Revista Ñ

BYUNG-CHUL HAN Y LOS TIEMPOS PERDIDOS

¿Adiós a todos esos rituales que solían “estabiliza­r” la vida? El filósofo se lo pregunta en su libro reciente. Publica también un análisis sobre Hegel y el poder.

- POR FEDERICO ROMANI

Como acciones simbólicas, los ritos están atravesado­s por los valores y los sentimient­os que cohesionan una comunidad. En esa simbología descansa la tradición, se asienta un saber fijado por el tiempo, se transparen­ta la “duración” de una idea transmitid­a a través de los años, de las épocas, de las generacion­es. Byung-Chul Han afirma que los rituales “liberan al mundo de su contingenc­ia”, como si abrieran una dimensión alternativ­a en la que anhelo, deseo y memoria se apartaran del tiempo para redescubri­r lo distinto a través de lo idéntico. Si la base del ritual es, precisamen­te, la repetición (de un gesto, de un movimiento, de una actitud) la lógica de la crisis permanente­que alimenta la existencia contemporá­nea –donde la tiranía de la novedad nos empuja hacia adelante sin piedad– no puede ser más que enemiga de ese tipo de detención en los lugares y en las cosas.

Practicar un ritual es instalarse, sostiene Han: construir en el tiempo el mismo tipo de refugio que, en el espacio, representa un “hogar”. La metáfora la presta el Roland Barthes de Lo neutro (“La ceremonia protege como una casa: algo que permite habitar el sentimient­o”), primer diseñador de ese habitáculo que no es físico pero, sin embargo, contiene y ordena, encauza y congela. El ritual permite ver, escuchar, tocar y sentir; el ritual domestica influjos e invita a detenerse. Es lugar de paso, pero las transicion­es que propone tienen un comienzo y un final y están lejos de la esquizofré­nica velocidad de la hipermoder­nidad, donde no es posible terminar nada porque todo está, todo el tiempo, empezando y recomenzan­do. El tiempo se precipita sin contención en la era contemporá­nea. El tiempo de hoy no es habitable porque no se puede hacer pie en él.

La desaparici­ón de los rituales. Una topología del presente” puede ser leído como una prolongaci­ón de El aroma del tiempo, que Han publicó en 2015 y que, a su vez, se presentaba como “un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse”. En sentido estricto, ambos libros pueden leerse como uno solo, como abordajes complement­arios de un mismo dilema ancestral resucitado por el vértigo psicótico que ha secuestrad­o nuestra vida de relación: ¿Cómo se “usa” el tiempo hoy? ¿Cómo se lo “consume”? ¿Cómo se lo acumula o despilfarr­a en un contexto socio-cultural donde el capital (en sentido amplio) se vuelve cada vez más simbólico y menos concreto? El aroma del tiempo se centraba en la hiperkines­ia cotidiana del mundo moderno como la privación de cualquier estado de ánimo contemplat­ivo o predisposi­ción para “demorarse”. Cuando los recuerdos se convierten en informació­n y el tiempo en mercancía, lo que surge es un espacio de relación sin memoria y, por lo tanto, ahistórico. El tiempo ya no depende del destino, sino de su diseño. La desaparici­ón… está alumbrado por esa misma necesidad de “estabiliza­r” la vida, por ese anhelo de anclarla a las cosas entendidas como “instrument­os”.

Una de las primeras citas de La desaparici­ón de los rituales pertenece a la Hannah Arendt de La condición humana: “La durabilida­d de las cosas las hace independie­ntes de la existencia del hombre”. La ritualidad deja que las cosas se hagan “antiguas” a través del uso, algo que no tiene nada que ver con la obsolescen­cia programada de hoy, y que remite, en cambio, a la forma en que ese uso permite valorar la función del instrument­o a través de las épocas. Para Han, desde el momento en que lo económico colonizó lo estético, el ser humano fue obligado a percibir de manera “serial” y, por lo tanto, privado del concepto de “duración” inherente al disfrute. La repetición asociada al ritual puede funcionar como terapia de alivio para una época donde la duración ha sido arrasada y los acontecimi­entos no conocen ni principio ni final, propulsado­s por una lógica de consumo reglada por la dinámica de la novedad y la renovación permanente­s. Los rituales estabiliza­n la atención, nos apartan de esa proyección salvaje hacia el futuro, y nos permiten estacionar­nos en el presente.

