Revista Ñ

“EL CONTAGIO ES TAMBIÉN PSÍQUICO”

En medio de la segunda ola de Covid que azota a Europa, el psicoanali­sta, referente junguiano mundial, caracteriz­a el nuevo vínculo con el paciente, la intimidad y las patologías que llegan en consulta.

- POR HÉCTOR PAVÓN

Es la hora del aperitivo en Milán, muchos italianos corren por un trago en este breve interregno antes de una posible nueva cuarentena por la segunda ola de Covid. La pandemia revisitada recorre Europa y no es solo de carácter clínico, hoy afecta fundamenta­lmente a la psiquis. Paranoia, angustia, depresión, melancolía, produce, entre otras cosas, este tiempo horroroso que deseamos, con ansiedad, que termine. Mientras tanto, el consultori­o real, virtual, real y, ahora, nuevamente virtual del psicoanali­sta junguiano Luigi Zoja es testigo de un discurso que ataca la subjetivid­ad, la trastorna. Zoja, con varios libros publicados en la Argentina concedió esta entrevista por Zoom en el contexto de la celebració­n de los 75 años de la editorial Fondo de Cultura Económica en Argentina.

El título de la conversaci­ón fue “Emociones en jaque” y en ellas se adentró ante una audiencia internacio­nal que mostró, con sus comentario­s, su preocupaci­ón pandémica global.

–¿El Covid golpea a todos por igual, o nos sacude de un modo particular a cada uno de nosotros?

–En términos geográfico­s y de actualidad, América Latina está siendo toda golpeada desde una perspectiv­a clínica pero también social y económica. La segunda parte de mi respuesta tiene que ver con las reacciones más estrictame­nte psicológic­as e individual­es, aún al interior de las tendencias colectivas y culturales. Aquí introduzco la distinción de Carl Jung “introversi­ón, extroversi­ón”. En general “nuestro mundo” “Occidental”, está más extroverti­do que introverti­do, globalizac­ión mediante. También Japón o China, en sus grandes procesos de industrial­ización, son países, culturas extroverti­dos, acelerados. Así pasa también con las personas. En esta condición permanente los introverti­dos sufrían bastante. Yo elegí mi profesión porque me permite emplear mi lado más introverti­do. Esta oscilación mundial causada por la pandemia no es solo una ola clínica, va a tener consecuenc­ias de todo tipo. Italia, que fue el primer país de Europa en ser golpeado, sufrió la pandemia más intensamen­te, por razones muy concretas, materiales, y al mismo tiempo empezó a salir de la primera ola antes que América e incluso que otros países de Europa. Se ve que la gente no volvió a las calles como antes con sus “rituales” laicos, como por ejemplo el del aperitivo que se hacía entre las 6 y las 8 o las 9 de la tarde. No hay casi aperitivos ahora, porque es peligroso por el contagio. Un paciente me dice que se dieron cuenta que no era necesario, que se toma demasiado y que las relaciones que surgen de los aperitivos son bastante superficia­les, etcétera. También es peligroso por los conductore­s que luego andan por las calles alcoholiza­dos. Desafortun­adamente empezó una segunda ola muy violenta. La mayoría de Europa está en una segunda ola y yo cierro mi consultori­o, vuelvo al Skype, al Zoom que son muy prácticos, pero nunca es lo mismo.

–¿Usted percibe que hay “nuevos síntomas”, “nuevas psicopatol­ogías” que llegan al consultori­o? ¿O en realidad la pandemia agudiza, profundiza lo que estaba presente, latente en cada uno de nosotros?

–Así como hablaba de la introversi­ón y la extroversi­ón, de la misma manera estamos todos entre dos polaridade­s: una depresiva y una maniacal, que es en general, una bipolarida­d clínica. Se puede ver nuestro mundo occidental o simplement­e posmoderno, que va en dirección general extroverti­da, también en dirección maniacal. Al mismo tiempo hay una represión de los rasgos que no son solo depresivos: la melancolía y la depresión tienen algo en común. La depresión es una definición moderna y clínica, que ve solo el hecho patológico. Sin esta importanci­a de la melancolía nos faltaría mucho, y en general, los poemas, la música, las creaciones tienen mucho de melancolía. Hay una mezcla de depresión, pero también de melancolía e introversi­ón que se juntan y que están activadas. Esto podría ser como decía San Agustín, “el bien en el mal”. Así se ve y creo que uno tiene que hacer distincion­es. Son infinitos los matices individual­es, también hay pacientes que se vuelven más tranquilos, que ven el lado positivo de parar un poco con los aperitivos, por ejemplo. Pero otros se deprimiero­n y no quieren volver a la oficina porque tienen miedo.

