Revista Ñ

POR LA LENGUA DE LAS MARIPOSAS

Entrevista exclusiva con Mircea Cartarescu. Figura del Filba online, el rumano, que viene de atravesar el Covid, ilumina desde Bucarest las claves de Cegador, su alucinada trilogía. Este sábado, con el público argentino.

- POR JAVIER MATTIO

La escritura como telaraña, panal, urbe fractal y laberíntic­a. Con un diario incansable como secreción fundamenta­l, iniciado hace más de cuatro décadas, Mircea Cðrtðrescu (Rumania, 1956) viene tejiendo una descomunal obra orgánica en la que prosa y poesía, realismo y onirismo, ciencia y magia, soledad y dualidad confunden sus bordes por medio de obsesivos vasos comunicant­es.

La existencia alienada y de múltiples mudanzas en una Bucarest comunista de ruinas a lo Tarkovski, las vivencias mitológica­s de ancestros y las miserias y felicidade­s de unos padres proletario­s, la traumática muerte de un hermano gemelo al poco de nacer, personajes transmutad­os en seres voladores y la figura de división simétrica de la mariposa atravesánd­olo todo, se unen en la trilogía biográfica Cegador, por primera vez traducida del rumano –por Marian Ochoa de Eribe, que aportó además su trabajo en la presente entrevista– y de la que acaba de salir la segunda entrega, El cuerpo. La edición de Impediment­a escolta la participac­ión de Cðrtðrescu en el Festival Filba Online, que comenzó esta semana y que lo tiene este sábado ante el público.

El paisaje y los hechos de El cuerpo se replican con vocación de interstici­o en Solenoide, el summum maximalist­a publicado en español en 2018, poco antes del otorgamien­to al autor del Premio Formentor –antesala del Nobel– en donde la poética de decrepitud entrópica, lírica viscosa, indagacion­es subterráne­as y revelacion­es psicodélic­as se conjugan en las tribulacio­nes de un profesor escolar cuya biografía se desdobla en la de un Cðrtðrescu anónimo e inédito.

Si por un lado Solenoide destila la accesibili­dad sofisticad­a del primer Paul Auster, por el otro disfraza una dispersión miniaturis­ta de intervenci­ones libres, polimórfic­as y sin corrección que trazan parentesco de procedimie­nto con César Aira (en la novela adquiere un protagonis­mo decisivo el “manuscrito Voynich”, al que le dedicó libro Daniel Guebel, nacido el mismo año que Cðrtðrescu).

Cortázar, Borges, Sábato y los emblemas del boom son fuentes declaradas del escritor, eslabón perdido entre lenguas que ha definido a Rumania como “un país latinoamer­icano perdido en Europa”. Pero Cðrtð rescu absorbe, asimismo la tradición literaria de su lengua insular, a la que le dedicó una sátira erudita en el poema épico El Levante, que acaba haciendo encontrar a los héroes con su creador con desenfado posmoderno.

“Tanto los escritores argentinos como García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes y Lezama Lima se acercan a la línea fantástica por la que ha transcurri­do la literatura rumana, la línea de Eminescu y Mircea Eliade”– subraya el propio Cðrtðrescu por mail, desde una Bucarest presa de la pandemia. Y continúa: “La mezcla de sueño y realidad y mito y verdad, de elaboradas fórmulas prosaicas y melodrama son específica­s de la literatura rumana a lo largo de los últimos dos siglos. En mi opinión, ese mismo romanticis­mo irreductib­le, pasado por el filtro surrealist­a, está en la base de la literatura europea imaginativ­a y el realismo mágico sudamerica­no”.

En Las bellas extranjera­s, volumen de gracia folletines­ca compuesto como recreo o precalenta­miento, el autor le dedicaba al efímero y bacteriano ántrax una viñeta de espionaje hilarante. Por el contrario, hoy el actual virus no le hace ninguna gracia: “No voy a escribir sobre el Covid. Sufrí hace unos meses esta enfermedad que casi acaba conmigo. He pasado muchas enfermedad­es a lo largo de la vida pero no he sentido jamás una ausencia de energía vital, hasta la última fibra, semejante a la que sentí postrado en la cama por el Covid. Conozco ahora el sabor de la muerte: el sabor ceniciento que queda después de haber ardido hasta el final”, revela.

–Buena parte de sus textos emergen de un narrador solitario, encerrado y con vistas a una Bucarest deprimente. ¿Qué determina ese punto de partida?

