EL AVE FÉNIX SALUDA A SU PLATEA
Mientras ruegan por una fecha de reapertura, las salas ensayan cruces con el soporte y el lenguaje del cine. Asistimos al recorrido por los circuitos con barbijo y distancia: ensayos, streaming y autoteatro.
Como entrar a un templo dormido y reencontrarse con un fantasma. Cada edificio teatral impone su ritual de silencio en una ciudad que, cada vez más, vuelve a su ritmo habitual para nublar la razón con bocinazos. No es difícil imaginar entonces aplausos cercanos que desde un escenario impacten ya no más (o no únicamente) en fotogramas. Frente a la angustia que desató la determinación del gobierno bonaerense de que las salas de la Costa Atlántica permanezcan cerradas este verano –al igual que todos los entretenimientos en espacios cerrados, es decir, en una negativa que iguala actividades bien distintas–, el productor Carlos Rottenberg se dijo “en estado de shock”. No es exagerado; los balnearios son el corazón del teatro comercial cuando la temporada porteña se aplaca, pero frente a la circulación en los shoppings y las iglesias, la vuelta del fútbol y de los bares, resulta necesario avanzar. Desde el lado de las autoridades de Cultura y Salud –dramaturgos del guión de cómo seguirá esta tragedia– hasta el momento, solo “palabras, palabras, palabras”, según diría Hamlet. Javier Daulte lo sintetizará así: el teatro alternativo está de luto. Artistas y productores de los espacios de todo el país insisten en la reapertura para completar el juego vital –sí, esencial– que se produce únicamente en escena. La experiencia en otras áreas culturales, como los museos, hace suponer que será un proceso con varias rondas de tratativas.
Recordemos aquella primera platea del Liceu de Barcelona, a mediados de junio, con plantas en las butacas, una acción del artista conceptual Eugenio Ampudia. Aunque en Europa los festivales y algunas salas están abiertas con aforo reducido, programas presenciales y a distancia, la liga de Broadway, por ejemplo, no abrirá sus puertas hasta 2021. En los países de la región, Uruguay, Paraguay y Brasil abrieron salas con aforos limitados y protocolos sanitarios; en el resto de los países, la situación no difiere de la nuestra.
Pero ahora estamos en Buenos Aires, ciudad de teatros, donde la falta de uso reaviva los aromas de la madera y del piso alfombrado, y la humedad de los telones corridos desnuda el esqueleto en terapia intensiva. La imponente sala Martín Coronado, del Teatro San Martín, está completamente vacía. Cerca de la entrada, la cámara comandada por Alejo Moguillansky apunta a las escaleras que nacen en el emblemático foyer de la calle Corrientes. Mariana Chaud le da indicaciones al actor Marcos Ferrante, que con mocasines azules, sobretodo azul, piel y pelo azules, altísimo y con andar endurecido, emerge como salido del museo de cera de Madame Tussauds y sube de espaldas los peldaños con un plato dorado en las manos. Es el único que exhibe el rostro desnudo y camina entre un equipo de quince enmascarados que, cada uno desde su posición, lo miran desplazarse por los vericuetos del edificio en pausa.
El regreso del disco de oro del Voyager 1, de la dupla Chaud-Moguillansky, es la tercera de diez obras de teatro que conforman el ciclo “Modos Híbridos”, impulsado por el Complejo Teatral porteño, que cruza a un director escénico con otro de cine para llevar a cabo una experiencia en conjunto. Al igual que un espectador después de siete meses de confinamiento y salas cerradas, el hombre azul cae en un teatro vacío y solo encuentra a su alrededor ecos de representaciones.
No es casual. De ciencia ficción son los tiempos que corren: otro extraterrestre azul con orejas puntiagudas aparece también en
La pasión según Teresa Von Hauptbanhof, de Cristian Palacios y con dirección de Nayla Pose, la quinta obra de las 21 del ciclo “Nuestro Teatro” que el Cervantes está llevando adelante. Por encima de las butacas desnudas de la emblemática sala María Guerrero, sobresalen ahora tarimas negras que sostienen las cámaras. Las cuatro lentes juegan entre los planos medios y generales de una puesta de luces de araña y plantas colgantes que remiten a latitudes y tiempos lejanos. El silencio impera bajo los pasos secos que retumban.
