Revista Ñ

Madre primeriza

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Una semana después de que naciera nuestra hija, me arrinconas­te en la habitación de huéspedes y nos hundimos en la cama.

Me besaste y me besaste, mi leche desató su nudo corredizo y caliente a través de mis pezones, empapó mi blusa. Toda la semana había olido a leche, leche fresca, agria. Empecé a latir: mi sexo había sido desgarrado como un trapo por la corona de su cabeza, me habían cortado con un cuchillo y cosido, los puntos tiraban de la piel— y la primera vez que te rompen, no sabes que vas a cicatrizar, mejor que antes.

Me acosté con miedo y sangre y leche mientras me besabas y me besabas, tus labios calientes, hinchados como los de un adolescent­e, tu sexo grande y seco, todo tú tan tierno, te inclinaste sobre mí, sobre el nido de puntadas, sobre lo rajado y desgarrado, con la paciencia de alguien que encuentra un animal herido en el bosque y se queda con él, a su lado hasta que vuelva a estar entero, hasta que pueda correr de nuevo. De La materia de este mundo (Gog & Magog). Traducción de Inés Garland e Ignacio Di Tullio

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