Escombros en Berlín
Narrativa argentina. Un diario de viaje se convierte en la novela de una ruptura amorosa.
¿Por qué viaja de Buenos Aires a Berlín alguien que, según dice, odia viajar? ¿Y por qué lleva un diario de viaje si, una vez ahí, confirma lo que ya sabía: que los viajes para ella están sobrevalorados? El Diario pinchado que compone Mercedes Halfon no tiene la marcación abrupta de las revelaciones, sino la tristeza suave de lo que se intuye y se confirma. Berlín no va a ofrecerle en principio otra cosa que incomprensión y desorientación, ajenidad y días grises. Sin espíritu de aventura ni sentido de la curiosidad, sin esos dos combustibles primarios del buen viajero, la narradora no puede sino entregarse a la metódica cadencia de los días que se suceden. Esa que un diario expone, ante todo, por su forma.
Pero Berlín no es el objeto de este viaje, apenas su escenario. ¿Cabrá seguir aquí, según los giros del género, esta consigna reformulada: “cherchez l’homme”? Se hace este viaje por amor (pero el amor no impone un sacrificio, se impone como necesidad). No por nada entre las referencias de este diario consta otro, Diario de Moscú de Walter Benjamin, el de un berlinés arrojado a su propia extrañeza detrás de una mujer, Asja Lacis, con la que va, a un mismo tiempo, a encontrarse y desencontrarse.
Esta novela en forma de diario tiene algo de eso mismo. Si la narradora va hasta Berlín es porque ahí se encuentra su novio, quien ha comprado, con una beca, tiempo libre para escribir (aunque la beca paradójicamente le impone plazos, algo que la escritura de por sí, no tiene; y así el tiempo, en vez de sobrarle, le falta). El diario de viaje resulta entonces más bien una crónica de amor. Y ajustando algo más los términos, la crónica de un desamor. Porque el desamor es a menudo una parte del amor, una etapa en su historia, y no meramente su antítesis o apenas un desenlace exterior. El desamor es a veces un trance que hay que pasar, no menos que el amor, todavía con el otro. Mercedes Halfon anota en Diario pinchado: “Pero mucho más difícil que la distancia es la cercanía”. Y hace falta esa cercanía, hace falta el viaje a Berlín, para verificar, en presencia, esa forma brutal de la ausencia: que el otro está ahí, con nosotros, pero ya no nos quiere (no nos quiere y no nos lo dice, probablemente porque ni siquiera lo sabe).
Tampoco esto es una revelación, sino más bien una comprobación, y Halfon acierta con el tono sereno que le imprime a su novela. Está el amor a primera vista y está el desamor a última vista. Que puede tramarse de a dos, extrañamente de a dos, en cierto modo. No hay estallidos en el desenlace. Es igual que esos cementerios bombardeados de los que se habla en algún momento: destrucción de lo que ya estaba muerto. O es igual que el proceder de esos escuadrones de mujeres que se ocuparon, en Berlín, de remover los escombros de la guerra; la imagen de la portada del libro las convoca; las mujeres, dice Halfon, “sabemos qué hacer con los restos”.
Diario pinchado se integra en forma notable a toda una serie de narradoras en Alemania, con La habitación alemana de Carla Mailandi (2017) y La lengua alemana de Julieta Mortati (2018), y aun cabe retrotraerse a La ingratitud de Matilde Sánchez (1990). Mailandi escribía: “Todo lo siento ridículo ahora. Ridículos los adornos con que intento cubrir las ruinas” (está en Heidelberg, “una de las pocas ciudades alemanas que no han sido bombardeadas”). Mortati escribía: “En Vluyn hay una montaña artificial donde se guardan los restos de la guerra: los escombros de las casas destruidas por las bombas, por ejemplo”.
Pero las “trümmefrauen” que invoca Halfon no se ocupan de cubrir ruinas ni tampoco de amontonarlas hasta formar una montaña: se ocupan de retirarlas, se ocupan de hacerlas a un lado. Las tres mujeres que pueden verse en la tapa de Diario pinchado sonríen a la cámara mientras remueven escombros, porque saben “qué hacer con los restos”. La narradora, aunque transida de melancolía con los restos de un desamor, va en procura de una sonrisa semejante, está tratando de hacerla posible.
El diario se acaba cuando se acaba el cuaderno en el que se lo va escribiendo (la novela también). Suena simple: “Este cuaderno se termina, le quedan muy pocas hojas, pero lo voy a escribir hasta el final”. El final de un amor puede resultar más incierto, no está tan claro cómo es que se termina, tampoco cuándo, puede que tampoco por qué. Ocurre como ocurren algunos viajes. Llega como llega un día, después de otro que no necesariamente lo anunciaba.