Revista Ñ

Delta de barro, solitario y pasional

Crónica. Una larga estadía en el Tigre, con sus climas y caprichos, en la vívida prosa de Osvaldo Baigorria.

- POR LAURA ESTRIN

Isaac Bábel, el ruso, decía algo así como que un hombre bueno siempre tiene razón. Ahora, en medio de la maraña, un libro bueno. Como puede ser un pan. Un libro como una música llana pero también como una cuerda. Música despejada, tranquila. Cuerda que tira de una crónica de Tigre. “La Isla” – así le dicen los del lugar– “en los mapas figura como delta. Sus habitantes le dicen ‘la isla’. La mayoría lo conoce bajo el nombre del felino que solía y sabía nadar en sus aguas pesadas, el yaguareté, que por exageració­n llamaron tigre”.

Este libro bueno de Baigorria cuenta lo que ahí pasa. Lo que viene pasando. Incluso Baigorria puede saberse en su singular modo, en su particular recorrido escrito: “Alguna gente ha observado que en mucho de lo que escribo hay un defecto de regodeo en el relato de la experienci­a que termina en desencanto. Un atravesar aquello que se desea para luego abandonarl­o –y criticarlo. Una fuga hacia adelante. Ese movimiento soslaya la nostalgia pero no siempre puede evitar el tono melancólic­o”. La obra de Baigorria se vive como se viven las postales, o mejor, como se pasan las fotos entrañable­s.

De ese Tigre vivido están también los precisos versos de Juan Fernando García en Sobre el Carapachay. Ambos saben de estar ahí, ambos escriben o recuerdan que Marcos Sastre se les adelanta. Y ya no como risueño escribió Héctor Libertella con la “librería equivocada”; se les adelanta en andar las islas del Delta con ojos de escritor peregrino. Pocos leen una historia literaria cuantiosa y genial como El tempe argentino de Sastre, y a me gustaría hacer una lectura de Baigorria que muestre ese atadito o ese ramito como en el que en la ladera del Paraná rueda con las hermanas Ulla.

El Tigre es “esa masa de verdura” que vio Sarmiento donde vive gente individual­ista, fluctuante, solitaria, pasional; así la encuentra Baigorria. Gente que acepta que el agua sube y baja dos veces al día con la marea normal pero que se alarma con la marejada del sudeste. Y allí se mete Baigorria diez años y en este pequeño libro tiene la genialidad de encontrar frases como “la operación de hacer islas está a la vista de todos” (Sarmiento). En estas breves crónicas, no parece contar mucho de sí pero escribe fiel lo que en Tigre encontró, un mundo despiadado pero sin preferenci­as, sin parcialida­d; la inundación suele llevarse todo y la contaminac­ión dice que “el tiempo no corre a favor de los ríos”.

Osvaldo Baigorria escribe un libro bueno. Su título es real, es la enfermedad de los peces sometidos a respirar químicos de efluentes que nadie trata aunque algo del monte todavía quede. Escribe un libro sin aspereza, sin proyecto, sin querer más que lo que el río, los afluentes y su movimiento traen en la vida del que allí vive y siente: “Pero el Tigre es opaco, reserva su energía, jamás muestra su fondo”.

Si así principia un poco este relato tenue, el libro cierra con: “Mi recuerdo del Tata me incita o requiere no hablar de literatura, ni del río como espacio imaginario ni de la isla en general sino de algo muy particular, real y concreto: voy a hablar de la muerte, que es un tema del Delta verdadero… No conozco, no puedo hablar de su historia clínica, sí de mis impresione­s desde un lugar de pura subjetivid­ad… Pero sentí que algo de mí también se iba definitiva­mente de la isla”.

Me precipito a decir que todos los libros de Baigorria son así, así de imperdonab­les. Crónicas-vidas. Gente que ríe un poco, se cansa, camina. ¡Incluso llega a Canadá! Incluso se para al lado del viaje de Néstor Sánchez. Baigorria entiende tranquilo a esos otros porque se pone escribir con él mismo.

Desde las cartas suyas con Perlongher hasta las correrías chicas buscando un pasado propio en el interior de la provincia de Buenos Aires, en otros de sus singulares libros, Baigorria enhebra palabras sencillas para contar la vida como una avería solo algo dulce. Isaac Bábel, el ruso, escribió alguna vez que la vida no es cruzar un campo.

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Borde Perdido 82 págs.
Estrés de pez Osvaldo Baigorria Borde Perdido 82 págs.

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