Leonor Manso y Paloma Contreras –madre e hija en la ficción y en la vida real–, se resguardan en su castillo mientras desfilan ante ellas seres con máscaras, trajes y poderes de otro planeta. Cuesta asimilar la extrema proximidad, incluso el beso final entre las actrices (que tienen permitido el contacto por ser convivientes), como si tras los protocolos exhaustivos y las narrativas por Zoom nos hubiéramos reconfigurado para admitir únicamente diálogos a dos metros de distancia y gestualidad elocuente.
Por eso Los arrepentidos, la tercera Experiencia de Daniel Veronese, es ideal para indagar en aquella exploración que resulta, de todas las opciones filmadas, la más cercana a la preciada y singular copresencia teatral: el streaming en vivo. En el suelo negro del escenario de la sala grande de Timbre 4, dos líneas blancas paralelas delimitan el acercamiento máximo entre Mónica Raiola y Luciano Suardi en la obra. Jamás se tocan ni se cruzan. Tres cámaras: a un costado, al otro, y arriba. A la derecha, un monitor donde se mezclan las perspectivas. La escena se multiplica en el escenario, en la pantalla, incluso en la plataforma de streaming que también funciona en el celular.
¿Nunca quedarán limpias estas manos?
Además de la máscara (y no exactamente la teatral), las suelas inmaculadas, el sondeo febril, la prueba de olfato y el alcohol en gel son parte ya de la norma a la hora de ingresar a un espacio cerrado. En el interior, la seguridad traza su propia dramaturgia de la extra-escena. Mientras tanto,
en el San Martín, Ferrante se pinta y se despinta el cuerpo de azul solo en su camarín individual y los salones se van bloqueando y desbloqueando para su uso con fajas que anuncian su aptitud o su necesidad de desinfección. En el Cervantes, las salas de ensayo cuentan con mesas y sillas rotuladas para cada actor y los objetos son continuamente esterilizados. Los tapabocas son parte del vestuario y del fraseo habitual. Los protocolos reescriben ahora sus propias didascalias.
“La práctica teatral es uno de los espacios en los que más se puede articular la distancia social como procedimiento, justamente porque es un lugar organizado alrededor de pautas de movimiento y comportamiento”, plantea la actriz y directora Lorena Vega. La diferencia a la hora de dictaminar una apertura –un shopping o un casino, por ejemplo– parece determinada menos por el movimiento corporal que por el económico. Esto no excluye a los teatristas.
La repetición de la escena, la marcación del espacio, la estabilidad del foco de la lente, se suman al protocolo y el fluir energético. Así y todo, la teatralidad surge. ¿Alguien hubiera esperado lo contrario? El caudal de imaginación frente al acceso ínfimo de medios de producción es una constante y hasta una impronta del teatro argentino; y ahora la sofisticación de la creatividad se expandió a nivel mundial. Los artistas están sumidos en una situación de emergencia que transitan, muy lejos de la ficción, desde hace siete meses. Solo en Buenos Aires, se estiman 40.000 personas en esta situación, contemplando puestos de trabajo directos e indirectos.
“Hay que volver a habitar estos espacios”, sostiene Vega, que durante septiembre estuvo en contacto al mismo tiempo con tres equipos diferentes de trabajo: de Civilización, en el Cervantes; de El barco, en el San
Martín y de Yo, Encarnación Ezcurra, en el Picadero. ¿Cómo se llama la obra? Lo dicta el slogan mundial: “Cultura segura”.
Sabemos lo que somos
Desde el Deus ex machina del teatro griego en adelante, cuando un dios se constituía desde fuera de la escena, la tecnología fue siempre parte del teatro. Pero la pandemia dejó en evidencia una profunda falencia en las áreas audiovisuales de los teatros, sobre todo de los estatales. Como esclareció Deleuze, “el arte siempre se relaciona con la técnica, y la técnica, antes que un instrumento, implica siempre una máquina social”. De ahí que para Jorge Telerman, director del Complejo Teatral, se trate entonces de tomar herramientas preexistentes y darles un fin distinto del que se concibió en su origen. “Con ‘Modos Híbridos’ buscamos nuevos lenguajes, que no sean ni teatro filmado ni una película sobre una obra, sino algo concebido desde el inicio para ser visto en plataformas digitales pero desde la perspectiva de las artes escénicas”.
