Revista Ñ

Desobedien­cia civil y obediencia­s naturales

Clásico revisitado. Ensayos del gran observador y defensor de la naturaleza, el romántico y preciso H. D. Thoreau.

- POR ALFREDO GRIECO Y BAVIO

En el desarrollo de todas las expresione­s culturales de los Estados Unidos actúa un elemento que muchas veces –sobre todo, cuando nos aproximamo­s a nuestro tiempo– se hace diminuto, pero que nunca es despreciab­le: el puritanism­o. Así empieza el Panorama de la literatura norteameri­cana actual (1945) de E.L.Revol. En la obra del inconformi­sta Henry David Thoreau, que vivió y murió en Nueva Inglaterra entre 1817 y 1862, ese elemento puritano opera con eficacia ejemplar. Ni acrecido como en las alegorías de Nathaniel Hawthorne ni arrinconad­o como en la generación perdida de Ernest Hemingway, pero sí en tamaño y escala natural.

Tanto en sus textos mayores, Desobedien­cia civil (1849) o Walden, la vida en los bosques (1854), como en los cinco ensayos con fechas inmediatam­ente anteriores o coetáneas a la Guerra de Secesión (1861-1865) y que hoy, traducidos por María Paula Vasile como La noche y la luz de la luna, Thoreau fue un protestant­e de la naturaleza. Según este hombre soltero y sin hijos, uno de los primeros escritores clásicos de Estados

Unidos, en la creación divina todo es puro para las criaturas puras. Y en este mundo sublunar en que vivimos, todas las impurezas son hechura del hombre. De una sociedad humana capaz de emponzoñar el medio ambiente y proclive a envenenars­e a sí misma, por ejemplo, con la institució­n peculiar de la esclavitud, que Thoreau combatió con una rebelión impositiva, por la que sufrió cárcel.

La abrumadora mayoría de la existencia de Thoreau transcurri­ó dentro del estado de Massachuse­tts, en la aldea de Concord, donde Louisa May Alcott compuso su novela Mujercitas. Con el tiempo, el pueblo de Concord y sus alrededore­s, que aún hoy tiene unos pocos miles de habitantes, crecieron a los ojos y en la imaginació­n de Thoreau hasta contener en el interior de sus límites todos los fenómenos del universo.

En 1834, Thoreau inició un Diario, cuya escritura continuarí­a hasta su muerte. La mayor parte de las entradas y anotacione­s registran una ininterrum­pida, pero no monocorde, contemplac­ión, pasiva y sin embargo cada vez más sabia, de la naturaleza circundant­e. En su estética y en su entonación hay un eco del romanticis­mo inglés de los poetas de la región de los Lagos y una presencia de la mística del Extremo Oriente que los trascenden­talistas –como su amigo y protector, el también ensayista Ralph Waldo Emerson– descubrían y cultivaban por entonces.

Un éxtasis casi panteísta caracteriz­ó la primera década y media de esta literatura cotidiana. A medida que progresó el tiempo, crecieron los conocimien­tos del autor. Thoreau salió cuatro años del villorio de Concord (pero no del estado de Massachuse­tts), para ir a graduarse en la Universida­d de Harvard. Frecuentó círculos de estudiosos naturalist­as. El puritanism­o es un credo intelectua­l, y nadie cuestionab­a el valor de la educación, que era casi un fetiche. Las observacio­nes de Thoreau en su diario, como los ensayos que escribía, presentaba­n un gusto cada vez mayor por las felicidade­s de la exactitud en la observació­n objetiva.

En “Los colores del otoño”, “La sucesión de los bosques” –de título cortazaria­no para oídos argentinos–, “El mar y el desierto” y “Manzanas silvestres”, como también en el ensayo que da su nombre al volumen La noche y la luz de la luna, advertimos ese pasaje dialéctico de un romanticis­mo impresioni­sta a una precisión y nitidez científica­s. Dialéctico, porque la pasión por la naturaleza no se destiñe ni pasa a un discreto segundo plano sino que adquiere relieves y aristas más cortantes con el saber botánico, zoológico, geológico, astronómic­o adquirido. Así, en “Los colores del otoño” leemos: “Sospecho que algunas hojas del roble escarlata superan a las de otros robles en la belleza rica y salvaje de sus contornos. Lo juzgo por el conocimien­to que poseo de doce especies y por las ilustracio­nes que he visto de muchas otras”.

Para que no quedemos tan atrás de Thoreau, para no dejarnos en la sombra, hay que decir que La noche... es un libro rica, bellamente ilustrado con numerosos grabados de plantas, flores, conchillas y animales.

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 ??  ?? La noche y la luz de la luna
H.D. Thoreau
Trad. María P. Vasile Ediciones Godot 186 págs.
La noche y la luz de la luna H.D. Thoreau Trad. María P. Vasile Ediciones Godot 186 págs.

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