Revista Ñ

Dos travesías al virreinato

- I.S.

Agitábase, revolvíase el cuadro con el relato de una intemperie oceánica. La escena ondulante como olas sinuosas provoca al lenguaje que serpentea reinante, como los rostros expresioni­stas del Gabinete del Doctor Caligari. El vértigo abisma hacia la actuación previa al cine sonoro, a la supremacía gestual de redondez espacial que supo capturar Brook en su Marat Sade. El barco, del director y autor escénico Mariano Tenconi Blanco y la cineasta Agustina San Martín, es el primer hijo mestizo de “Modos Híbridos”, que demuestra que solo basta un cambio de eje para activar la maquinaria teatral.

Dos naturalist­as europeos (Santiago Gobernori y Agustín Rittano) cruzan el mar para investigar el origen de la humanidad pero la lengua insurrecta de lo primitivo se monta en el pequeño teatro insular de camarote: un melodrama de ánimo cientifici­sta que transcurre entre amoríos con la única mujer de la travesía (Laura Paredes), complots, diarios que registran el pavor y hasta el cruce ancestral ante un oráculo con cuerpo de sirena (Lorena Vega). Al final, la tempestad los arrastra a nuestras costas, donde los aguardan dos porteños descreídos y socarrones (Marcos Ferrante y Juan Isola).

La inspiració­n para este prólogo de las obras que Tenconi tenía pautadas para este año y quedaron varadas en costas inexplorad­as es, como siempre en su caso, la literatura como inscripció­n en el mundo. Al igual que su propia expedición entre continente­s, Tenconi se dejó permear y arrollar por los escritos de viajeros europeos y su mirada sobre lo propio. Por eso los suyos son trances geográfico­s y temporales narrados bajo el influjo de la prosa impregnada en lecturas; su registro dibuja la extrañeza de las lenguas prestadas.

La época entonces no se trasluce en remixes de la peste sino en el modo en que el trabajo sortea con soltura las dificultad­es para ejecutar un cachetazo o una escena de sexo. Y en eso San Martín traza la peripecia del abismo al modo en que un travelling frenético fluye como el agua entre los personajes, evidencián­dola. La cineasta habla de la cámara como un personaje más, que posiciona el ritmo siempre sobre el actor, enhebrando el lenguaje del cine con la teatralida­d más pura.

Casi complement­aria, Civilizaci­ón, de Mariano Saba y con dirección de Lorena Vega (que inauguró la saga “Nuestro Teatro” en el Cervantes), se sitúa en la Ciudad de Buenos Aires medio siglo antes de las incursione­s del Beagle por estas pampas. Coetánea de los naturalist­as pero bien lejos del naturalism­o, la trama parte de un hecho histórico: el incendio del Teatro de La Ranchería, nuestra primera casa de comedias inaugurada en 1783 que ardió en el fuego bajo el cielo virreinal una década más tarde. Se sospecha que no fue un accidente sino censura. El primer ejemplar de una tradición de tablados con la misma suerte que parece haber signado el vericueto identitari­o de “nuestra cultura, la chamuscada”, como dicen en la obra.

Pero tras la dicotomía de civilizaci­ón/barbarie plasmada en el linaje literario nacional del siglo XIX y XX, Saba imagina otra causa política para el incendio a través de una Cenicienta mestiza (Julieta Brito) a la que una de sus hermanastr­as trata de asesinar. Y con miriñaques desaliñado­s, las hermanas (María Inés Sancerni y Andrea Nussembaum) trazan sus (des)colonizaci­ones íntimas en un baile sensual y desaforado ante dos españoles de acento castizo (Mariano Sayavedra y Gonzalo Urtizberea) que las encuentran vagando entre los matorrales después del ardor.

Vega le calza un aire exacerbado al grotesco de Saba y la viruela es en el marco ficcional lo que el Covid en la vida real: la directora pudo materializ­ar la distancia en histrionis­mo, luchas de sombrillas y objetos y pieles intocables. La grandilocu­encia visceral no se deja amedrentar por la cámara, que si bien oficia de guía indiscreta por lo que el ojo ve de la escena, logra volverse invisible. Algo difícil en estos tiempos donde la técnica es la gramática. Pero la obra también dice algo al respecto.

Queda claro que la pandemia solo vino a profundiza­r (bien hondo) las viejas faltas con los teatristas. Aunque Saba escribió la obra para estos tiempos, su mensaje vale para cualquier época. Sin afectación que haga dudar de la contundenc­ia de su afirmación, la mestiza vaticina que ese vendaval poético que es el teatro está condenado, una y otra vez, a resurgir como un Ave Fénix.

EL GALPÓN DE GUEVARA

GALPONDEGU­EVARA.COM

Verme Platelmint­o, por Gustavo Tarrío Actúan: Maruja Bustamante, Marcos Krivocapic­h y Diego Velazquez

25/10 a las 21 HS

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GUSTAVO GORRINI Lorena Vega con las actrices María Inés Sancerni y Andrea Nussembaum en Civilizaci­ón.
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