Sebastián Blutrach, al frente del Cervantes junto a Rubén D’Audia, se refiere al catálogo que están generando como un “documento de época”. El concepto, en su caso, es filmar teatro acercando planos al público que lo mira en la pantalla sin invadir el escenario. Una reescritura cinematográfica de la escena que en el país inauguró a escala comercial Teatrix, la plataforma de teatro online nacida en 2015. Pero la diferencia –fundamental– radica en que ahora los espectadores no son parte del registro, con sus suspiros, risas y sollozos.
Se comprende por qué, con toda la fuerza de sus ojos y sus cejas arqueadas, después de la función de Los arrepentidos, Veronese habla de melancolía mientras apunta con medio rostro cubierto hacia las butacas. No dice mucho más, pero tampoco
hace falta. Pese a la belleza de los actores, de sus cuerpos recortados en el fondo blanco, de su potencia multiplicada en el conjunto, la platea vacía y el silencio de un aplauso a distancia y a destiempo no pueden ser más elocuentes.
Como en el recientemente inaugurado autoteatro de La Rural, donde la ovación convertida en pestañeos de luces y bocinazos recuerdan más a un embotellamiento que a una función, mientras en el show de Nito Artaza y Cecilia Milone abundan los chistes de motores y agradecen por las “luces de emoción”. A falta de metáforas, Milone canta “Contigo en la distancia” y el público saca sus celulares por la ventanilla en señal de afirmación. Detrás de los barbijos se adivina el fervor de los coros y en la escena colaborativa reluce la comunidad cortazariana de La autopista del sur.
Hemos visto mejores días
Salvo contadas excepciones, la realidad demostró que la filmación de obras sin público no es una opción viable ni para el teatro independiente ni para el comercial. El teatro está en crisis: la Asociación Argentina de Teatro Independiente (ARTEI) lo dejó asentado, una vez más, en una carta abierta que empezó a circular en estos días. En tanto las salas sigan cerradas, fuera de las iniciativas públicas, ¿solo se emitirán éxitos comerciales? ¿Las propuestas experimentales están obligadas a circular exclusivamente con las narrativas del Zoom o WhatsApp?
Para la programación de El Picadero, Blutrach, su dueño, reconoce que no tiene tanto material de streaming que sea convocante. “Es más para el espíritu y para tener el teatro en actividad y posicionado que por lo económico”. De cara a la tan esperada reapertura de las salas, Ariel Stolier, director de producción y programación del Paseo La Plaza, piensa en una reformulación del streaming combinado con el formato presencial que ayude a dar una salida al aforo limitado. “Para eso las filmaciones tienen que tener una calidad de grabación superior a la que vimos hasta el momento. Y eso tiene que venir acompañado de una regulación de lo digital, pero aún no hay un mercado para discutirlo”, dice.
“El ánimo va bajando porque la reapertura no se anunció”, señala Jonathan Zak, productor de Timbre 4, uno de los primeros en lanzar contenidos digitales cuando empezó la pandemia: teatro enlatado, por Zoom, por YouTube, en vivo desde el teatro, ciclos, festivales. “Nuestra filosofía tiene que ver con el hacer: si paramos de hacer, paramos de existir. Lo rico de esto es explorar, pero económicamente no es redituable”.
Desde Roseti, su director, Juan Coulasso aventura lo que llama un “protocolo de reritualización del teatro” para desarmar el clisé de estos meses acerca de que no existe aquello de un teatro presencial y seguro. “Sentimos una enorme necesidad de recuperar la ceremonia colectiva, la instancia esencial de esta actividad”, sentencia Javier Daulte. El director del Espacio Callejón le pone un título: “Los teatros alternativos estamos de luto”. Hasta que no se plantee una vuelta a los espacios, la situación es absolutamente catastrófica, porque “la praxis del arte es el alimento fundamental de una sociedad”. Como ya pasó en el mundo, si nada cambia, las salas estarán obligadas a cerrar. Con obras y clases paralizadas, la reapertura es esencial y es urgente. La siguiente fase abordará cómo recuperar espectadores. Pero llegó la hora de actuar.