BAILAR LA VOZ DE ELLA FITZGERALD
Legado sonoro y visual. El hallazgo de las cintas de su segunda visita a Berlín occidental y un documental sobre su trayectoria permiten redimensionar la huella de la magnética cantante de jazz.
Acasi 25 años de su muerte, Ella Fitzgerald, la “Primera dama de la canción’’, cuenta hoy, a la vez, con un documental sobre su vida: Just One Of Those Things; un disco inédito en vivo: The Lost Berlin Tapes, y una nueva compilación de las colaboraciones de Ella con pianistas: The Complete Pianos Duets. Incluso hay disponibles nuevos-viejos singles, de los años 60, junto a Duke Ellington en el famoso programa de Ed Sullivan (habrá que cruzar los dedos para que pronto se lancen, también del show de TV, su famosa y única colaboración con Sammy Davis Jr., un dueto de improvisación impecable, que con calidad mediocre puede apreciarse en YouTube).
Además de una cuenta muy activa en IG, firstladyofsong, anexa a su sitio oficial www.ellafitzgerald.com y hasta una muñeca Barbie en su homenaje, todo indica que el legado de Fitzgerald, la diva del swing, ahora con merchandising incluido, goza del mismo cuidado, visión comercial y gestión de figuras masculinas como Frank Sinatra y Bob Dylan, con sus líneas de indumentaria o marcas de whisky.
Disponible en ellafitzgeraldmovie.com, en el documental sobre su vida dirigido por Leslie Woodhead, participan artistas como Tony Bennett, Jamie Cullum, Johnny Mathis, Smokey Robinson y el violinista Itzhak Perlman. Si hay dudas de que Ella es una de las intérpretes más ineludibles del siglo 20, tal vez la mejor prueba sea que el documental esté conducido en gran parte por Norma Miller, una bailarina profesional, compañera de giras de Ella que tiene 100 años. Si el jazz es la banda de sonido del siglo pasado, también es esa banda de sonido que estampó, como los lados de un disco de vinilo, los episodios de la vida estadounidense: el renacimiento de la cultura negra en Harlem, la Gran Depresión, el New Deal, el Swing, la posguerra. Los capítulos de la historia del jazz se barajan con los de los Estados Unidos hasta hacerse irreconocibles entre procesos sociales y culturales. El documental traza ese arco, racial, político e individual, desde los comienzos de Ella con la orquesta de Chick Webb, una de las Big Bands con más swing de los años 30. Las imágenes de Ella y Webb (que medía poco más de un metro debido a una malformación) son como las de una gigante misericordiosa con sus botas de trabajador y sus vestidos sencillos junto a un niño feliz.
Fitzgerald, como Sinatra, Bennett o Perry Como, y toda la generación de crooners italoamericanos (sobre todo hombres), encarnó el siguiente paso en la evolución de la música: de la fama de las grandes bandas, a primeros ídolos, más importantes que sus orquestas. Prueba de ello, como explica el filme, es la canción “A Tistek A Tasket’’, una canción infantil que Ella reinventa de tal manera hasta transformarla en un standard de jazz y que le permitió convertirse en estrella nacional. Según el documental, el “canasto amarillo’’ que busca la protagonista de la canción, es como los zapatos rojos rubí de Dorothy: un mágico mundo de Oz, que le abrió las puertas a cantantes venideras, como Lena Horne, Sarah Vaughan o Dinah Washington.
Mujer, negra y pobre
En una época en la que el rol de las mujeres cantantes era cantar, sentarse y callarse, Ella pasó a dirigir su propia orquesta, en la que afloran todas las características de su expresión: humor, voz impecable, humanidad. Sin embargo, Ella no encajaba en los estándares glamorosos y sexy de popularidad de la época: era mujer, era negra, era rolliza. Pesaba 100 kilos y la prensa la llamaba “the plump chanteuse” (la cantante rechoncha). Ella cantaba, se movía, transpiraba. A la segunda canción de sus conciertos se la ve sudando. “Sé que no soy una chica glamorosa –dice Ella– y no es fácil para mí levantarme frente a una multitud de personas. Solía molestarme mucho, pero ahora me he dado cuenta de que Dios me dio este talento para usarlo, así que me quedo ahí y canto”. Lo que acaso no tuviera de glamour, lo sobrepasaba en exceso en magnetismo.