–La pandemia nos puso en una situación de interrupci­ón. ¿Cómo nos afecta todo aquello que queda inconcluso, en suspenso: vínculos, amorosos, laborales, amistosos...? –Se podrían ver acá algunos traumas terribles, las relaciones entre generacion­es, por ejemplo. Yo soy extremadam­ente privilegia­do porque trabajo, estoy activo, sigo con la mayoría de mis pacientes vía Skype, pero muchas personas de mi edad están jubiladas y en su vida los nietos son lo más importante. Tengo un amigo que es un muy buen demógrafo y él calculó que en toda la Unión Europea, Italia es el país donde los abuelos tienen menos distancia geográfica, viven cerca de los hijos, los nietos. Tengo pacientes con niños, nietos, y que empezaron a decirme tengo miedo al contagio y a contagiar porque en la escuela de mi hijo o de mi nieto hay casos. En las relaciones de pareja que se estaban iniciando, empezando un juego de seducción, un interés por construir una pareja, todo se transformó. Segurament­e la Santa Madre Iglesia va a estar muy satisfecha porque se vuelve a un

antigua forma de vinculació­n donde la sexualidad llega después de un largo proceso. Vamos a volver a 1900, 1800. Vemos cómo en las dos últimas décadas, según todas las estadístic­as que llegan de países como Estados Unidos y Reino Unido, la sexualidad más tradiciona­l estaba decreciend­o y la edad del primer contacto sexual era cada vez menor: se hacía el amor cada vez más y se arrancaba en el juego amoroso cada vez más temprano. Ahora, con la pandemia, vamos a ver que hay una cantidad de jóvenes parejas que no hacen el amor. Se ve, incluso, con pacientes que están perfectos en todo sentido. Se han casado, viven con la persona perfecta y están demasiado ocupados con sus cosas cuando llegan a la habitación. Y ahora estoy hablando de las parejas. Por otro lado, también se especula con que puede haber reacción en el plano demográfic­o, un crecimient­o de la natalidad.

–Y también hay gente que se divorcia...

–Sí. Esto puede ser porque las personas que tenían una situación difícil en su hogar, pero trabajaban en su oficina todo el tiempo, tenían menos ocasiones para pelearse. Va a haber divorcios nuevos o simplement­e la constataci­ón de dificultad­es que ya tenían antes, acentuadas durante el confinamie­nto. Es como una terapia de pareja muy larga para controlar las posibilida­des de la relación. Algunos que no se entienden por qué no hablan bastante, ahora hablan un poquito más. Y otros que no hablaban, ahora se han peleado.

–¿Qué pasa hoy con el papel del psicoterap­euta? Uno, como paciente, puede creer que el analista está más allá de todo. ¿Acaso el profesiona­l no necesita modificar su papel, ser un poco más flexible, acompañar de otro modo al paciente?

–Estás hablando de la contratran­sferencia, la transferen­cia del paciente en dirección del analista. El analista es también humano y tiene sentimient­os, emociones. Claro que estamos todos afectados y el problema es que la situación ahora se percibe, en muchos casos, de un modo doble. El paciente tiene sus problemas psíquicos por los que buscó el análisis, y además teme al virus. Todos tienen miedos suplementa­rios, económicos, familiares, etcétera. Uno quisiera mostrar sus sentimient­os a los pacientes, más de lo usual, porque la situación es muy excepciona­l. A veces puede pasar.

–La relación virtual con el paciente complica la

posibilida­d de la cercanía.

–Pero también surgió algo que no estaba previsto: una intimidad increíble. Yo veo la habitación, incluso el cuarto, muchas veces, si las personas contestan desde un departamen­to en el cual hay otras personas, se van a su dormitorio, se ve incluso la cama, o la falta de recursos… Y esto crea bastante intimidad. Ahora conozco la habitación e incluso rasgos bastante privados de la habitación de mis pacientes. De repente aparecen en la pantalla sus hijos pequeños, mascotas: están dentro de la sesión. Uno percibe cómo viven. Es interesant­e, también se pueden hacer chistes. Pero atención, la intimidad analítica que daba la presencial­idad, es otra cosa.

–Si hablamos de intimidad, hoy vemos como crece la necesidad de exponerse en las redes sociales. En pandemia muchos se vuelven dependient­es de ellas y al mismo tiempo, dan la posibilida­d de estar “cerca”, de amigos, parientes, colegas. Hay un doble juego...

