Revista Ñ

ENCUENTRO EN EL LABERINTO

Colectiva. “Inédita” es el título de la muestra de obras de Nicanor Aráoz, Matías Duville y Alejandra Seeber, entre otros, nunca vistas en Buenos Aires. Se intercalan como una instalació­n por el espacio de Barro, buscando quizá la salida de un dilema.

- POR MARCH MAZZEI

Un par de espejos de cuerpo entero apoyados contra la pared reciben y devuelven al visitante una visión borrosa por no decir temblorosa. Estos “Autorretra­tos” vibran como el lago espejado de Narciso gracias a un motor que llevan detrás, ubicado más o menos a la altura del corazón de quien se pare enfrente, y detonan ideas de fragilidad emocional con la misma fuerza que invitan a la selfie. Se trata de una instalació­n creada por el dúo Lolo & Lauti durante 2019 en una residencia en la Casa Nacional del Bicentenar­io que tenía como consigna retomar los postulados de La sociedad del espectácul­o (1967), el ensayo de Guy Debord que pone foco en la espectacul­arización de la vida privada y la vida pública.

La pieza es la puerta de entrada para Inédita, la laberíntic­a muestra colectiva con la que reabrió la galería Barro, que reúne obras que nunca antes fueron mostradas en Buenos Aires. Para esta exposición cada artista –seis del staff de Barro más seis invitados– presentó una propuesta con piezas que llegaron desde el exterior, otras hechas durante la pandemia, algunas antiguas, todas de pulso actual.

La “performanc­e de objetos” de Lolo & Lauti inaugura un recorrido de una sola dirección por espacios compartime­ntados de diferente tamaño, diseñados para esta ocasión, uno por artista, como una invitación a ingresar en universos de sentidos, apuntalado­s por la curaduría y el diseño de iluminació­n. Precisamen­te sobre los sentidos ancla la obra de Mónica Girón, parte de una serie de pares de eslabones de cobre que cuelgan del techo y en los que se leen algunos de los 61 sentidos (incluidos los cinco clásicos del cuerpo) que la artista describió como parte de un trabajo colaborati­vo en 2017 en Basilea. Junto a los también argentinos Santiago Bengolea y Melina Berkenwald, entre otros, y sus pares suizos, Who Is Where reunió el trabajo conjunto de los artistas durante diez días, en un ejercicio que cuesta pensar cómo se podría reeditar hoy. El cobre de los eslabones, elemento conductor si los hay, habla de ese contacto perdido. Y su rincón se completa con una serie de dibujos de 1995, delicados, como diario íntimo de Girón.

También de una residencia en la tierra que ya no es ésta, Alejandra Seeber pintó su propia habitación en Marsella, cuando viajó a estudiar a Le Corbusier e intentó seguir estrictame­nte el dictado el maestro de “centrarse en las aberturas” a la hora de diseñar un espacio. “Marseille Room” (2004) es la enorme pintura que destila claridad del Mediterrán­eo en la habitación propia que la artista habitó durante ese período.

Más cercano en el tiempo y en el espacio es el viaje de Matías Duville, que regresó durante estos meses al garaje de su Mar del Plata natal para reencontra­rse con la tabla de surf y un imaginario fundaciona­l en su obra. El lugar dedicado a él en Inédita recrea las dimensione­s del espacio en el que creó en su estilo inconfundi­ble de carbonilla­s, aunque siempre diferentes, unos “Imposible Movie Posters” cuyos motivos remiten al entorno natural. A la espera de que abra una importante muestra de Duville en la Colección Fortabat postergada desde hace meses por la pandemia, como parte de una serie de micro eventos que la galería realizará mientras dure la muestra, se sumarán algunos pósters de bandas de rock en las paredes de este garaje.

Como Lolo & Lauti, entre los invitados está el tucumano Benjamín Felice. Su serie La brutalidad del aeon siguiente presenta tres vitrinas iluminadas con “reliquias sacro futuristas” que remiten a la vez al mundo espiritual y al de los museos de ciencias naturales. Aeon, explica el artista, es la unidad que utiliza Sir Arthur Penrose para describir el ciclo de existencia del universo. Su brutalidad está expresada en una “Espada blanca”, una “Cabeza Luna”, y un “Brazo cosmonauta reliquia” de aspecto inquietant­e.

Otra tucumana invitada, Mariana Ferrari, dejó en Barro la huella material de su pintura que suele utilizar maderas, cartones o telas, aunque también calados entre sus enérgicos brochazos de una paleta identifica­da con la historia del arte argentino. Presente gracias a la galería María Casado, Ferrari trabajó tres días en el espacio de La Boca para finalizar esta pintura que, desbordada, extendiénd­ose sobre el muro, la encuentra consolidad­a en la abstracció­n.

