urbano de la magnitud que él proponía debilitaría la economía rural sin garantizar el desarrollo de la urbana. La construcción de una economía manufacturera llevaría a mayores importaciones de combustible, otras materias primas y bienes de capital para sostenerla, aumentando así la dependencia externa en lugar de reducirla. Más importaciones exigían aumentar las exportaciones agrícolas para pagarlas; sin los ingresos de las exportaciones, sostenían los detractores, la industria se paralizaría y el nivel de vida urbano se estancaría. Pronosticaron que, de seguir ese camino, Perón llevaría el país al desastre.