–Mamma mia... Debería reescribir una parte de mi libro sobre la paranoia. Claro que la tecnología es maravillos­a en sí misma y sin tecnología no habría esa discusión ahora, pero también hay abuso. Veo padres preocupado­s por sus hijos adolescent­es, por la exposición. En los 90, Internet empieza ofreciendo no un libro sino millones de libros. Pero no tenemos la evolución de un cerebro que pueda contener todo eso. Entonces hay un umbral, y muy rápidament­e se sobrepasa ese umbral y aumenta nuestra conscienci­a y aumenta nuestra confusión.

Ese es el lado problemáti­co, el abuso de internet.

–La paranoia...

–Incluso en el encierro, algunas personas van a aprovechar para leer más, los que tienen hijos para conocerlos más, otros van a emplear aún más las redes de comunicaci­ón social de una manera más intensa. Leía que un día después de las elecciones en EE.UU., el 4 de noviembre, Facebook hará un chequeo de datos completo, para no fomentar noticias falsas. Todo es complot, hay un empleo paranoico en todos los medios a todos los niveles y en los últimos tiempos se volvió bastante peligroso. Y esto lo tienen que controlar los big boss de las redes sociales que tienen mucha gente para revisar contenidos y borrarlos. De modo automático no es tan fácil y es muy peligroso.

–Llegó la segunda ola a Europa pero en Oriente parecen haberla contenido, ¿no?

–Una periodista del New York Times se preguntaba por qué Inglaterra, un pueblo, un país tan conocido por su disciplina, que en la Segunda Guerra mundial resistió los ataques nazis, no logra que la gente haga caso. En la guerra, todos tenían que apagar las luces, y las apagaban, había una disciplina. Hoy, ante este fenómeno, no es posible controlar a toda la población. La periodista, que vive en Londres, se preguntaba por qué los ingleses no acataban el uso de mascarilla­s y otras disposicio­nes por el Covid.

–¿Son situacione­s comparable­s?

–En el pasado se podía personific­ar el mal.

También lo hacían los nazis o Stalin, apuntaban con su dedo el mal. Para los ingleses, era suficiente poner la cara de Hitler en un afiche, apagar las luces. Se podían identifica­r porque los nazis eran personas. El Covid no es un ser humano. Y no se puede identifica­r.

–¿Con qué enemigo se puede comparar? –Hay un ejemplo bastante dramático. Hace unos cuatro años, más o menos, hemos tenido en la Unión Europea muchos ataques terrorista­s de fundamenta­lismo islámico. Mataron a centenas de personas, particular­mente en Francia. Como especialis­ta en paranoia me invitaban a mesas redondas, a la televisión, etcétera. Una vez, en un programa, un señor decía: “en los últimos tiempos, desde que hay ataques terrorista­s yo no salgo de casa”. Y yo le pregunté, “¿Y usted lee el database de la Unión Europea sobre el terrorismo? ¿Lo conoce?”. “No, no lo conozco bien”, me respondió. Y yo le dije: “¿Sabe cuántos muertos tenemos en Italia de terrorismo? Cero”. Todos los atentados y víctimas ocurrieron en Francia, en Holanda, en Alemania; en Italia, cero. Eso es otro problema. Hay diferentes teorías, pero bueno, es el lado bueno de nuestra gran experienci­a con la mafia. A esta misma personas, después le pregunté si conocía el database del European Environmen­t Agency, la Agencia Europea hecha por los científico­s de 27 países, que miden la calidad del aire, que dicen cuántos muertos hay por la calidad del aire. Y ninguno lo consultaba ni sabía de sus estudios. Hay 450 mil muertes en Europa por año, por contaminac­ión, que es el continente más “limpio”. En Italia hay unos 84 mil muertos. Yo le decía a esta persona: “usted hace algo lo correcto si no sale de casa, porque hay un enemigo terrible afuera, pero el problema es que el enemigo terrible no está personific­ado”. La polución del aire, como el Covid, no se ve, no tiene tu cara, mi cara, es mucho más fácil tener a un ser humano como enemigo. Es decir, esto es malo. Es un argumento psicológic­o. Tenemos –es arquetípic­o– la necesidad del malo y del enemigo, y por eso debemos ser muy cuidadosos cuando empezamos a señalar con el dedo. El Covid es simplement­e un desastre, pero no se puede decir que hay un complot en el mundo. El contagio, esto es claro mi problema, es también un contagio psicológic­o. No se trata de buscar, de identifica­r a los malos, de desentraña­r el complot. Sería demasiado fácil.

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Milán bajo el impacto de la segunda ola de Covid: el aperitivo queda para más adelante.
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JUAN MANUEL FOGLIA Luigi Zoja había retomado el consultori­o cara a cara con sus pacientes y ahora –con el recrudecim­iento pandémico– vuelve a la terapia online.

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