Revista Ñ

LA VIOLENCIA, 30 AÑOS DESPUÉS DE CEAU͚ESCU

El rumano Radu Jude habla de Uppercase Print, el filme en el que contrasta un caso de represión estatal de su país en los 80 con una ficción actual.

- POR ROGER KOZA

En una escena delirante de Uppercase Print, del notable realizador rumano Radu Jude, un periodista en la calle pregunta a los transeúnte­s sobre los bocinazos y la descuidada conducta de hacer uso indebido de esos instrument­os propios de los vehículos. No se trata de una indagación sobre los ruidos y la enajenació­n, sino sobre el control en el espacio público, porque es el inicio de la década de 1980, Rumania está gobernada por Nicolae Ceauĵescu –uno de los tantos líderes inexplicab­les–, entonces el Estado aquí es ubicuo y debe inscribir un orden y velar por él en todo momento.

Si fuera por otros reportes y programas televisivo­s que Uppercase Print (uno de los estrenos del festival FestiFreak el 19 de este mes) incluye en su poderosa retórica visual, eran tiempos felices, pletóricos de logros sociales, una época en la que cada evento estaba empujando hacia la realizació­n de una utopía en la Tierra. La contrapart­ida real, el costado ominoso de ese trance colectivo, ese disciplina­miento sistemátic­o, era un despiadado control sobre las conductas y una vigilancia férrea sobre cualquier situación inadecuada o extraña ante el orden cotidiano. Es por eso que cuando un joven firma un grafiti en la calle expresando descontent­o, un tal Cðlinescu, se pone en marcha una investigac­ión colosal para dar con el responsabl­e.

Jude, el mismo de I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians, combina una pieza teatral sobre el caso de hace unos años con los materiales de archivo de la época. Y al hacerlo, devuelve un régimen discursivo del pasado que puede parecer vinculado a un tiempo superado, pero que persiste tenuemente y por otros medios en una época como la nuestra, donde la verdad ha dejado de ser un valor rector de cualquier tipo de enunciació­n.

–La cita de Michel Foucault en el inicio predispone a aventurar una modalidad de lectura de toda su película. ¿Por qué eligió una crónica microscópi­ca para retomar críticamen­te el régimen de Nicolae Ceauͬescu, en el inicio de 1980?

–El pequeño texto de Foucault (que encontré en un libro de Ariette Farge, cuyo título es grandioso, Le gout de l’archive) habla sobre cómo de una vida, una vida miserable, solo quedan algunas palabras en un documento jurídico de aquello que la malogró. Y era exactament­e eso lo que sucedía aquí: es conmovedor seguir este caso que tuvo lugar en 1981 en contra de un chico muy valiente y ver cómo todo el sistema represivo de una dictadura lo destruye. Y es también ridículo, aunque solo se puede concebir de ese modo con la distancia que otorga el tiempo. Hoy es sencillo detectar el costado estúpido de todo esto, un error del que nadie está exento. Lo que quiero decir es que al volver a ver hoy los videos de los discursos de Ceauĵescu, siempre tan primitivos y ridículos, es casi imposible imaginar que 22 millones de personas le temían.

–¿Cómo fue que se le ocurrió hacer la película? –La excelente escritora de obras de teatro y también directora, Gianina Cðrbunariu, escribió una obra tomando los archivos de la Policía Secreta (Securitate) sobre el caso del joven Mugur Cðlinescu. Vi la obra de Gianina en 2013 y recuerdo haberle dicho a alguien que una película inspirada en ese caso jamás podría hacerse. La razón por la cual sí funcionaba como obra de teatro se debía a la inusual escritura de la pieza. Pensamos en aquella oportunida­d que una película basada en esta misma pieza solamente añadiría otro título a la extensa lista de películas críticas del totalitari­smo comunista, que pueden ser necesarias, pero que suelen ser excesivas, o malas, o las dos cosas al mismo tiempo. De todos modos, permanecí pensando en la obra y supongo que mi decisión de transforma­rla en una película está asociada a mi creciente interés por los archivos audiovisua­les.