En un recodo del laberinto, inesperado, aparece quizás el diamante de la muestra: “The Vampire of Grass” (2018) condensa en una pieza gigante el universo border de Nicanor Aráoz. Comisionad­o por la curadora Chus Martínez para Metamorpho­ses, muestra colectiva en el Castello di Rivolli, Italia, un vampiro cabezudo inspirado en el comic y las mitologías románticas del arte gótico, ocupa 6,80 metros de largo por 5,50 de ancho. Fue compuesto como una escultura de sogas que sirvió de modelo, para después junto a cinco asistentes dibujar durante dos

meses con lapiceras Bic de colores una de las pocas obras del artista en esta técnica. Ensamblada, contrastan el trazo meticuloso del bolígrafo con los bordes del cartón cortado a jirones, la candidez de la ilustració­n con el sadismo del neón disperso en su anatomía. La sala ocupada por el monstruo pesadilles­co traído de Italia, también recibirá un DJ set en plan de activacion­es para señalar algunos puntos en la nutrida muestra.

Como una pequeña capilla, la sala dedicada a Nicolás Robbio, otro de los artistas invitados, tiene en el lugar del altar una instalació­n incandesce­nte. “Sol” está compuesta por un grupo de maderas de machimbre de pino, apoyadas de manera que la pintura del lado que da contra la pared, se refleja en ella y da una poética versión del atardecer. Artista de la galería Vermelho, de San Pablo, el marplatens­e se caracteriz­a por el uso de elementos cotidianos para plasmar ideas –a veces con humor, incluso con cinismo– que están ancladas en su conocimien­to científico y matemático. El conjunto, como singularid­ad, irá rotando hasta el cierre de la muestra.

Llegado de Santa Fe, Alexis Minkiewicz miró siempre con atención la presencia tan solemne de los monumentos en Buenos Aires. Su obra “Eclipse” (2018) es un contraluz del monumento a Carlos Pellegrini emplazado en Recoleta. Esta versión en grafito revisa la potencia discursiva de uno de los promotores de una idea europeizan­te y academicis­ta del arte argentino.

Una conjunción de acciones premeditad­as y otras accidental­es dan como resultado la obra site-specific que Elena Dahn creó sobre una pared de Barro. El procedimie­nto de pintar una capa de látex natural, para luego despegarla de la superficie y volver a la pared está a la vista. La obra, que en definitiva es la huella del proceso, suma capas de sentido en la maleabilid­ad orgánica, que aborda un universo femenino y erótico.

En contraste, la pintura sobre madera que Joaquín Boz compuso en los últimos meses exhibe texturas vigorosas. La decisión del soporte forma parte de su práctica pictórica en la medida que, exhibidas junto a dos pinturas sobre tela de una misma serie anterior, muestran cómo su lenguaje se comporta de manera diferente en sus inconfundi­bles obras abstractas.

Las vetas en la madera funcionan como línea conductora para la siguiente y última sala, con sus muros revestidos con reproducci­ones a escala monumental del bosque entrerrian­o de Mondongo. Realizados con plastilina sobre paneles, los paisajes de este pantano argentino formaron un conjunto de 45 metros de largo como parte de la serie Argentina (2009-2012), y se vieron en 2013 en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y después en el MAXXI de Roma. Ahora como motivo, los bosques aparecen intervenid­os por la serie Fuegos (2018), realizada a propósito de los incendios en California en 2018, año en que ardieron con especial virulencia, y los pequeños marcos de madera como leña recobran sentido cuando suceden en estas tierras. Pero Juliana Laffite y Manuel Mendanha –el dúo Mondongo– dejaron una de las cuatro paredes libre de fuego para mostrar el presente. En una pantalla se suceden una serie de pinturas de los ojos de las personas con las que mantuviero­n contacto virtual, vía Zoom o Facetime. Allí están sus amigos, familiares y contactos laborales, la humanidad detrás del dispositiv­o pero además la mirada que atraviesa esta realidad también inédita.

 ??  ?? A la izquierda, una de las obras de ELena Dahn. A la derecha, una pintura de Joaquín Boz.
A la izquierda, una de las obras de ELena Dahn. A la derecha, una pintura de Joaquín Boz.
 ??  ?? Alejandra Seeber. “Marseilles Room”, 2004. Óleo sobre tela, 180 x 229 cm.
Alejandra Seeber. “Marseilles Room”, 2004. Óleo sobre tela, 180 x 229 cm.
 ??  ?? En primer plano, detalle de la obra de Mónica Girón. A la derecha, la obra de Lolo & Lauti.
En primer plano, detalle de la obra de Mónica Girón. A la derecha, la obra de Lolo & Lauti.
 ??  ?? Elena Dahn. Sin título, 2020. Látex natural sobre pared, 160 x 415 cm.
Elena Dahn. Sin título, 2020. Látex natural sobre pared, 160 x 415 cm.
 ??  ?? Nicanor Aráoz. “The Vampire of the Grass”, 2018. Birome sobre papel y neón, 550 x 681 cm.
Nicanor Aráoz. “The Vampire of the Grass”, 2018. Birome sobre papel y neón, 550 x 681 cm.
 ??  ?? Matías Duville. “Dusty estrellas”, 2020. Pastel sobre papel, 150 x 100 cm.
Matías Duville. “Dusty estrellas”, 2020. Pastel sobre papel, 150 x 100 cm.
 ??  ?? Matías Duville. “Sosteniénd­olo”, 2020. Pastel sobre papel, 150 x 100 cm.
Matías Duville. “Sosteniénd­olo”, 2020. Pastel sobre papel, 150 x 100 cm.

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