Pero además Ella fue de las poquísimas artistas de la generación previa al bebop que abrazó ese movimiento, el más revolucionario y disruptivo del jazz. Como recoge el testimonio de Dizzy Gillespie en la película, “de Ella solo puedo decir una sola cosa: ¡wow!!!”. “Jamás, nadie –declara la cantante Laura Mvula– hizo solos con la voz como lo hacían los mejores trompetistas o saxofonistas: Ella improvisaba de una manera humanamente imposible”. El vocabulario armónico del bebop tuvo sus orígenes en la improvisación vocal extraordinaria de Ella y a su vez Ella ayudó a propagar aquel movimiento.
El documental también suma material en vivo de su época interpretando el Great American Songbook de autores como Cole Porter o George Gerwshin y su etapa de reconocimiento global junto al sello Verve, en lo que fue una de las grandes reencarnaciones de la diva del swing: Ella como la gran baladista del mundo.
Justamente gracias a la asociación de Ella Fitzgerald con el productor Norman Granz del sello Verve, que la convirtió en súper-estrella mundial, Ella llegó a Berlín en 1960. De esa presentación en vivo surgió uno de los discos más intensos de la historia, de cualquier género musical: Ella In Berlin: Mack The Knife. En la canción que da título al disco, Ella olvida la letra e improvisa una nueva letra, maravillosa y autoconsciente, que no la recuerda. En “How High The Moon”, innova con un scat imposible en el que cita fragmentos de melodías de al menos diez canciones diferentes. Si se dice que la estética posmoderna, tan de este siglo, comenzó con los pastiches o mezclas de estilos dentro de la arquitectura del siglo pasado, lo mismo podría aplicarse y explicarse dentro de este disco. Citas, guiños, homenajes, intertextualidades que Ella rea
lizaba sin marco teórico, cantando baladas, jazz, blues, standards, canciones infantiles y de películas en una misma canción: una arquitectura de la genialidad.
Dos años después, volvió a Berlín debido a la popularidad de ese show. La grabación del espectáculo se halló recién ahora. Perfectamente conservadas, las cintas fueron encontradas en la casa de Granz. Ella: The Lost Berlin Tapes, no solo tiene un sonido impecable, sino un repertorio totalmente distinto al del otro disco. Entre los ‘merci beaucoup’ y los ‘dankeschön’ con los que saluda, Ella comienza celestial, con “Heaven, I’m in Heaven’’ de “Cheek To cheek’’, la otra famosa canción que invita a bailar cachete-con-cachete. Retorna a uno de los éxitos de la juventud con “Mr. Paganini”, e incluye una formidable versión de “Cry Me A River”, la canción en la que le dice a su ex amante aquello de “Llorá todo lo que quieras / podés llorar un río entero si así lo deseás / porque ya te he llorado /… y no voy a llorar más”. Para el final, el “Wee Baby Blues’’ de Big Joe Turner parece prefigurar, una década antes, los “Baby, baby, baby” de Robert Plant junto a Led Zeppelin en “Misty Mountain Hop”.
La compilación The Complete Pianos Duets, por su parte, sin tener nada nuevo, recoge todas las colaboraciones de Ella
Fitzgerald con pianistas, grabadas para los sellos Decca, Verve y Pablo Records. No incluye ninguna novedad, pero es una inteligente selección que rescata su primer álbum, Ella Sings Gershwin, de solo piano y voz, así como duetos nada menos que con Oscar Peterson.
Como dijo el otro Fitzgerald, Francis Scott, en sus consejos de escritura: “Un autor debe escribir para los jóvenes de su generación, los críticos de la siguiente y para todos los profesores del futuro’’. Ella Fitzgerald seguirá iluminando el mundo para siempre.