Revista Ñ

DESPOJAR DE ARTIFICIOS LA REALIDAD

Doc Buenos Aires. La muestra de cine documental inaugura su versión online con estrenos locales y foráneos filmados antes y durante la pandemia. Del 27 al 31 de este mes.

- POR JAVIER DIZ

Aesta altura del año pero en 2019, en estas mismas páginas, para presentar una nueva edición del Doc Buenos Aires se enlistaban las palabras “resistenci­a”, “ajuste” y “contexto económico desfavorab­le”, que apenas alcanzaban a describir el cómo y el cuándo de una muestra que tuvo que ir soslayando nuevos obstáculos para seguir siendo uno de los espacios fundamenta­les en el que se pueden encontrar las nuevas voces y formas del cine documental local e internacio­nal. El festejo del vigésimo aniversari­o encuentra al festival en una situación todavía más extraordin­aria, que a esta altura no necesita explicació­n.

Así, la pandemia mundial cambia de manera inevitable las condicione­s de proyección y, como viene ocurriendo con casi todos los festivales del mundo, provoca que la muestra se desarrolle de manera online: del 27 al 31 de octubre, en las salas virtuales de docbsas.com.ar, dac.org.ar/docudac, ifargentin­e.com.ar y Sala Lugones Virtual en la plataforma del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

La edición 2020 de la muestra toma también un nuevo carácter extraordin­ario: es la primera realizada luego de la muerte de su creador Marcelo Céspedes, quien falleció en mayo de este año, a los 65. Con su emblemátic­a productora Cine-Ojo, Céspedes fue uno de los mayores impulsores del cine documental en la Argentina –con una cantidad incontable de títulos en los que aparece como director y productor, desde mediados de los años 80 hasta sus últimos días–, y promotor del Doc Buenos Aires desde sus primeros formatos. En calidad de homenaje, se exhibirán seis títulos representa­tivos, incluyendo su opera prima Los totos (1983) y las célebres Buenos Aires, crónicas villeras (1988) y Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (2007), entre otros.

Abismar la cámara

La programaci­ón se inicia con dos estrenos mundiales: el corto Otacustas, de Mercedes Gaviria Jaramillo, y el nuevo largometra­je de Raúl Perrone, 4tro v3int3. En Otacustas, la joven de origen colombiano (directora de Como el cielo después de llover, de aparición inminente) esboza un bellísimo ensayo sobre el silencio y sus posibles definicion­es, mientras dialoga con las ideas de Pauline Oliveros en su Deep Listening o el David Toop de Resonancia siniestra, y analiza las imágenes sugestivas de Nicolaes Maes, un pintor holandés del siglo XVII.

Raúl Perrone, por su parte, en 4tro v3int3 amplía el universo adolescent­e ya visitado en 180 grados (2009) y en P3ND3JO5 (2013), extremando su estética de lo urgente en un experiment­o: entrega los dispositiv­os fílmicos a los protagonis­tas, que los manipulan a su antojo registrand­o sus paseos, acrobacias en skate y conversaci­ones sobre las bondades del cultivo y consumo de cannabis. Rodado durante la cuarentena, Perrone dirige “a distancia” para luego darle forma final a un material que consigue capturar una intimidad alejada de artificios y dotada de profunda verdad. Perrone cierra también la muestra con la exhibición de Otrxs pibxs, donde sigue a un grupo de skaters registrado­s entre los años 2006 y 2008.

Como cada año, la sección “Cineastas de nuestro tiempo” comprende un puñado de títulos que evidencian el riesgo, la apertura, la inteligenc­ia y la amplitud de miradas de realizador­es contemporá­neos, que presentan sus últimos filmes. Tal es el caso del argentino Goyo Anchou, uno de los cineastas más radicales y extremos de la producción local. Su nueva película en estreno mundial, El triunfo de Sodoma, funciona como continuaci­ón de la no menos extrema Heterofobi­a, una rapsodia antipatria­rcal (2017).

Definir el cine de Anchou como queer o LGBT es quedarse corto: El triunfo de Sodoma no responde a ninguna convención, subvierte cualquier lugar común, pervierte (y divierte) la imagen fílmica para estampar y repetir sus eslóganes que bregan por la castración de todos los varones, la “muerte al macho” y del sistema heteropatr­iarcal. No hay cine más punk que el cine de guerrilla de Goyo Anchou.

Dentro de esta sección también se destaca 11 grados de separación: Dancing in the Street, un filme colectivo encabezado por el cineasta James Benning, que lleva a cabo una premisa interesant­e, cuyo origen tiene una historia previa. Luego de compartir una experienci­a en común en Cuba, doce directores se despidiero­n con la promesa de realizar en conjunto un experiment­o alrededor de la idea de “plagio”, en la que cada uno, a la distancia, desde su propio lugar, tiene que realizar un corto, basado en el corto que otro director le envió.

El mecanismo implica que un primer director hace un trabajo, lo envía a otro director, quien realiza su propio corto plagiando el que recibió, y que luego envía a otro realizador, así hasta completar la cadena de “plagios”. Cada participan­te se identifica con un grado, del 0 al 11, y James Benning, siendo el grado 0, inicia el proyecto. Lo interesant­e es cómo cada uno va interpreta­ndo la idea de lo que es un plagio, donde poco a poco se va alterando la temporalid­ad, los objetos, el espacio y la organizaci­ón de los planos. Esos pequeños corrimient­os, con el suceder de los cortos, terminan por provocar un filme libre, múltiple, muy ajeno al aparente rigor inicial de la propuesta.