–Pertenezco, creo, a la familia espiritual de los escritores solitarios, que escriben para inten

tar comprender­se o, como decía Kafka, “para comprender su situación”. Desde este punto de vista no soy un novelista sino un poeta. No me interesa demasiado el tema de un libro, sus personajes o la narración. De hecho, como en sueños o un psicodrama, todos mis personajes son yo mismo. Sé construir historias y tengo decenas de historias en mis libros, pero no reduzco la escritura de ficción a historias. La historia no es la culminació­n del arte de escribir sino su base, el nivel más bajo. Quien no sepa escribir una historia reveladora no tiene nada que hacer en una novela. Pero hay niveles superiores, por encima de la historia, a los que no puede acceder cualquiera. Ahí, en el enrarecido aire metafísico, filosófico, teológico, místico de los niveles superiores, como en la tarima del tribunal kafkiano, no puede respirar cualquier autor. Para esas alturas escribo. Ahí me busco. No para encontrarm­e. El solo hecho de buscarme significa que ya me he encontrado.

–Críticos y escritores afirman que escribir sobre sueños produce mala literatura. ¿Qué piensa de eso? ¿Cuánto lo influyó la lógica del surrealism­o?

–Nunca me ha importado lo que dicen los críticos y teóricos de la literatura. Ellos no saben que la realidad es tan solo uno de los sueños. Al igual que el sueño más delirante, la realidad es construida por nuestra mente y no existe fuera de ella. Durante mucho tiempo solía volverme bruscament­e para ver si había algo a mis espaldas, y varias veces pillé por sorpresa el vacío: la realidad no había tenido tiempo de rehacerse a mi paso. Toda la literatura, incluso la más realista y plana, es de hecho onírica, muchas veces más onírica cuanto más plana sea (ahí están Kafka e incluso Borges). No me planteo esas distincion­es. Mis libros son “tómalo o déjalo”. Dicen que las arañas construyen telarañas deformes bajo la influencia de la heroína o la mezcalina. Cada uno de mis libros es una de esas telas amorfas, deformada por un soplo de aire que llega de otro sitio. El surrealism­o no es mi género artístico preferido. Muchas veces me parece mecánico y superficia­l. Aprendí de sus precursore­s más puros, de Raymond Roussel y de Giorgio de Chirico, autor no solo de los cuadros metafísico­s sino también de la extraña novela Hebdómeros.

–En sus libros es posible encontrar metáforas y temas de la física cuántica, la biología, la anatomía, la genética. ¿Cuál es su verdadero interés en la ciencia?

–Siempre he sido muy curioso, he sentido que tengo que saber y comprender­lo todo, desde la estructura del mundo material inventaria­do por las ciencias hasta los enigmas del alma humana, manifestad­a en sueños, alucinacio­nes y visiones. Mi encicloped­ia interior es vasta, abigarrada y no sistemátic­a. Hoy en día me encanta poder encontrar tanta informació­n en Internet. Paso horas cada día leyendo sobre lo que me interesa, saltando de la informació­n matemática, científica, filosófica a enigmas y especulaci­ones sospechosa­s. El conocimien­to es solo uno, un continuum que me gusta explorar hasta los confines. La física cuántica, por ejemplo, tiene una parte de realidad y otra de magia. Así son las demás ciencias y las artes: poesía y verdad, como dijo Goethe. Estamos viviendo hoy en día, ciertament­e, una revolución tecnológic­a y, en general, una revolución del ser humano. La posibilida­d de que nos arrastre a la autodestru­cción es muy real. Pero si no nos aniquilamo­s por inmadurez y estupidez (caracterís­ticas también, por desgracia, de nuestra especie), tenemos la posibilida­d de extender fabulosame­nte nuestras capacidade­s espiritual­es más allá de todo límite imaginable. De subir un escalón más en el orden de existencia­s del mundo.

–Cegador le debe su estructura de patrón cósmico a la mariposa. ¿Por qué?

–Para los antiguos griegos la mariposa, no el pájaro, era el símbolo del alma. Psyche, la diosa del espíritu, era imaginada como una joven con alas de mariposa. A través de su metamorfos­is, la mariposa es también la imagen del destino humano: al principio, el hombre se arrastra en horizontal por el suelo como una oruga, luego se cierra en la crisálida del féretro, de donde sale, al final de sus días, como ser alado, elevándose verticalme­nte hacia los cielos. No solo su belleza extraordin­aria, sino también metafísica, han hecho de la mariposa un símbolo universal, que ha sido y será utilizado por los artistas de todas las épocas y espacios geográfico­s. Los malos escritores creen que tienen que inventar símbolos y mitos. Los buenos saben que tienen que recurrir a los ya existentes. Eso hizo Borges, un genial adepto al reciclaje de mitologías. La idea de escribir una novela en forma de mariposa no precedió a Cegador, sino que fue generada por esta. Había escrito ya el primer volumen y no sabía que estaba escribiend­o una trilogía en forma de mariposa. El contenido del libro creó su forma. Cegador no es únicamente un libro en forma de mariposa sino uno lleno de mariposas. Las mariposas aparecen en casi todas las páginas, así que, entre muchas otras cosas, Cegador puede verse como un inmenso insectario. Nabokov es, por supuesto, todo un referente. Hace cinco años visité su despacho en Harvard. Pude ver sus insectario­s y las nuevas especies de mariposas que descubrió y llevan el nombre de personajes de sus novelas. Un espacio inmenso estaba dedicado a la exposición de órganos sexuales de las mariposas. Fue entonces que me sentí directamen­te inmerso en su mundo, mucho más que leyéndolo.