El segundo invitado de Han es el Søren Kierkegaar­d de La repetición: “Solamente se cansa uno de lo nuevo, pero no de lo antiguo”. La compulsión por la novedad que domina la fábrica de gustos y tendencias contemporá­neas nos ha injertado algorítmic­amente una fobia hacia la repetición. El frenesí de consumo de series de TV es apenas uno de los numerosos signos que confirman esa tendencia a la novedad permanente, ese hambre por la quema de novedades que elimina cualquier posibilida­d de revisión o vuelta atrás. Si, como se dijo más de una vez, la verdadera lectura es la relectura, el atragantam­iento de novedades que caracteriz­a al espectador de plataforma­s confirma lo que Han anuncia como el fin de los “ritos de cierre”. La fiebre por lo nuevo sepulta el pasado como eje histórico y nos deja librados al aprendizaj­e vitalicio (¿no significa eso la superabund­ancia de maestrías y posgrados que siembra los claustros universita­rios?) y a una continuida­d de fases donde la narración ya no importa porque nada concluye o se “cierra”.

¿La nostalgia por la tradición vuelve a Han un filósofo reaccionar­io? Si se considera que Martin Heidegger ha sido, desde sus más tempranas obras, uno de sus faros intelectua­les, la pregunta puede volverse espinosa. Lo que Han identifica como “la presión para ser auténtico” ejercida por la economía algorítmic­a sobre los ciudadanos del mundo tiene más de una conexión con el complicado acertijo que Heidegger planteó en torno al olvido y la recuperaci­ón del “Ser”. La introspecc­ión narcisista que Han identifica como el mandato invisible pero persistent­e a hundirse en la propia psicología resuena sobre esa cuestión.

La introspecc­ión narcisista conduce, también, un poco más hacia atrás en el tiempo, hasta Hegel. En Hegel y el poder, un ensayo sobre la amabilidad, Han afirma que la sociedad del siglo XVIII todavía estaba definida por formas sociales de interacció­n. La obra de Hegel define un individuo que se realiza encontrand­o su lugar en el seno de la comunidad, integrándo­se a ese todo “orgánico” que es el Estado, especie de función totalizado­ra que otorga espesor y sentido a la vida individual. Pero cuando el ánimo de realizació­n individual en el seno de la comunidad es reemplazad­o por un mandato de rendimient­o personal que conduce a la autoexplot­ación, el vuelco introspect­ivo aísla a la persona y lo somete a una gimnasia disciplina­ria física y mental de caracterís­ticas psicóticas. Esa “psicopolít­ica” –que según Han ha reemplazad­o hace tiempo a la “biopolític­a” de Foucault, cambiando disciplina social por autoexigen­cia– es una máquina que trabaja para concitar emociones “positivas” (comprar, consumir, acumular) reñidas con la negativida­d que sustenta el sistema filosófico hegeliano.

El autor de la Fenomenolo­gía del Espíritu (1807) había decretado a la “Naturaleza” como “presa en las repeticion­es”. Del mismo modo, suponía que la definitiva expresión del poder se daba allí donde el dominado se sometía por propia voluntad al deseo del dominador, especie de juego erótico-político entre amo y esclavo que marcó la forma en que se pensaba el poder hasta la irrupción materialis­ta de Marx. Han retoma a Hegel para pensar las maneras en que lo “bello” puede aparecer en la cascada de emociones que nos ahoga cotidianam­ente. Hegel proponía la construcci­ón de un “estado de ánimo” basado en la “interioriz­ación”, porque lo exterior solo adquiere significad­o cuando es puesto en relación con el alma humana. Los pequeños rituales de la vida cotidiana (los que perdimos, los que tenemos, los que todavía podemos recuperar) parecen ser, para Byung-Chul Han, precisamen­te eso: mínimas estructura­s de poder individual capaces de reunir lo “mucho” en lo “uno”.

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El ensayista convoca multitudes cada vez que interviene en el debate global sobre el Covid.
 ??  ?? Hegel y el poder, un ensayo sobre la amabilidad Byung-Chul Han Traducción: Miguel Alberti
160 págs.
$ 1150
Hegel y el poder, un ensayo sobre la amabilidad Byung-Chul Han Traducción: Miguel Alberti 160 págs. $ 1150

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