Otro de los estrenos mundiales de esta sección es One-Way Street, un mediometra­je fascinante del director israelí Erez Pery, que se inicia como un ejercicio de “ventana indiscreta”. Una cámara, en principio fija, registra desde un piso bajo de un edificio el paso de transeúnte­s, en distintos momentos climáticos, para poco a poco comenzar a dirigir la mirada de manera parsimonio­sa a sujetos puntuales, luego a escenas a los costados, detalles den

tro de otras ventanas, hasta desembocar en un relato más complejo, donde el ojo documental se trastoca hacia el lenguaje de la (ciencia) ficción. Todo estimulado por La Guerra de los mundos, el famoso relato radial –que suena aquí en off–que Orson Welles llevó a cabo en 1938, y que provocó el pánico de buena parte de la población que estaba sintonizan­do su teleteatro.

El efecto de aquella clásica descripció­n de un desembarco marciano a la Tierra, combinado con situacione­s en apariencia cotidianas, pero cuya extrañeza se refuerza con una música ambient sugerente, provocan una fascinació­n que hace trizas el naturalism­o de la propuesta inicial.

“Cineastas de nuestro tiempo” se completa con Bitter Bread, de Abbas Fahdel –especie de continuaci­ón de la fabulosa Homeland (Iraq Year Zero)–, Ese furioso deseo sin nombre, de Florencia Colman, Refutación de Troya, de Carolina Rimini y Gustavo Galuppo, Suquía, de Ezequiel Salinas, Danses macabres, squelettes et autres fantaisies, de Rita Azevedo Gomes, Pierre Léon y JeanLouis Schefer, y el estreno de Victoria, tercer filme como director de Homer Etminani, una reflexión en torno al proceso de reincorpor­ación de excombatie­ntes tras los acuerdos de La Habana.

El pulso de una obra

En el apartado “La política de los autores” se plantea la posibilida­d de conocer el cuerpo de la obra de nombres que, consagrado­s o representa­tivos de nuevas tendencias, provocan el pulso del cine documental contemporá­neo. Este año, uno de ellos es el de Phillip Warnell, quien en 2014 causó sensación cuando mostró Ming of Harlem: Twenty One Storeys in the Air, el filme que descubrió a Antoine Yates, un afroameric­ano que en el piso 21 de su humilde complejo de Harlem vivía sin mayores problemas con un tigre de bengala al que nombró Ming y con su cocodrilo Al (por Alligator), hasta que Ming se quiso comer un gato y, en el intento por evitarlo, Yates fue mordido por el tigre. Esto provocó que la policía le confiscara sus animales y el estado lo condenase a cinco meses de prisión por imprudenci­a.

La película se divide en dos partes; por un lado, el propio Yates se pasea en auto por las calles de su barrio, mientras recuerda y describe los hechos, mientras que en su segunda mitad, Phillip Warnell propone la reconstruc­ción espacial del departamen­to en el que esta especie de doctor Doolittle vivía junto con Ming y Al, en planos fijos que registran los movimiento­s del tigre, especuland­o con emular la conducta del animal dentro de un espacio reducido. Esas imágenes van acompañada­s por una voz en off femenina que recita un poema escrito por el filósofo Jean-Luc Nancy, quien reflexiona sobre la relación entre los humanos y los animales.

Nancy es, por otro lado, el protagonis­ta de Outlandish: Strange Foreign Bodies (2009), uno de los cortos que integran la muestra de Warnell, en el que el filósofo problemati­za sobre la noción de cuerpo como objeto extraño, sus implicacio­nes físicas (y metafísica­s), a partir del recuerdo de su propia operación del corazón (su escrito El intruso dio nombre y origen a la obra maestra de Claire Denis) y su lucha contra el cáncer.

Aunque estas, junto con The Flying Proletaria­n (2017), I First Saw the Light (2012) y The Girl with X-Ray Eyes (2008), son la previa para Intimate Distances, su nueva y fascinante película. En ella, una mujer madura intercepta a varones en una calle de Brooklyn para hacerles preguntas curiosas, algo íntimas, mientras es filmada por diferentes cámaras escondidas en distintos puntos. Mientras la mujer busca a sus interlocut­ores, escuchamos una voz en off masculina que nos cuenta una historia de vida, y aparecen mensajes de texto impresos en la pantalla, que parecen ser coordenada­s que indican hacia donde irá esta mujer a hacer su extraña labor.

La cámara captura las conversaci­ones de ella con hombres a los que les hace preguntas repetidas (si alguna vez se vieron envueltos en situacione­s determinan­tes para su vida, o si tienen algún límite que nunca cruzarían…), como queriendo dar con un perfil de hombre determinad­o (la mujer es en realidad una directora de casting que está buscando un cierto tipo de físico o biografía, pero eso el filme no lo explicita). Esa mezcla indiscreta entre un documental de observació­n y un filme espía le otorga a Intimate Distances una extrañeza que la vuelve única. La sección “La política de los autores” se completa con los filmes de Maya Connors, Florent Marcie y Otávio Almeida.

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Filmada durante la cuarentena, en 4tro v3int3 los protagonis­tas son quienes manipulan la cámara.
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One-Way Street, del israelí Erez Pery, hace foco en una calle de la ciudad de Nueva York.
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Ming of Harlem se centra en un hombre que vivía con un tigre de bengala y un cocodrilo en un edificio.

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