–Para quien conozca su obra, es evidente que su interés sobre el pasado dista de ser revisionis­ta; usted practica una especie de genealogía del presente en relatos: el pasado está aún vivo, pervive, modela. El plano final de Uppercase Print es indesmenti­ble al respecto: el paneo sobre la iglesia ortodoxa, el edificio Rolex y un famoso hotel lujoso, no muy lejos de la Casa del Pueblo, glosan el momento actual de Rumania. ¿Cómo percibe la interacció­n entre el pasado y el presente?

–El plano que menciona aprehende todos los elementos constituye­ntes de nuestra vida contemporá­nea: los restos de la dictadura comunista y el capitalism­o salvaje, sumado a la Iglesia, que es cada vez más poderosa, primitiva y reaccionar­ia. Alguna vez, el crítico Andrei Gorzo escribió sobre uno de mis cortometra­jes aludiendo a la falta de sutileza en todas mis películas, y considero que tiene razón. Y pienso incluso que yo no quiero dedicarme a las sutilezas. ¿Puede ser la noción de “películas sin sutilezas” una buena definición para la obra de un cineasta? Me gusta pensar que sí, porque lo sutil suele ser casi siempre un truco, y ni siquiera sutil, si es que puedo bromear al decirlo así. De hecho, mi nuevo proyecto de ficción fue rechazado por la Comisión de Cine por los cuatro colegas que trabajan allí, cineastas de mi generación. Entre las razones que se esgrimiero­n para el rechazo, tres de ellos insistiero­n y señalaron que la película no era lo suficiente­mente sutil.

–La película ha sido concebida como si trabajara en una permanente tensión dialéctica entre el archivo y una puesta en escena antinatura­lista. ¿Por qué eligió ese procedimie­nto?

–Sospecho que Bresson hubiera estado en contra de la película, porque detestaba todo aquello que no fuera cine puro. Mi idea de trabajar de este modo responde al poder que detenta el cine en construir una ilusión de la realidad. Ese es el gran poder del cine y este poder es susceptibl­e de ser cuestionad­o cuando vemos películas históricas (siempre es cuestionab­le, pero en especial cuando se trata de películas que recrean el pasado). Puede ser que también esté cansado del cine y de ver siempre los mismos patrones de representa­ción. Y es quizás por eso, perversame­nte quizás, que me gustan las películas que no parecen serlo. Diría que estoy más interesado en las ideas, en las ideas cinematogr­áficas, y aquí respondo como espectador.

–¿Y sobre los actores?

–Como los textos que decían no eran diálogos, sino que procedían de la obra de teatro, que tomaba las propias declaracio­nes e informes de la Policía Secreta, necesitaba que los intérprete­s fueran una especie de hologramas y que de ese modo transmitie­ran los textos, de una forma completame­nte impersonal, sin los rasgos y gestos de una persona real.

–Lo que dicen los actores y actrices ya estaba escrito en la obra y se puede seguir fácilmente, pero ¿cómo estructuró los materiales de archivo? Es muy impresiona­nte lo que se vislumbra en ellos, porque el discurso del régimen no dejaba absolutame­nte nada afuera de su considerac­ión y la vigilancia respecto de cualquier desvío era delirante.

–Sí, los archivos televisivo­s son exactament­e opuestos a los informes de la Policía Secreta. La primera diferencia reside en la índole pública de un caso y en el carácter de secreto total del otro. Empleé un concepto cronológic­o para organizar los archivos de televisión. Busqué qué se decía en la Televisión Nacional y en los noticieros en el momento en que el caso de Cðlinescu comenzó, solamente abdicando de este principio en dos o tres ocasiones, debido a que cuando visualicé los archivos en la Televisión Nacional (que no se caracteriz­a por ostentar una buena clasificac­ión) fui hallando materiales que eran demasiado buenos para dejarlos afuera. Después de todo, pertenecía­n al mismo período y constituía­n huellas de la Historia.

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El actor ͣerban Lazarovici como Cɔlinescu, torturado por firmar un grafiti antirégime­n en la calle.

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