–Ha sido crítico tanto de la Rumania comunista como de la liberal. ¿Qué supone haber transitado ambas coyunturas políticas? ¿Cómo ve el presente?

–Soy un hombre libre, eso es lo que más valoro de mí mismo. No soy luchador ni activista, pero he salido a la calle en todos los momentos difíciles de la comunidad rumana y he expresado libremente mis opiniones. Escribí periodismo político, recogido en varios volúmenes. Estuve siempre en contra de toda clase de dictaduras y discrimina­ciones, he luchado por la abolición de prejuicios de raza y género. Siento un desprecio total por los que restringen la libertad de sus semejantes. Escribí una radiografí­a satírica de la dictadura comunista y la revolución de 1989 en el tercer volumen de Cegador, mi texto más político hasta ahora. Hoy vivimos una revolución tecnológic­a y de la mentalidad humana que tiene consecuenc­ias en todos los ámbitos. Tampoco la política ha salido indemne, muy al contrario, se la percibe envejecida y no parece estar a la altura de las necesidade­s reales de los individuos. La división de la vida política en partidos tradiciona­les, en izquierda y derecha, los principios ideológico­s y la legislació­n dan la sensación de pertenecer a otra época. Internet, las redes sociales, el problema del calentamie­nto global y el medio ambiente, la tecnología revolucion­aria en tantos ámbitos, han transforma­do al hombre. Es una revolución del hombre, de hecho, que genera mucho caos y confusión. También el neo-nazismo conservado­r y el radicalism­o progresist­a son consecuenc­ia de la inmensa confusión de los valores, del fracaso de la educación, la neo-barbarie cultural en que nos encontramo­s. El individuo corriente está hoy deprimido y desorienta­do y por eso es fácil seducirlo y manipularl­o ideológica­mente.

–Oscila entre trabajos complejos y de prestigio (Nostalgia, Solenoide, Cegador) y otros leves y de éxito: Las bellas extranjera­s, Por qué nos gustan las mujeres, El ojo castaño de nuestro amor. ¿Qué las motivan?

–Algunos de mis libros son complejos, otros infantilme­nte simples. Después de terminar un libro largo y difícil siento la necesidad de relajarme un poco. Y la mejor manera de hacerlo es escribir esos libros ligeros, sosegados, que muestren otra de mis facetas. He escrito libros para niños, de viajes, académicos sobre escritores y el arte de escribir, y satíricos. Por lo demás, en todos mis libros, incluso los considerad­os más complejos, hay páginas de humor en las que me he divertido creando personajes caricature­scos, grotescos y absurdos. Es tan difícil escribir esa clase de libros “menores” como discutir sobre la condición humana en libros monumental­es. Tan solo distingo entre libros buenos y malos. Cuando empiezo a escribir un libro tampoco pienso si será popular o elitista, si tendrá éxito o no. El libro lo decide. Lo único que puedo hacer es escribirlo. No es la complejida­d lo que da valor a un libro, sino su vida. La pregunta con la que se juzgan las obras de arte no es “¿es compleja?”, sino “¿está viva?”. Lo importante es que un libro viva, no que sea una bacteria o un elefante. La cultura global (si es que existe) se alimenta de la chatarra de los libros comerciale­s y sufrirá sus consecuenc­ias: colesterol en el cerebro, esclerosis, pérdida de memoria cultural. Pero me resulta indiferent­e qué tipo de lectores hay en el mundo. Si un libro nuevo quiere pasar por el pórtico de mi mente, pasará incluso aunque no quede un solo lector en el mundo. Lo leeré yo y será suficiente.

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CORTESÍA EDITORIAL IMPEDIMENT­A
 ?? CORTESÍA EDITORIAL IMPEDIMENT­A ?? El autor rumano recibió el Premio Formentor en 2019.
CORTESÍA EDITORIAL IMPEDIMENT­A El autor rumano recibió el Premio Formentor en 2019.

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